La historia de Carlos “Kaiser” Raposo, el mitómano más grande del fútbol

No era futbolista pero jugó de 9 en los principales equipos de Brasil. Pasó por el fútbol de Europa, Estados Unidos y México. Sólo disputó unos minutos en 15 años de carrera y embolsó fortunas. Enterate cómo lo hizo.

Carlos Henrique Raposo nació en Río de Janeiro en 1963 y fue futbolista profesional por 20 años sin saber patear una pelota. Jugó con leyendas como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto y Carlos Alberto Torres. Lo apodaron Kaiser, y con ese sobrenombre lo corearon hinchadas de Brasil, Estados Unidos, México y Francia.

Pero ¿cómo hizo este hombre, que no era jugador de fútbol, para triunfar como futbolista?  A los 23 años, era amigo de Mauricio, un ídolo del Botafogo. Mitad en broma y mitad en serio, Raposo le dijo al crack si le podía conseguir un contrato en el primer equipo como jugador. En ese momento, el Botafogo lo contrata. Pero tenía que jugar, ¡y él no sabía jugar a la pelota!

«Iba a los entrenamientos y a los pocos minutos de ejercicios me tocaba el muslo o la pantorrilla y pedía ir a la enfermería. Durante 20 días estaba lesionado y en esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema físico. Y así pasaban los meses. En Botafogo creían tener en mí un crack, y era objeto de misterio», contó el propio Raposo.

Pese no jugar ni un minuto con Botafogo, lo increíble es que al año siguiente lo compra el Flamengo donde tenía otro gran amigo: Renato Gaúcho. Y así lo recordó el que fue jugador de la Roma y la Selección brasileña: «El Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento le pedía a algún compañero que le pegara una patada y así se iba a la enfermería».

Llegaba al entrenamiento con un enorme teléfono celular (en ese entonces muy pocos lo tenían), y nunca nadie se dio cuenta de que era de juguete. Con él, simulaba que hablaba con dirigentes de clubes europeos que querían ficharlo. Lo cierto es que completó el año en el Flamengo sin jugar un sólo minuto.

Luego arribó al Puebla. Seis meses de contrato, cero minuto adentro de la cancha. De allí cruzó la frontera y arribó al incipiente fútbol de EE.UU. firmando para El Paso. Tampoco pisó el césped con los cortos en partido oficial: «Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos seis meses. Recibía las primas del contrato y me quedaba allí durante ese periodo, sin jugar», relató.

Después de pasar tanto tiempo en el extranjero, extrañando sus pagos, regresó. Firmó por el América, y sacó otro as de la manga. Para no tener que entrenarse presentó un informe médico que un doctor amigo le realizó en el que se detallaba un problema mental que lo bloqueaba para jugar al fútbol.

​Pero el sueño de Raposo era tener su «experiencia» europea. Y firmó en el Ajaccio de Francia. Fue fichado por el club de Córcega que disputaba la segunda división gracias a que Fabio Barros, “Fabinho”, estaba allí y lo presentó a un directivo italiano con contactos con la mafia calabresa.

Él recuerda: «El estadio era pequeño, pero estaba lleno de hinchas. Creía que entraba y saludaba a los simpatizantes pero había infinidad de balones. Teníamos que entrenar. Se iban a dar cuenta de que era horrible. Empecé a agarrar pelota por pelota y se las pateaba a los hinchas mientras al mismo tiempo saludaba y besaba el escudo de la camiseta. Los aficionados enloquecieron. Los dirigentes se agarraban la cabeza porque los hinchas se llevaron de recuerdo todos los balones. Habré pateado unos cincuenta. No quedó ni uno».

Era tanto su cariño por el club que una vez jugó veinte minutos. En el primer pique hizo como si se hubiera desgarrado y pidió seguir por amor a la camiseta. Los hinchas deliraban por ese brasilero que no tocaba la pelota pero corría rengueando por amor al club.

