Cinco generaciones de mujeres y el orgullo de una tatarabuela jovial y activa en el sur de Misiones

Abril llegó en mayo para convertirse en la segunda tataranieta de Ester y expandió la línea sucesoria sanguínea de las mujeres “Márquez” que tienen su nido en San José, localidad distante unos pocos kilómetros de la capital de Misiones, Posadas y hoy están separadas por otros pocos kilómetros, hacia uno y otro lado de Pindapoy, justo donde se cruzan la ruta provincial 105 y la ruta nacional 14, en el sur provincial.

 

 

Mientras el mundo se arrastra como puede para escapar de la pandemia de coronavirus y la sucesión de muerte oscurece de ausencia los álbumes familiares, en Posadas, un pequeño rayo de luz llamado Abril tejió el hilo de la vida que la unió para siempre a ese cuadro de grandes mujeres que completan cinco generaciones: Esther, Loli, Cristina, Yamila y la recién llegada.

 

    

 

La matriarca familiar, Esther Guerrero viuda de Márquez cumplirá jóvenes 90 años el próximo mes de septiembre y cuando nació Abril recibió el título de TATARABUELA. Y allá vamos: ese rango en el árbol familiar lo ocupa la madre de la bisabuela de una persona; es decir, es la abuela de la abuela.

 

      

 

En la línea directa de consanguinidad es la tercera abuela, y de grado cuarto en la línea recta de ascendencia de parentesco en la vinculación generacional familiar; o sea, ascendente directo de la cuarta generación. La palabra tiene su rastro más antiguo allá por los años cercanos a 1625 y en su ya larga historia sufrió modificaciones porque antiguamente se hablaba de trasabuela y son reconocidas como parte de los ancestros de las generaciones pasadas. Claro que a la versión femenina del nombre, la acompaña la versión masculina…pero no viene al caso porque acá se trata de cinco generaciones de mujeres, unidas por “lazos de sangre” (si fuera una novela), por rastros de ADN (si fuera cuasi científico) y en la vida simple y sencilla de Misiones 2020, plena pandemia, por el gran amor que las une y que reedita toda vez que una gran “juntada” convoca a todas las generaciones en San José, alrededor de la “gran abuela”.

 

“El útero adquiere y recoge memorias por medio de cuatro energías, a través del linaje femenino la información se pasa de útero a útero; cada hija trae consigo a su madre y a cada madre que existieron antes que ella, por eso encontramos muchas cosas en común, porque nacemos del lugar donde ella dirige sus emociones. Crecer en el vientre de nuestra madre nos conduce a sentir nuestra línea materna y algún momento empatizar”, afirma Cristina, la abuela que busca en el yoga la sabiduría que la ayuda a mantener una sonrisa constante en cualquier circunstancia que le toca emprender.

 

La rareza de estar cerca y compartir

 

Sostienen -y es digno de ser discutido en cada mesa familiar- que por lo general tenemos dos padres, cuatros abuelos y ocho bisabuelos y dieciséis tatarabuelos, “siendo cinco generaciones de antepasados, los que preceden unos 120 años y es muy raro y excepcional estar cerca en el tiempo con los ancestros de una generación del pasado”.

 

 

En Misiones no sería “raro” ni “excepcional”, en San José, menos. Esther engendró cuatro hijas mujeres; estas a su vez le dieron cinco nietos y doce bisnietos; con Abril suman ahora dos tataranietas: Josefina, de seis meses de edad y Abril, de casi dos.

 

“El inconsciente familiar conecta con las memorias antepasadas, explicando mucho de lo que somos, de lo que sabemos, de cómo se actúa, de lo que se desea, de lo que se quiere y cómo hacemos para conseguirlo”, pero estas memorias permaneces la mayor parte del tiempo en los relatos de tíos, abuelas o primos mayores. La rareza reside en la posibilidad de compartir los días y las alegrías con esas partes de la historia familiar que nos van construyendo como personas. Desde la memoria, en la gran mayoría de los casos, y en este en particular -como en algunos otros que desconocemos- desde la convivencia casi diaria con quien es un libro abierto y no necesita de narradores para refrescar anécdotas y bromear, mientras camina por la huerta, “guarda” a los animales o cocina los manjares que son la delicia de hijas, nietas, bisnietos y seguramente lo será también de las tataranietas.

 

La línea “sucesoria”

 

En la historia familiar de las “mujeres Márquez”, estas cinco generaciones la encabezan: Esther, tatarabuela que nació en 1930; Loli, bisabuela que nació en 1953; Cristina, abuela que nació en 1972 y la flamante madre, Yamila, que nació en 1994. Las dos primeras en San José y las dos segundas en Posadas.

 

Claro que para que este “milagro” de convivencia intergeneracional ocurriera tuvo que haber maternidad temprana, juventudes dedicadas a la tarea de ser mamá, pero nada de eso fue obstáculo para que abuela y bisabuela estudiaran, se recibieran y ejercieran la tarea docente y para que la última de las mamás hiciera lo propio para recibirse de abogada.

 

 

Y, aunque en la gran familia existen otros nombres, otras historias y otros valiosos vínculos, la coexistencia de estas cinco mujeres, representantes de cinco generaciones, en un mismo tiempo y en un mismo espacio, es la luz que hace falta en momentos de tanta oscuridad.

 

ZF

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