Análisis semanal: sobre el optimismo mágico del Sí se puede, la plancha de Alberto y la virtud del desendeudamiento

 

El último tramo de la campaña muestra una profundización de las tendencias que se iniciaron tras el sacudón de las PASO. En una vuelta de tuerca al teorema de Baglini, el presidente Macri protagoniza un nuevo raid de optimismo bastante escaso de sustento real y dispara una catarata de anuncios electoralistas de improbable sostenimiento en el tiempo, mientras que el virtualmente electo Alberto Fernández, confiado en la ventaja que le aseguran las encuestas, prefiere “hacer la plancha”, lo que no le priva de generar confusión las pocas veces que intenta anticipar alguna medida concreta.

 

El rotundo fracaso electoral de agosto reperfiló la campaña del oficialismo que cambió la big data, el focus group, el microtargeting, la data science y la comodidad de las redes sociales por un shock de proselitismo a la usanza más tradicional: actos de campaña y un candidato haciendo promesas de dudoso cumplimiento.

 

Los resultados de esa estrategia fueron el tour del “Sí, se puede” que esta semana llegó a Posadas y una línea de discurso unificada según la cual si el presidente resultara reelecto se terminaría el tiempo del sacrificio y llegaría la hora del crecimiento sostenido. En varias de sus marchas, Macri anticipó que en un hipotético segundo mandato iría a “resolver el tema económico”, aunque no aclara porqué no lo hizo en algún momento libre que le haya quedado durante los últimos casi cuatro años en los que ejerció la máxima magistratura.

 

“El próximo  presidente va a recibir una economía que en algunos sentidos tiene mejores condiciones: un tipo de cambio competitivo y un déficit fiscal más controlado”, argumentó el economista y diputado del PRO, Eduardo Amadeo, en una entrevista con Misiones Online. Tomando en cuenta el contexto general actual, decir que el próximo presidente tendrá una economía mejor que la que recibió Macri suena cuanto menos discutible, mientras que los dos aspectos puntuales a los que hace referencia tampoco resultan sólidos.

 

En lo que refiere a la competitividad del tipo de cambio, basta con recordar que desde la asunción de Macri Argentina atravesó sucesivas devaluaciones que llevaron al dólar de cotizar a menos de 10 pesos (con cepo) a más de 60 pesos, sin que ello haya servido para incrementar las exportaciones, que se mantienen en valores muy inferiores a los de 2011 o 2012, cuando supuestamente Argentina vivía “aislada del mundo”.

 

En cuatro al déficit, la baja a la que hacen alusión los analistas afines al oficialismo alcanza solamente al déficit primario que este año cerrará por debajo de 1% del PBI, bastante menos que la cifra cercana al 7% que dejó el gobierno de Cristina, sin embargo todo ese ahorro conseguido en base a una política de ajuste que deterioró todos los índices sociales, no alcanzará a compensar el creciente aumento en los vencimientos de la deuda.

 

Por otra parte, la alta valoración que hacen desde el oficialismo de la disciplina fiscal resulta contradictoria con la catarata de anuncios que viene formulando el presidente, la mayoría de los cuales implica costo fiscal.

 

La estrategia de campaña de Macri en las semanas previas a la cita de octubre parece más orientada a conservar el voto del círculo duro de centro derecha de clase media y media alta, que a ampliar el rango de votantes. En sus discursos se dirige a la clase media a la que identifica como la más perjudicada por la crisis económica y a la que atribuye valores intrínsecos como la honestidad y la voluntad de trabajo.

 

Lejos quedó el Macri de principios de 2017 que buscaba ampliar su base al incorporar temas propios de la agenda progresista, como la equidad entre géneros y el aborto. En su nuevo giro conservador, el presidente ya no hace guiños al feminismo, en cambio no pierde oportunidad de declararse “pro-vida” y sus discursos abundan en referencias sazonadas al gusto de la centro-derecha, como la condena al (indefendible) régimen de Maduro, el “combate” al narcotráfico y a la delincuencia en general, la defensa de los “valores de familia” y una crítica a los planes sociales.

 

De la mano de este endurecimiento del discurso oficial, crecen las figuras del camaleónico Miguel Pichetto y la “dama de hierro” Patricia Bullrich, que se encargan de alimentar a las fieras con declaraciones demasiado incorrectas para ponerlas en boca de un presidente. La estigmatización del pobre, caracterizado usualmente como alguien que prefiere “vivir de planes” en vez de trabajar y de los inmigrantes de países fronterizos a los que se los relaciona con el delito.

