Vezná, el tiempo de la siembra

Los Spaciuk producen yerba en Apóstoles desde hace casi 120 años. Hace poco más de dos décadas, en medio de la crisis más grave que enfrentó esta producción, decidieron abrirse camino con una marca propia que rinde tributo a los orígenes ucranianos de la familia. El cuidado de la calidad, el marketing boca a boca y la atención personalizada llevaron a la yerba Vezná a distintos lugares del país. Bajo la dirección de Alberto Spaciuk, la marca llegó a consolidarse y tiene demanda asegurada, pero don Alberto prefiere no expandir la producción para poder seguir garantizando calidad.

 

Detrás de la yerba Vezná hay una historia que se remonta a los albores de la colonización de Apóstoles y es fiel reflejo del espíritu de superación que caracterizó a los inmigrantes a llegaron a Misiones y a su descendencia. “Somos una familia yerbatera desde la generación de mis abuelos que en 1901 pisaron tierra misionera. Llegaron en carreta desde Posadas junto a otras familias, fue el segundo contingente en llegar a Apóstoles”, recuerda Alberto Spaciuk, creador de la marca que a pesar de trabajar a muy pequeña escala, hoy llega a prácticamente todo el país en un esquema de comercialización en el que prima el contacto directo del productor con el cliente.

 

 

Con humor rememora que el primer contacto de sus abuelos con la yerba mate fue a través de las cajas de provisiones que recibieron al llegar a Misiones y entonces no sabían ni siquiera cómo consumirla. “No sabían qué hacer con eso, si ponerle azúcar o sal, si prepararlo como si fuera una polenta, hasta que algún criollito que andaba por ahí les enseñó a tomar mate”, rememoró.

 

No sabemos si a don Basilio Kuz le habrá gustado aquel primer mate amargo que probó, lo cierto es que algunos años después, en 1930, plantó el primer yerbal de la familia, dos hectáreas que todavía están en producción con tres cuartas partes de las plantas originales.

 

Poco después la posta pasó a manos de don Nicolás Spaciuk, yerno de don Basilio y padre de Alberto, quien logró ampliar las plantaciones en una ventana de oportunidad que las férreas regulaciones imperantes abrieron en 1950. “Se ampliaron las plantaciones en todo Misiones, pero fue muy acelerado y se volvieron a cerrar rápidamente las plantaciones. Pudimos agregar 30 hectáreas más antes de la regulación. Trabajamos nosotros con tractor, caballo, arado y carro, aprendimos a hacer vivero, a juntar la semilla, no sabíamos que había muchas variedades de yerba, plantábamos lo que había”, recordó.

 

 

Con poca asistencia técnica, a la segunda y tercera generación compuesta por Nicolás Spaciuk y sus hijos les tocó aprender a hacer de todo: desde el vivero hasta la cosecha. “Mi padre hizo vivero para la venta, ahí aprendimos a trabajar desde la siembra, porque es un proceso muy especial, hoy se acelera bajo carpa, pero en aquellas épocas era distinto, usábamos cacharros de barro y viveros de ramas”, señaló.

 

Con los 60 comenzaron las crisis, primero con la apertura de las importaciones desde Brasil, después con la cupificación que se manejo con criterios no muy claros que favorecieron a pocos y perjudicaron a muchos, entre ellos a los Spaciuk, y finalmente con la desregulación que aceleró la concentración en detrimento de los pequeños productores. “Nuestros yerbales estaban en pleno apogeo cuando vino la regulación que nos dejó un cupo miserable. Después con la desregulación los grandes nos arreglaban con la plata que querían, los pequeños productores llegaron a entregar su hoja verde a cambio de galleta, eso fue así. Durante diez años pasamos casi hambre”, recordó con tristeza don Alberto.

 

En lo más duro de la crisis yerbatera que llevó a la creación del INYM, cuando el precio de la hoja verde alcanzaba sus mínimos históricos, Alberto Spaciuk –que por entonces ya estaba a cargo de los yerbales de la familia- decidió que era tiempo de salir a disputarle a los grandes molineros una parte de la rentabilidad que obtenían de la venta de producto elaborado.

 

“Nosotros producíamos mucho, pero vendíamos a muy bajo precio, los costos aumentaban. Yo viendo esto digo: ‘esto no puede seguir así porque mi abuelo no la disfrutó, mi padre trabajó hasta morirse y tampoco la disfrutó, tuvo que pagar un tractor prendado. Había que buscar otra salida, que era la del valor agregado, entonces comenzamos con la molienda tercerizada y la marca propia y estamos en eso hasta el día de hoy”, indicó.

 

 

Llegó entonces el momento de definir una marca, algo que no resulta sencillo porque hay que pasar el filtro del Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual, más conocido como el INPI, que controla que ninguna marca nueva tenga similitudes fonéticas, ni gráficas con otra marca ya existente. “Presentamos cien propuestas, ninguna fue aprobada. Ya desesperado una noche con mi señora le digo: ‘ahora qué hacemos’ y ahí me acordé de mi madre que cuando vivía en el campo siempre cuando terminaban las clases de la primaría decía: ‘vamos a hacer trabajo de Vezná’, que es trabajo de siembra, trabajo de campo y la Vezná significa primavera en ucraniano. A nosotros nos gustaba mucho porque acompañábamos a mi abuelo al campo y era el tiempo de la floración. A mí quedó muy grabada esa palabra Vezná y ni bien mandamos la propuesta, la marca fue aprobada”, recordó.

 

El desafío entonces fue construir un negocio que fuera rentable a pesar de elaborar en pequeños volúmenes y tercerizar la industrialización, desde el secado hasta el empaquetado. La clave para consolidar la marca fue el sostenimiento de una calidad distintiva que se logra con el cuidado de los yerbales y un estacionamiento natural que respeta los tiempos necesarios para lograr un buen producto.

 

“Si podemos competir es gracias a que nuestro cliente que valora el producto, la promoción es boca a boca. Nuestro principal valor es la calidad, tenemos un producto que sale de una planta que está muy bien cuidada, se estaciona naturalmente, preservado de cualquier contaminación de humedad y de cualquier cosa que pueda dañar a la yerba que es el producto más noble que tenemos en Misiones”, afirmó.

 

Con una producción en pequeña escala, resultó clave para Vezná mantener un esquema de comercialización personalizado, sin intermediarios que encarezcan el producto. Colabora toda la familia vendiendo de manera directa a sus contactos personales y a través de redes sociales.

 

“La comercialización es de persona a persona. Atendemos pedidos directos de clientes para consumo propio o que las venden en sus mercaditos en La Plata, Córdoba, Buenos Aires, Rosario, Paraná, Corrientes, hasta Rio Negro. Llegamos a pesar de los costos de la logística son muy altos y más porque nosotros manejamos volúmenes pequeños, eso hace que fuera de Misiones mi yerba sea cara, pero gracias a que es apreciada se consume igual”, destacó Alberto.

 

La demanda está en crecimiento constante, pese a ello don Alberto no proyecta ampliar la producción, en parte porque así puede seguir garantizando la calidad de un producto que apunta a un nicho particular de consumidores que aprecia la yerba elaborada y estacionada según marcan los procesos tradicionales, pero en parte también porque no encuentra a quien pasarle la posta dentro de su familia. “No me embarco en algo más costoso o más grande porque esto es un negocio familiar y no tengo continuadores. Me quedaré con eso hasta que me den las fuerzas”, finalizó.

 

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