Carta de Monseñor Juan Rubén Martínez: «Seremos creíbles si nos reconocemos como hermanos»

El miércoles de ceniza, con la masiva participación del Pueblo de Dios en las misas que se celebraron en las distintas parroquias y comunidades, hemos iniciado el tiempo de la Cuaresma. Para acompañar  la reflexión de este tiempo, escribo  habitualmente una carta pastoral que iremos compartiendo en los próximos domingos.

 

«Nos disponemos a celebrar el tiempo cuaresmal como un tiempo de gracia y penitencia que nos prepara a vivir más intensamente el misterio central de nuestra fe que es la Pascua. Nuestra fe, que está centrada en la persona de Jesucristo el Señor, de quien queremos ser discípulos y misioneros, nos lleva a revisar nuestra vida y espiritualidad. Y lo hacemos a la luz del Evangelio de Aquel en quien creemos, de Aquel que se hizo uno de nosotros para salvarnos y se reveló para que comprendamos que nuestra vida está cargada de sentido y que todos los bautizados tenemos una vocación y una misión.

En la Pascua celebramos el misterio del amor de Dios. De un Dios cercano que se hizo  hombre, de Jesucristo el Señor que por nosotros murió y resucitó. En estas semanas de  Cuaresma, a través de la espiritualidad de la liturgia, nos disponemos a renovar nuestra fe,  esperanza y caridad. Esta carta cuaresmal lleva por título, «Seremos creíbles si nos reconocemos  como hermanos». El texto del Evangelio de San Juan nos ayuda a comprender la necesidad del
amor a los hermanos: «Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que también  ellos estén en nosotros para que el mundo crea que Tú me enviaste» (Jn 20,21). En esta reflexión  cuaresmal buscaremos revisar cómo vivimos este pedido del Señor de reconocer al otro como  hermano. Este mandato del Señor viene del Evangelio y es válido para todos los tiempos, pero,  particularmente en el nuestro, tendremos que considerarlo especialmente.  Amar a Dios y amar  al prójimo será indispensable en esta época donde el contexto secularista rompe vínculos llevándonos a omitir a Dios y a ser indiferentes o incluso dañar a otros para sobrevivir en
ámbitos excesivamente competitivos dominados por lo mercantil y el materialismo.

 

El fundamento último del amor humano está dado en el mismo amor trinitario. De  hecho, el evangelio de Juan resalta la expresión del Señor en el versículo que ilumina esta carta:  «que sean uno como Tú, Padre, y yo, somos uno» y agrega algo fundamental: «para que el  mundo crea». Como causa de credibilidad del anuncio, de nuestra acción evangelizadora, se pone la unidad.  En efecto, Cristo ha venido a ser semejante en todo a nosotros para que
nosotros seamos hijos en Él (Heb 2,10-17). Para que seamos hijos de Dios en sentido pleno, capaces de decirle «Abba», es decir, Padre. Somos también coherederos de Cristo porque somos
ya sus hermanos (Rom 8,14-17)».

En este primer domingo de Cuaresma, leemos el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. (Mt 4,1-11). Allí, respondiendo al tentador, Jesús nos enseña que «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Que la meditación de la palabra de Dios nos ayude a caminar como hermanos y con esperanza este tiempo de gracia y de conversión.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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