Misiones en 1810

(Relacionada al Especial de Misiones Online (Cap. II): Belgrano y su paso por el litoral con la histórica campaña al Paraguay)

 

El aserto que define a Misiones como una provincia joven y sin historia, surgida a partir de la llegada de los inmigrantes europeos en el siglo XX, se ha naturalizado entre nosotros, pese a que se trata de un concepto falso. La actual sociedad misionera se constituye socio-culturalmente a partir del arribo de estos contingentes, pero la historia de estas tierras es más antigua. Es más, para 1810 Misiones tenía una trayectoria histórica mucho más intensa que la mayoría de las provincias, salvo, quizás, las del territorio altoperuano, en donde la presencia originaria era ancestral, intensa y masiva.

 

Al momento de la revolución, Misiones era una región periférica y en decadencia. Este proceso se había iniciado con las revueltas comuneras de Asunción, en la década de 1730, se aceleró con las guerras guaraníticas de 1754/56 y se profundizó, ya en forma irremediable, con la expulsión de los jesuitas, en 1769. Solo por la disputa territorial con el imperio luso-brasileño, que ocupó las Misiones Orientales en 1801 y que pretendía extender su presencia más allá del Uruguay, es que las autoridades coloniales tuvieron espasmódicas muestras de interés sobre esta zona.

 

Para 1810 Misiones era un fantasma. Los enormes templos de los antiguos pueblos jesuitas contrastaban con la escasa población que los habitaba. Los centros principales de la provincia se encontraban sobre la costa del Uruguay, en donde Rocamora se instaló al asumir el cargo de Teniente de Gobernador, en abril de 1810. Bajo su mando se encontraban los departamentos de Candelaria, Concepción y Yapeyú. En estos pueblos perduraba la institución del cabildo, integrado mayoritariamente por guaraníes, cuyos liderazgos se habían transformado en tiempos coloniales, pero sin que ello modificara sustancialmente la concepción socio-cultural que el pueblo nativo tenía sobre sus jefaturas, las que se articulaban a partir de las relaciones de parentesco, reciprocidad y, como novedad incorporada en tiempos jesuitas, el traspaso hereditario del cargo.

 

Al arribar a Misiones, Belgrano se encontró con una provincia demacrada, tensionada por las pretensiones expansionistas del Brasil y del Paraguay y poblada por los descendientes de un pueblo que, apenas medio siglo atrás, había protagonizado su propia historia en el marco de las Misiones guaraní-jesuíticas. Con ese pueblo, con sus líderes, el futuro creador de la bandera debió dialogar, negociar e interactuar. Como veremos más adelante, la Misiones de 1810 no se plegó fervorosa a la revolución propuesta por Belgrano. Más bien se mantuvo expectante, como a la espera de un llamado que la despierte de su letargo. Letargo de la que ni siquiera Belgrano, con toda su ilustración y su humanismo, pudo sustraerla.

 

 

Por Pablo Camogli

 

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