De la NBA al TNA: El deslucido paso por Misiones del jugador más alto que haya pisado una cancha de básquetbol en Argentina

Un peso valía un dólar, Menem todavía festejaba la reforma constitucional, Maradona juraba que le habían cortado las piernas, el River de Gallego ganaba en todas las canchas y Fito Paez no se cansaba de vender discos. Corría 1994 y Luz y Fuerza, un equipo misionero que por entonces transitaba el torneo de ascenso de básquetbol, sorprendía al país al anunciar la contratación de un ex NBA con una altura descomunal.

 

Gregory Ritter llegaba con un currículum interesante. Había debutado en la NBA, más concretamente en los Milwaukee Bucks, sin pasar por el básquet universitario, algo que por lo general está reservado solamente a los que muestran un talento muy especial. Estuvo una temporada completa con los Bucks y después de un paso fugaz por Brasil, llegó a Los Angeles para jugar algunos partidos de la temporada de verano con los Lakers. Allí no convenció y terminó recalando en los Cleveland Cavaliers, habituales animadores de la postemporada de la NBA.

 

Archivo de Carlos García Coni

 

Pero más que sus antecedentes, lo que llamaba la atención en Ritter eran sus 231 centímetros de altura, uno más que el recordado “Gigante” González, hasta entonces el jugador de mayor talla en la historia del básquet nacional. Faltaba poco para que Misiones tuviera al jugador más alto que pisara una cancha en Argentina.

 

Su tamaño era tan desproporcionado que terminaba sembrando dudas respecto a la valía de sus antecedentes deportivos. ¿Había llegado a la NBA solamente por ser muy alto o además manejaba algunos de los fundamentos del juego? Era la pregunta que el mundillo del básquetbol se hacía respecto a este jugador al que nadie había visto.

 

Que llegara directamente de la NBA a un equipo del TNA argentino ya se veía sospechoso. Parecía evidente que no tenía nivel para jugar en la misma liga en la que brillaban Michael Jordan, que por ese entonces probaba suerte con el beisbol, o Charles Barkley.

 

Pero también era cierto que no hacía falta tanto para marcar diferencias en el Torneo Nacional de Ascenso y su altura seguramente sería un factor determinante en una liga en la que escaseaban –y lo siguen haciendo- hombres que superaran los 2 metros.

 

Ni bien llegó a Posadas se convocó a algunos periodistas para pudieran entrevistarlo. No importaban sus palabras, las fotos que reprodujeron los diarios llamaban a ilusionarse. La flamante incorporación de Luz y Fuerza llegaba en aparente buena forma física y su altura era impresionante. Uno lo imaginaba posteado cerca del tablero contrario, sus manos levantadas llegaban casi a los tres metros, nadie podría taparlo.

 

Pero la conflictiva adaptación del norteamericano generaba preocupación puertas adentro de Luz y Fuerza. “Sufría mucho el calor, venía de temperaturas bajísimas y se encontró con el verano misionero. No quería salir de la habitación del hotel ni para comer.

 

Tampoco quería ir a conocer la cancha (el conjunto eléctrico jugaba por entonces en el Instituto del Deporte). Cuando quisimos llevarlo a entrenar llegó hasta el gimnasio, salió corriendo y se volvió a meter en la camioneta”, recordó Hugo Falero en un reciente diálogo con el periodista Carlos García Coni, conductor del tradicional programa radial Fórmula Tuerca.

 

Estaba claro que el gigante no estaba a gusto en Posadas ni muy comprometido con el equipo que lo había contratado. Pero su inusual altura seguía generando expectativa. En definitiva lo importante no era que se enamorara de la provincia, ni siquiera que entrenara con sus compañeros, lo importante era que rindiera en la cancha.

 

Todos querían verlo debutar con la remera de Luz y Fuerza. El verde necesitaba un pivot de jerarquía para cumplir su sueño de poner a Misiones en la división principal del básquetbol nacional y Ritter parecía el indicado. Altura no le faltaba y el antecedente de haber tenido minutos en la NBA parecía despejar cualquier dura respecto a la calidad de su juego.

 

La oportunidad de verlo en acción llegó rápido, de local y contra un equipo de Sunchales (“no me acuerdo si Unión o Libertad”, aclara Falero). El debut fue decepcionante, la ventaja que le daban a Ritter sus 2,31 metros de altura se diluía por su propia falta de movilidad y de compromiso con el juego y por su manejo más bien rudimentario de algunos de los fundamentos más básicos del básquetbol. No llegó a convertir 10 puntos y a pesar de sus 2,31 metros no agarraba un rebote ni de casualidad.

 

El calor del verano misionero, que bajo las chapas de zinc del Instituto del Deporte se siente con particular crudeza, era la única explicación que los hinchas y el cuerpo técnico de Luz y Fuerza podían encontrarle a una actuación tan floja de un jugador que venía de la tan mentada NBA.

 

El match siguiente también fue de local. “Sin entrenamiento y sin adaptación, tampoco rindió”, resumió Falero en su diálogo con García Coni.

 

Pero para el tercer partido había más expectativa en torno al gigante. Se jugaría en Mendoza con un clima agradable, por primera vez el calor no sería una excusa y además por primera vez accedió a entrenar con el equipo. Pero lo que llegó despejó todas las dudas, Ritter jugó peor que los partidos anteriores y a su mal desempeño le agregó un nuevo componente: mal comportamiento.

 

“Se quejaba con el técnico cuando lo sacaba, el árbitro le pitó faltas técnicas porque se peleaba con el público rival que lo hostigaba. Además la gente se ensañó con él, tuvimos que sacarlo escondido en un taxi, que era un VW 1.500, un auto pequeño en el que no entraba de ninguna manera. Pudimos hacerlo entrar y cuando se bajó dio un portazo que casi desarma el taxi”, rememoró Falero.

 

Solo tres partidos le bastaron a la dirigencia de Luz y Fuerza para comprender que Ritter podría ser muy alto pero el nivel de su básquetbol apenas despegaba del piso. Su escaso compromiso con el equipo y mal comportamiento solo empeoraban la situación. El club cortó la relación contractual y el gigante finalmente pudo escapar del verano posadeño, tal cual pareciera haber sido su intención desde que llegó.

 

Así terminó la historia en Luz y Fuerza del jugador más alto de la historia del básquet argentino. Según cuenta Falero, Ritter jugó algún tiempo más en Europa, después trabajó 14 años en un centro correccional de Oklahoma y murió en junio de 2013, a los 51 años.

 

Después del mal paso de Ritter, la dirigencia del equipo eléctrico mejoró notablemente la puntería para contratar extranjeros, lo que le permitió contar con valores importantes como Barry Garner y el genial Jerome Mincy.

 

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