En 1989 retornó a Brasil y firmó para el Bangú. Allí estuvo a punto de iniciar verdaderamente su carrera. Raposo hizo una jugada de márketing genial el día de su presentación. Le dio dinero a un chico alcanzapelotas del club para que trajera a sus amigos y familiares que vivían en una favela. En el primer entrenamiento aparecieron 30 personas en las tribunas que al ver ingresar al Kaiser al campo de juego enloquecieron y comenzaron a corear su nombre. El dueño del club, Castor de Andrade se emocionó en su palco al creer que había traído una estrella de nivel mundial, porque un periodista amigo de Raposo, inventó en una nota que el jugador se consagró goleador de la segunda división francesa con el Ajaccio convirtiendo 40 goles en 30 partidos.

En uno de los partidos del Bangú, jugada de local con el Curitiba por el campeonato brasileño. A los ocho minutos, los visitantes ganaban 2 – 0, y Castor de Andrade le exigió a Moisés, el director técnico del equipo, que pusiera al «crack» que todavía no tenía ni un minuto en campo. Raposo salió a precalentar y empezó a sudar, no por los ejercicios sino por el nerviosismo. Estaban a punto de descubrir que su carrera era una farsa.

Pero siempre tenía un truco para salirse con la suya. De repente se empezó a pelear con un hincha rival y comenzaron a tirarse golpes. Se armó una gresca general y el árbitro expulsó a Raposo, que no pudo debutar.

El técnico, furioso con él, llegó al vestuario en el entretiempo. Y Raposo le dijo al DT una frase memorable: «Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre, que es usted míster, no dejaré que ningún hincha lo insulte como lo hizo al que yo le pegué, que decía que usted era un traficante y un delincuente. Mire, me quedan quince días para terminar el contrato. Cuando lo termine, ya no me verá más». El DT le dio un beso en la frente y pidió que le renovaran al jugador el contrato por seis meses más.

Su carrera no terminó allí. Pasó por América, Vasco de Gama y Fluminense. En Vasco da Gama todavía lo idolatran por su osadía. Tras seis meses de lesiones continuas y ante los médicos desesperados que no encontraban solución, el club contrató los servicios de un curandero, Pai Santana. Debía hacer un ritual para sanar al jugador. Y Raposo no se detenía ni ante las fuerzas del más allá. Le dio el doble de dinero al curandero y el pai Santana les dijo a los dirigentes del club: «el jugador tiene unas condiciones increíbles, nunca Vasco tendrá a una estrella como él, pero algo del más allá lo lesiona a repetición».

Raposo seguía fichando en los clubes y nunca jugaba. Y explicó su nuevo truco para que los jugadores pidieran a los dirigentes que contrataran a Raposo: «Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba un día antes, llevaba diez mujeres, y alquilaba habitaciones debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras y divertirnos».

Luego de su etapa en Fluminense pasó por Guaraní y Palmeiras, club donde arrancó con una estrategia peligrosa. En el primer entrenamiento buscó a un juvenil y le preguntó: «¿Cuánto ganás al mes?». Cuando el chico le contestó, Raposo le replicó: «Te doy el doble si me trabás violentamente y me lesionás». El juvenil no lo pensó dos veces y casi quiebra a Raposo. De allí en más vivió en la enfermería hasta terminar su contrato.

Actualmente es «personal trainer» y su mayor mentira es haber inventado esta historia: «Yo fui campeón del Mundo en 1984. Jugaba para Independiente de Argentina. Estuve seis partidos en la institución. Jugamos la final en Tokio contra el Liverpool. La Intercontinental fue mi mayor título».

Los anales de la FIFA dicen que pasó por 11 equipos durante 16 años. Cualquier otro futbolista en ese lapso hubiera jugado no menos de 600 partidos oficiales. Los registros de Raposo indican que entró 14 veces al campo de juego a jugar algunos minutos. Un récord para un estafador delicioso.

Su historia no podía dejar de pasar por la pantalla grande. La película «¡Kaiser! The Greatest footballer never to play football» es un documental que repasa la inverosímil trayectoria de Carlos Henrique Raposo, el hombre que creó al falso nueve.

Fuente: Clarín.

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas