Especial Estudiantina: El año en que se apagaron los tambores pero encendimos el recuerdo

Sin dudas el 2020 será un año recordado por todos… En el caso de la Estudiantina posadeña, puede convertirse en un año bisagra, para repensar algunas estrategias de esta fiesta que nos caracteriza, pero que aún reniega en el corazón de los posadeños. 

 

Por Ivana Roth, periodista. 

 

 

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Hasta que “la vida era normal y el futuro predecible” (es decir, hasta el año pasado), de julio a octubre el sonido de fondo de la ciudad de Posadas era siempre el mismo: tucu tú. Desde donde sea que estuvieras, entre las 18.00 y las 20.00 lo escuchabas, por esas cosas de la propagación del sonido.
Y cuando eso pasa… (porque esperamos que vuelva a pasar…  no?) todos sabemos: son los ensayos de la Estudiantina. Algunos lo dicen revoleando los ojos hacia arriba. Otros, con cierta ansiedad. Y los menores de 13… soñando con el día en que “la gran fiesta de los jóvenes” les abra las puertas
Es que este 2020 la Estudiantina cumple… (o cumpliría) nada menos que 70 años. Y si bien cualquiera diría que se ganó su derecho a existir, aún se la cuestiona.

Junto con los tambores, en las charlas de bares y oficinas, en las redacciones de los diarios y en más de una radio, surge el torbellino de opiniones. Y, como si no tuviera edad para el DNI, la discusión parte del vamos: “Estudiantina sí” o “Estudiantina no”.

Ya nadie discute en esta provincia si Fiesta del Inmigrante sí o no, que si Festival de la Música del Litoral sí o no. Sin embargo, con la Estudiantina eso ocurre, a pesar de que es la fiesta mayor de todas. Y no es raro escuchar a gente que hace uso del micrófono decir: “y bueno, suspendamos la Estudiantina”, ante cualquier inconveniente que suscite.

Quizás estos comentarios surgen tan livianamente… porque los protagonistas son jóvenes. Y la juventud siempre provoca. Además, quien está en la edad del acné, todavía no aprendió a batallar en la arena de los adultos. Y este será un problema endémico de la Estudiantina si no se hace algo al respecto, porque la consigna de base es el recambio obligado… al terminar el secundario.

Este año tenemos la oportunidad no solo de recordarla en sus mejores momentos… sino de revisar el largo camino que ha recorrido, apreciar cuánto se ganó en organización y coordinación… y también ver qué se ha perdido en el camino.


Algo de contexto


La fiesta está coordinada por APES (Asociación Posadeña de Estudiantes Secundarios). A su vez, APES trabaja en conjunto con la Secretaría de la Juventud de la Municipalidad de Posadas (regida por la ordenanza N° 135/ Nº 188 y el decreto municipal Nº 1146) y es monitoreada (como toda agrupación estudiantil) por el Ministerio de Cultura, Educación, Ciencia y Tecnología.
APES fue creada en 1984 y desde entonces ha ido creciendo y desarrollando estatutos y reglamentos. Sus objetivos son extensos, aunque en la práctica en la mente de los posadeños, decir Apes equivale a decir «los organizadores de la Estudiantina». (Y equivale también a otras cosas, como veremos más adelante).
“Podría no ser así”, cuenta Matías Rovira, actual presidente de Apes (en una medida excepcional del Ministerio de Educación, al haberse prorrogado la vigencia de la comisión anterior), aunque sin capacidad de acción ni decisión, ya que sin “cuerpo colegiado” no tiene poder. Y el cuerpo colegiado no se ha podido elegir este año tan particular. Sin embargo, Matías revisó el estatuto de la Asociación y tiene claro que el horizonte es amplio. “Podría funcionar como un gremio de estudiantes. Generar actividades que desarrollan el espíritu político, el espíritu de cooperación. Defender el interés de los estudiantes cuando fuera vulnerado. Podríamos tener acciones solidarias en este tiempo de pandemia”.
Aunque por ahora, en la mente de los posadeños APES = Estudiantina.

 

 

La historia de la Estudiantina en tres tramos

De los años 50 y una joven Pitina
La Estudiantina no es una fiesta nueva; tiene su historia. Ha ido creciendo y mutando con los tiempos.

Según testimonios recogidos en medios periodísticos de la época, la madrina de “la estu” es la célebre “Pitina” Prado (Delia Myriam Vigneaux, de Prado). En 1950, su último año como alumna en la escuela Normal, encendió la mecha para que las escuelas hicieran un desfile de carrozas por curso, en lo que era el Parque Japonés, una media luna junto al río, con escasa iluminación.
Tiempo después, otra alumna trajo a Posadas la propuesta de sumar un desfile a esas carrozas, tomando inspiración en los carnavales de Corrientes. Era María Inés Sagües de Dei Castelli, estudiante del colegio Santa María entre el 64 y el 68. Fue en su último año de secundaria cuando tuvo el coraje y el impulso necesarios para hacer la propuesta a la asociación que nucleaba a los estudiantes secundarios. Y así se empieza a invitar a los alumnos de la Escuela de Comercio Nº 1, el Nacional, la Normal, la Industrial y el Roque -que eran los únicos por ese entonces en la ciudad. Ella y un grupo de compañeras fueron curso por curso a explicar la propuesta. Pero «era un quemo, ya que nadie estaba acostumbrado al ser la primera vez que iba a realizarse. Todas salían con excusas del tipo ‘Mi novio, mi mamá o mi papá no me deja'», recordaba Inés.

No obstante, juntaron un grupo de 20 chicas que eran las bastoneras de la carroza y salieron a la calle a bailar y a divertirse. Y así empezó: en el corazón de la ciudad, con más gente mirando que bailando.
Pitina estuvo unos años fuera de la provincia para estudiar Letras. Pero regresó, se instaló como profesora de tres materias en el Nacional (el “Martín de Moussy”) y desde allí apostó con fervor a la estudiantina año a año. Decían las malas lenguas que “si tenías problemas en alguna de las materas con ella… no quedaba otra que entrar a ‘la comparsa’”.

 

Desfilando por “la Bolívar”


Por los años 70, la concentración de los colegios se hacía en la esquina de Colón y Santa Fe, de manera muy informal. El recorrido comenzaba en Félix de Azara y Santa Fe. La primera parada era frente a la casa de Gobierno, donde se encontraban “las autoridades” y el palco principal. Enfrente estaban las hinchadas «en sus respectivos lugares». Después se doblaba por calle Bolívar, y la desconcentración se producía al llegar a la calle San Luis. Se decía que “los jurados” (una figura algo difusa) estaban dispersos entre el público y “veían todo”.

El segundo palco «no oficial», era “Fechorías”, el boliche de moda -que estaba casi al final del recorrido. Allí se ubicaban los que iban al secundario y los que hace poco habían egresado. “En ese lugar siempre bailábamos un rato más”, cuentan las pasistas de aquel momento. El tiempo frente a los palcos era algo bastante aleatorio. “El desfile” siempre tenía “huecos”, grandes espacios de tiempos entre escuela y escuela o entre carroza y carroza. Además de las carrozas, eran pocas escuelas las que “bailaban” (la Normal Mixta, el Nacional, la Comercio 1, y alguna que otra murga). Aún así, “se decía que se largaba a las 20.00, pero eso nunca se cumplía”.
Eso si: “había un paso para la calle, y frente al palco una coreografía distinta. Pero todo el camino se bailaba y se tocaba, no como ahora que se hace solamente frente a los palcos». Eran noches en que quien desfilaba o tocaba… terminaba el recorrido y luego si quería -y el traje era cómodo- podía meterse entre el público y buscar ubicación para ver a las otras escuelas. El traje lo hacia la abuela o la modista más cercana y por eso, en una misma escuadra, podía verse la variedad de “interpretaciones” que había tenido el mismo dibujto a mano alzada de los “creativos” de la escuela.
Los tres días de estudiantina (viernes, sábado y domingo), el centro posadeño acomodaba su pulso para contener el desfile y el público que atraía. La tradición de instalarse en la plaza con silletas, ya desde la tarde para reservar un buen lugar, ya se iniciaba.

 

 

Un cuento de hadas


“Para mi… ser reina fue como vivir un cuento de hadas”, cuenta hoy Patricia Silvero. La cantante fue elegida reina de su colegio (Comercio 6), en el año 1981. Una vez en la carroza, salió reina de Posadas y luego reina de Misiones. “Recibí la corona de Laura Sosa, que fue también reina nacional”.
“Yo antes de eso casi no salía de mi casa, no conocía ni el boliche. Para mí fue muy linda experiencia, porque recibía invitaciones a la Fiesta de la Yerba, o del Inmigrante. Y en todos lados me hacían regalos y me trataban… como una reina”, cuenta, feliz de recordar. “Hasta hoy, siento los tambores y se me viene toda la emoción encima. Pienso ¿cómo hay gente que quiere apagar esto?”.

Eran tiempos en que la organización de la fiesta era cosa de CODEFE (Comisión de Festejos Estudiantiles) y que las candidatas a reina eran recibidas por las autoridades (en ese tiempo el intendente era Di Giorgi y el gobernador de facto Bayón). “Nos reunían en el bar Fechorías y luego las reinas íbamos a la Casa de Gobierno. Nos vestía la famosa Yaya, con esos vestidos de cenicienta. Y la moda de los plisados. La elección era en el Club Alemán”.
Patricia recuerda además con mucho cariño cómo sus compañeros armaron algo, “casi una murga” para que no fuera sola en la carroza. “Luego supe que muchos compañeros iban directamente debajo de la estructura de la carroza, para sostenerla. Ese año hicimos algo como una pirámide maya. Salían de allí abajo negros del humo del equipo electrógeno… pero divertidos. Hasta hoy nos acordamos de esas cosas con mucha ternura”, cuenta.
Y, como muchos testimonios de esa época, enfatiza el apoyo de los profes. “estaban muy presentes en todo. Se acercaban adonde hacíamos la carroza a llevar la cena. Acompañaban en los desfiles. Y al terminar, algún profe o el director invitaba a la casa a comer piza”.

 

 

A la Corrientes!


En la medida en que la cantidad de escuelas empezó a aumentar, el espacio céntrico mostró sus limitaciones: veredas estrechas y escaparates de comercios que temían por su seguridad.
En los 90 los desfiles de la Estudiantina se mudaron a la avenida Corrientes. Arrancaban allá por la Mitre… y la línea final se trazaba en la continuación San Martín. En ese entonces también se instaló la costumbre que los fines de semana de desfiles fueran dos… con la posibilidad de sumar un tercero si la lluvia (protagonista no deseada de la fiesta) se hacía ver. Así, las graderías podían eternizarse en las plazoletas.
Las escuelas empezaron a preparar coreografías y números especiales para los palcos (que eran tres), pero nunca desarmaban la formación durante el recorrido. Todavía se podía hablar de “desfile”. Y las modistas empezaron a trabajar en serie para las comparsas.
En esta zona, la doble circulación de la avenida permitía un flujo mejor. Las plazoletas sufrían bastante la arremetida de la gente, como también las personas que vivían sobre la avenida o en sus alrededores.
En ese tiempo no regía la prohibición de vender alcohol en zonas aledañas y tampoco estaba delimitada la zona de desfiles, con las requisas estrictas que actualmente hace la policía. (Allá por el 94 hubo un sonado caso de una muerte violenta en la multitud, a punta de cuchillo). Se podía circular con la ropa del disfraz sin problemas y era usual ver chicos con “trajes combinados”: algún estudiante de la escuela X se ponía el sombrero de la escuela Y o algún otro accesorio. O mesas de bares llenas de árabes, africanos, odaliscas o animales, en una bella convivencia.
El lado B de esta parte eran las peleas entre chicos de escuelas que competían. Quizás pocas… pero muy “sonadas”.

 

La primera vez del Santa Catalina


“Mi escuela sólo participaba en los desfiles con carroza. Nosotros teníamos la tradición de hacer las flores en el curso, que el papel crepé y todo eso”, cuenta Karina Alonso. En los 90 alumna del Santa Catalina, hoy profesora de música en varios frentes y defensora del espíritu de la estudiantina.
“Fue en mi tercer año (habrá sido el 91) que mi compañero el negro Cafferata y Oscar Pons decidieron hacer una escola do samba (que tiene una estructura más sencilla de armar que la banda, y además, se funda en el samba brasilero). Hubo que conseguir el permiso de la representante legal, justificar. Y así salimos a la calle con el tema ‘Pasión gitana’. Para los trajes había que tener en cuenta normas del decoro: nada de transparencias, que no se vean las rodillas, etc. Pero…Salimos! Un diario publicó ‘El Santa Catalina pisa por primera vez la avenida’. Fue muy emocionante”.
La carroza se hizo en un galpón de la 32/33 “que prestaba Cohen. Era una lámpara de Aladino gigante. Estábamos orgullosos de la obra… hasta que escuchamos a un nene que decía: ”Mirá, mamá, un elefante!’. Pero bueno”, se sonríe.

 

Alejándonos del centro


Todo esto cambió cuando «la estu» se mudó a la casi recientemente creada avenida Costanera, en el año 2007. Primero al Primer tramo. Enseguida pasó al Cuarto.
En la Costanera el operativo de seguridad se fue aceitando año a año, generando un «cordón» en torno a la zona de desfiles, con una entrada o «filtro» para el ingreso de las escuelas, dos «entradas» para el público, más la zona de desconcentración o salida. El objetivo es prevenir que se ingrese al predio con elementos cortantes o alcohol. Asimismo, con este sistema de ingreso de escuelas a la zona de desfiles se buscó evitar que ingrese gente extraña a las escuelas camuflada en las comparsas (como antes sucedía). Para eso cada participante debe exhibir su pulsera o identificación. Y también se controla que las «chanchas», carrozas o vehículos que ingresen al predio no tengan puntas que puedan lastimar a nadie.

Y como todo… tiene su lado B. Sin dudas hacer el desfile en la Costanera altera menos la vida de la ciudad. Digamos mejor: hasta es posible ignorar la fiesta por completo (salvo por el tucu tú del que hablamos). Sin embargo, deja también el espectáculo muy a las espaldas de la comunidad, que por años cultivó la tradición de ir a «reservar espacio» a la zona de desfiles, colocando la silleta desde temprano o reservando la mesa en algún bar estratégicamente ubicado. Hoy ese hábito está casi perdido.
Por otra parte, el sistema de filtros y la prohibición de circular con el traje una vez terminado el desfile… hace que los padres que quieren acompañar a sus hijos, prácticamente no pueden disfrutar del espectáculo. “Creo que hoy más bien se acompaña desde el bordar, desde la preparación y maquillaje en las casas”, cuenta Karina Alonso. Si uno quiere ver a su hijo, tiene que organizar un dispositivo para llevarlo al extremo de inicio, luego estacionar el auto en el extremo cerca del final y luego caminar varias cuadras hasta poder ingresar a la “zona de desfiles”. Aunque de desfile, muy poco.

Se habla también de la necesidad de construir un “Estudiantinódromo”, aunque no existe ningún proyecto real en ese sentido.

 

 

Casi un quiebre


“Fui profesora asesora de la escuela Normal Mixta por casi 20 años, cuenta Lila Simsolo. Tuvo “el honor” sin ser profesora de la escuela. “Es que a partir de 2000, los profesores habían empezado a alejarse de la Estudiantina y los chicos no conseguían quién los acompañe. Así que se flexibilizaron las condiciones para el cargo, y yo -que sólo acompañaba a mis hijos-, fui profesora asesora. Y también actué ante APES como representante legal de la escuela … porque no había nadie más”.
Lila cuenta que le tocó ver, desde adentro mismo de la cosa, el momento en que la confianza en el sistema de calificación se resquebrajó. “En el 2012 hubo una serie de eventos dudosos. Y a partir de ahí los chicos ya no confiaron más y establecieron que ellos iban a estar presentes en las reuniones de profesores asesores. Algo se rompió ahí y creo que eso generó que muchos dejen de participar”.
Lila recuerda tiempos en que ella veía que para sus hijos y sus compañeros “entrar a la estudiantina era lo más. Se rompían el alma. Había veces en que no entraban todos en el anfiteatro, de la cantidad que eran”.

Cuál fue, a tu criterio, el mejor escenario donde se desarrolló la Estudiantina en Posadas: entrá y votá!

 

 

 

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