Vivir con miedo durante la pandemia: el hombre que intentó matarla está libre y vive a 150 metros de ella

Mara se encierra aterrorizada en su casa de la villa 21-24 ( Buenos Aires) y se cruza en los pasillos con él. El agresor ni siquiera tiene una tobillera electrónica y viola la perimetral de 500 metros.

El video de Mara González empezó a circular por las redes sociales. Es el llamado desesperado de una mujer que, en medio de la pandemia, tiene miedo, por ella y por su familia. Su expareja, Guillermo Silva, que intentó matarla y fue condenado a 6 años de prisión, está en libertad y vive a una cuadra y media de su casa en la villa 21 24.

«Mi nombre es Mara. Tengo 30 años cuatro hijes, todes menores. En el 2018 sufrí un intento de femicidio. Desde ese momento, mi vida cambió. Vivo paralizada por el miedo siempre. Si bien puedo hablar de todas las causas judiciales, inclusive del juicio, hoy quiero hablar de cómo vivo la cuarentena en el barrio desde que empezó», dice en la grabación.

El hombre que trató de asesinarla, después agredió a su sobrina y a su hermanita y amenazó a su mamá. A pesar de que rige una restricción perimetral, Silva se instaló en la casa de su madre, a 150 metros de la de Mara.

«Llevo realizadas siete denuncias por incumplimiento de la perimetral. Cuando abro un ojo a la madrugada mis sueños son perturbadores. Lo único que pienso es ‘un día más viviendo a cuadras de la persona que intentó matarme’. Soy una sobreviviente en esta cuarentena donde nadie me da una respuesta. Vivo con angustia, dolor y mucho miedo», añade.

«Somos, con mis hijos, prisioneros del sistema que no se lleva al culpable preso, que lo deja caminar libremente por los pasillos que frecuentamos siempre», relata.

«Cuando me hablan de fase dos de la cuarentena, nosotros como familia vivimos fase cero porque no podemos salir del miedo de ver a Guillermo, porque no podemos cortar con esto. Este fin de semana les niñes podían salir, pero mis hijes no», explica angustiada.

«El sistema judicial te expone y te deja sola todo el tiempo. Yo pido en este momento no ser una cerámica en el barrio, no quiero ser una menos«, suplica.

La violencia constante

Una madrugada Guillermo Silva se presentó en la casa de su exconcubina Mara González. Ella estaba en la cama. Le dio un golpe de puño en la espalda, la arrastró del cuello hasta el piso del cuarto y empezó a ahorcarla y asfixiarla. Le puso un trapo en la boca para que dejara de gritar.

Más tarde, cerca de las 18, la pateó en el vientre hasta dejarla sin aire. La empujó contra el lavarropas y le lastimó la cintura. Le dio puntapiés en el cuerpo y en la cabeza, le provocó un desmayo y le fracturó la nariz. Salió corriendo, diciendo que la había matado.

«Somos, con mis hijos, prisioneros del sistema que no se lleva al culpable preso, que lo deja caminar libremente por los pasillos que frecuentamos siempre», relata.

«Cuando me hablan de fase dos de la cuarentena, nosotros como familia vivimos fase cero porque no podemos salir del miedo de ver a Guillermo, porque no podemos cortar con esto. Este fin de semana les niñes podían salir, pero mis hijes no», explica angustiada.

«El sistema judicial te expone y te deja sola todo el tiempo. Yo pido en este momento no ser una cerámica en el barrio, no quiero ser una menos«, suplica.

La violencia constante

Una madrugada Guillermo Silva se presentó en la casa de su exconcubina Mara González. Ella estaba en la cama. Le dio un golpe de puño en la espalda, la arrastró del cuello hasta el piso del cuarto y empezó a ahorcarla y asfixiarla. Le puso un trapo en la boca para que dejara de gritar.

Más tarde, cerca de las 18, la pateó en el vientre hasta dejarla sin aire. La empujó contra el lavarropas y le lastimó la cintura. Le dio puntapiés en el cuerpo y en la cabeza, le provocó un desmayo y le fracturó la nariz. Salió corriendo, diciendo que la había matado.

En ese momento, ya no vivían juntos. Mara había decidido separarse cuando él, después de celarla, revisarle el celular (le rompió siete), alentar a su hijo mayor a que le contara cómo salía vestida y amenazarla con desfigurarla, le clavó un cuchillo en una pierna.

Entonces, estuvo internada en el Hospital Británico. Antes, le había quemado ropa y se le había subido encima cuando estaba embarazada de nueve meses de la hija de ambos.

La amenazó con conseguir que el padre de sus hijos mayores se los quitara y la perseguía en el trabajo y en la escuela.

Esta sucesión de hechos de violencia terminó con la denuncia judicial y un juicio oral. Silva fue condenado a 6 años de prisión, pero no por intento de femicidio, sino por lesiones leves y graves agravadas por el vínculo.

Sin embargo, lo dejaron en libertad. «El Tribunal en lo Criminal 3 , que no es precisamente garantista, lo hace porque considera que Silva no es un peligro para la víctima y porque la calificación se lo permite», explica la abogada Luli Sánchez, que interviene en otro proceso que está a punto de llegar a juicio oral, en el que Silva agredió a dos nenas de la familia y hostigó a la mamá de Mara.

Silva tiene que presentarse una vez por mes al tribunal y al juzgado correspondiente. En enero, se dispuso que debía llevar una tobillera electrónica que suena en la casa de Mara si el condenado se acerca a menos de 500 metros de su vivienda, pero la medida nunca se concretó.

Ella presa en su casa mientras el agresor está libre

«Silva ejerce control y una vigilancia permanente sobre ella y sobre sus hijos. Ahora, sin informar al juzgado, se mudó a una cuadra y media de Mara. La custodia policial no hace actas cuando lo ven infringiendo la perimetral. Y cuando Mara va al Ministerio Público Fiscal y a la Oficina de Violencia de la Corte no le creen, porque no hay actas», argumenta la abogada.

«Ella es la que está presa en su casa y en riesgo permanente. Si el tribunal hubiera sido no punitivista tendría que haber dispuesto alguna medida de resocialización o rehabilitación y no lo hizo. No hay medida reparatoria ni transformadora alguna.Y Mara está a cargo de cuidar su propia vida y la de los suyos«, continúa.

La causa por agresiones de Silva a una hermanita y una sobrina de Mara está a punto de llegar a juicio.

Mara es lesbiana y una referente en su comunidad. Los prejuicios, en un caso en el que la denunciante además es «villera», pesan. «En la causa no hay nada de su identidad de género que esté explicitado, y para ella eso es importante. No se hace visible un elemento que profundiza su vulnerabilidad», alega Sánchez.

«El tribunal interpreta que el lesbianismo es una práctica sexual privada, y no entiende que requiere una protección especial y reforzada. Terminan violentándola más. Mara corre serio peligro», concluye.

 

(TN)

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