Retorno gradual a las aulas en la Educación Superior

Transcurridos más de 90 días de aislamiento social y preventivo en Argentina, y en general con resultados menos críticos que en países que tuvieron menos restricciones, es hora de evaluar seriamente el retorno gradual de actividades todavía restringidas, por lo menos en provincias con menor incidencia del Covid-19, como Misiones.

 

Al día de hoy la enfermedad afectó a un poco más de a 1 /1.000 personas en el mundo, poco menos de 1/1.000 en Argentina y menos de 3 /100.000 en Misiones. El bombardeo político y mediático derivado de los contagios en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires) invaden la vida de todos los argentinos, incluidos los que vivimos en el 99% del territorio fuera del AMBA, que salvo algunos distritos como Chaco, no está tan afectado por contagios.

 

Fue positiva la habilitación gradual de actividades en Misiones, que facilitó el reinicio de algunos rubros económicos, que sin grandes resultados producto de la recesión argentina de varios años y la mundial derivada del Covid-19, por lo menos tienen funcionando sus comercios, industrias, consultorios y estudios profesionales.

 

La educación todavía está como en marzo, a distancia. Se ven las primeras iniciativas para salir gradualmente de la situación actual. Como pertenezco al sistema Educativo Superior, luego de estos 90 días de trabajo docente real (no virtual) y a distancia, me permito reflexionar, sugerir, solicitar, peticionar el retorno pronto y gradual a la actividad presencial.

 

Aprendimos mucho del uso de plataformas de reuniones para clases, mejoramos el material didáctico para que los alumnos puedan aprender sin el acompañamiento físico docente, y que para bien esta metodología de enseñanza-aprendizaje podrá quedar de manera permanente, mejorando y complementando la actividad presencial.

 

Pero “ya da”. Tengo a cargo una materia de 2° año de las ingenierías de la Facultad de Ciencias Forestales de la UNaM con más de 90 alumnos, y con suerte conozco a 5 (no por el curso sino de otras actividades), ya que la materia se inició luego que se declarara la “cuarentena” que ya pasó 90 días. Asisten a clase entre 10 y 20 alumnos, y acceden a las plataformas digitales donde tienen disponibles materiales didácticos tradicionales y las clases grabadas aproximadamente el 50% de los inscriptos, con discontinuidad.

 

Para disponer de esos recursos se requiere conectividad y equipamiento, que dependen de dónde se vive y la condición socio-económica de cada uno. Obviamente la situación perjudica a los de menos recursos y/o viven lejos de la conexión a internet, ampliándose la brecha social que la educación trata de achicar. Muchos alumnos dependen de disponer de los famosos “datos” para conectarse, que por supuesto hay que pagarlos.

 

Otros tantos, por carecer de computadoras están obligados a leer textos, interpretar gráficos, etc., en sus celulares. Y lo hacen, pero ya roza la injusticia considerando que vivimos en una provincia con poca incidencia del virus.

 

De la profusa y a veces contradictoria información sobre el Covid-19, se sabe que es muy contagiosa y por otro lado que tiene una baja tasa de mortalidad entre los afectados. Con el retorno pronto y gradual a la actividad educativa presencial se podría priorizar a los alumnos no conectados y/o con insuficiencia de equipamiento, para que dispongan efectivamente de los recursos didácticos, hacer uso de las bibliotecas, aulas de informática con conexión a internet y recuperación de clases a las que no “asistieron”.

 

También se podrían dar clases prácticas con observaciones a campo o laboratorio con pocas personas y realizar las evaluaciones pendientes de esta etapa. Todo con distanciamiento, higiene y los demás cuidados que hemos aprendido. Los que integramos la educación superior somos todos mayores de edad y debemos ser responsables.

 

Claro que podemos tener problemas, no somos inmunes ni inmortales, y podemos retroceder si es necesario. Pero hay que probar como en otros lugares del mundo. Alguien acuñó una frase acorde a lo propuesto: “La peor batalla es aquella que no nos atrevemos a librar”.

 

 

 

Escribe: Ing. Rubén A. Costas
Prof. Asociado FCF-UNaM

Eldorado, Misiones 

 

 

 

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