En medio de los estragos del coronavirus en Brasil, sube la popularidad de Bolsonaro

Las últimas encuestas en Brasil demuestran que, después de que el país superara las 100.000 muertes por COVID-19, la gestión del presidente Jair Bolsonaro alcanzó el máximo nivel de apoyo desde el comienzo del gobierno. Las razones, entre un cambio de estrategia discursiva y el efecto de las ayudas económicas.

 

Hace solo dos meses, el gobierno de Jair Bolsonaro parecía desmoronarse. Su estrategia para enfrentar la pandemia estaba fuera de control. Mientras el país superaba las 50.000 muertes por COVID-19, el Ministerio de Salud estaba vacante, tras el despido del popular Luiz Henrique Mandetta por las profundas diferencias de enfoque que tenía con el presidente y la repentina renuncia de Nelson Teich, que se negaba a darle luz verde a la hidroxicloroquina.

 

Al mismo tiempo, Bolsonaro se aislaba cada vez más. El coronavirus lo enfrentó con casi todos los gobernadores y exacerbó sus desencuentros con el Supremo Tribunal Federal (STF) y con un Congreso con el que nunca supo lidiar. La escandalosa renuncia de Sérgio Moro al Ministerio de Justicia y Seguridad Pública dejó al gobierno sin uno de sus pilares y abrió el frente más temido por los presidentes brasileños: un pedido de impeachment por las denuncias del ex juez sobre la intervención de Bolsonaro en la Policía Federal para interferir en investigaciones contra sus hijos.

 

La figura del superministro Paulo Guedes perdía peso ante la imposibilidad de avanzar con muchas de las reformas económicas que había prometido, y el apoyo del establishment empresarial empezaba a languidecer. Al poblar el gabinete de militares, el Presidente apuntaba a que las Fuerzas Armadas fueran su principal sostén, pero no hay muchos indicios de que la institución esté dispuesta a desempeñar ese papel.

 

 

En ese contexto, la ausencia de un plan coherente para enfrentar al virus, la permanente vulneración de los protocolos sanitarios más elementales y la falta de empatía con las víctimas comenzó a horadar su imagen ante la opinión pública. Entre el 27 de abril y el 24 junio, se mantuvo estable la proporción de personas que consideran bueno a su gobierno –pasó de 33% a 32%–, pero trepó de 38% a 44% el número que lo considera malo o pésimo, según encuestas difundidas por Datafolha. Un saldo negativo de cinco puntos porcentuales se extendió a 12 puntos.

 

 

Sin embargo, menos de dos meses más tarde, Bolsonaro vive casi una primavera de popularidad. La aprobación de su gestión subió a 37%, el máximo desde que asumió, el 1 de enero de 2019, y el rechazo cayó a 34 por ciento. Por primera vez desde abril del año pasado, la diferencia entre quienes lo apoyan y quienes no lo hacen es positiva, con tres puntos porcentuales a su favor.

 

 

Es cierto, sus problemas están lejos de haberse resuelto. El COVID-19 sigue avanzando y ya mató a más de 113.000 personas. Si bien llegó a un acuerdo con varios partidos en el Parlamento, su posición continúa siendo frágil. Y las investigaciones sobre su círculo son una amenaza permanente. Pero, evidentemente, Bolsonaro ganó un tiempo y un espacio que no era fácil de imaginar hasta hace muy poco.

 

“La mejora de la evaluación coincide con tres factores. Primero, una nueva postura del presidente, que ha bajado el tono de sus discursos y ya no ataca a la prensa, a los opositores y a otras instituciones, como el Congreso y el STF. Segundo, la serie de viajes que hizo para participar en eventos políticos e inaugurar obras en un ambiente de campaña electoral. Tercero, y más importante, el aumento de la popularidad parece reflejar los efectos de la ayuda de emergencia de 600 reales (106 dólares) distribuida a la población más pobre para combatir los efectos de la crisis económica causada por la cuarentena”, explicó Felipe Borba, profesor de ciencia política de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO).

 

Recuperación en plena pandemia

El punto de inflexión parece haber sido el 7 de julio, cuando Bolsonaro confirmó que tenía coronavirus en un insólito contacto con periodistas en el Palacio de la Alvorada. Se les acercó a hablar un rato hasta que, casi al pasar, les dijo que había dado positivo. Forzado por el irremediable aislamiento tras meses de actos masivos en los que desafiaba por igual al distanciamiento social y a los otros poderes del Estado, el Presidente se replegó.

 

Los efectos fueron múltiples. Por un lado, la enfermedad humaniza a los políticos y suele acercarlos con una parte de la ciudadanía. Por otro, permitió cierta distensión de la escena política brasileña, que estaba a punto de estallar.

Hubo un cambio en el comportamiento de Bolsonaro. No se sabe hasta qué punto es genuino, dada su inestabilidad, pero el hecho es que el Presidente ha buscado una relación más fluida y conciliadora con las instituciones, especialmente con el Congreso. Ha ampliado su base, tratando de acercarse a los partidos del llamado Centrão, ha dejado de atacar tan a menudo al Poder Judicial y, no menos importante, lleva algunas semanas sin expresarse de forma polémica en las redes sociales o en entrevistas. Desafortunadamente, me parece que con el alto número de muertes que hemos alcanzado, en gran parte debido a la irresponsabilidad del gobierno federal, la población está anestesiada ante este caos”, dijo a Infobae Flávia Bozza Martins, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal de Paraná.

 

 

 

Fuente: Infobae

 

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