 

En esa línea actuó Bullrich esta semana al habilitar a las fuerzas federales a pedir documentos “por portación de cara” en las estaciones de trenes. Pichetto llevó al paroxismo la línea de la mano dura al proponer la dinamita como solución a la venta de drogas en la villa 1-11-14 de Buenos Aires. Curioso devenir en de un gobierno que asumió prometiendo urbanizar las villas y termina con uno de sus principales referentes, proponiendo hacer “volar todo por los aires” con explosivos.

 

La necesidad diaria del presidente Macri de generar golpes de efecto contrasta con la calma que reina en las filas del Frente de Todos. Confiado, tal vez demasiado, en la ventaja que le auguran las encuestas Alberto Fernández se muestra medido en sus declaraciones y no abunda en anuncios concretos que anticipen cómo sería su hipotética presidencia. Aún así, cada vez que desliza de modo genérico e indefinido alguna posible acción de gobierno, genera algún grado de incertidumbre que lo obliga a desdecirse incrementando así la confusión general.

 

Primero fue una declaración ambigua con relación al pago de las Leliq que este Gobierno emitió a mansalva, lo que lo obligó a un interminable raid de aclaraciones y más recientemente, la posibilidad de aumentar el impuesto a los bienes personales que fue mencionada por el candidato ganador de las PASO como una posibilidad para incrementar los ingresos fiscales sin afectar a los sectores más vulnerables de la población. Después de generar el rechazo que todo anuncio de aumento impositivo produce, Fernández se vio obligado nuevamente a salir a calmar las aguas y esta vez aclaró que se trataba solamente de una idea que “merece mayor análisis”.

 

Venezuela es otro tema respecto del cual el Frente de Todos emite señales ambiguas. El asunto no es menor, porque en el medio está Estados Unidos que tendrá injerencia directa en la renegociación de la deuda con el FMI que necesitará el futuro gobierno argentino cualquiera sea el presidente.

 

En su reciente visita a Uruguay, Fernández planteó que Argentina, México y Uruguay deberían “ser parte de los países que quieren ayudar a los venezolanos a encontrar una salida” y añadió que “el Grupo Lima es contradictorio con esto”.

 

Para la administración de Trump no hay vías alternativas, la única solución posible al “problema de Venezuela” es la salida del poder de Nicolás Maduro y el único alineamiento que les corresponde a los países de Latinoamérica es la pertenencia al Grupo de Lima.

 

El encargado de tranquilizar a los estadounidenses fue Sergio Massa, quien se apersonó en el  Wilson Center para declarar que “negar lo que ocurre hoy en Venezuela es ser cómplices” y cerrar con una aclaratoria esperada por el auditorio “lo que debe quedar claro es que en Venezuela hay una dictadura”, dijo.

 

Más lejos de la reelección

 

Los números de las no siempre fiables encuestadoras sugieren que la diferencia a favor de Fernández alcanzada en las PASO se estaría agrandando, lo que le valdría al candidato del Frente de Todos un claro triunfo en primera vuelta.

 

Una encuesta de tipo presencial de Gustavo Córdoba y Asociados (el método telefónico usado por la mayoría de las encuestadoras en la previa de las PASO demostró una escandalosa ineficacia) le dio a la fórmula Fernández – Fernández una diferencia de casi 20 puntos sobre el binomio Macri – Pichetto y sugiere que Lavagna está capitalizando la pérdida de votos del oficialismo.

 

En su análisis, Gustavo Córdoba evaluó que “la idea de que las tendencias electorales pueden sufrir un brusco cambio, no parece tener lugar en el actual contexto, debido a que el voto ideológico no supera el 30 por ciento y la mala praxis económica sigue siendo el anclaje del voto opositor al gobierno. Por otro lado, la imagen de Alberto Fernández llega por primera vez al 53,3 por ciento contra un 38 por ciento de negativa. La imagen de Mauricio Macri contrasta de manera simétrica, obteniendo 38 por ciento de imagen positiva versus un 60,5 de imagen negativa”.

 

 

El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), que conduce el español Alfredo Serrano, también difundió un estudio de opinión esta semana. También anticipa un claro triunfo de Fernández, pero por una diferencia un poco menor, de casi 18 puntos porcentuales.

 

 

 

El Celag también preguntó a sus encuestados cuál creía que fue el peor presidente democrático de la historia argentina. Macri encabezó la lista con 36% de los votos superando a Fernando de la Rúa que se quedó con 20% de las menciones.

 

 

El valor del desendeudamiento

 

Desde el famoso empréstito de la Baring Brothers tomado por Bernardino Rivadavia en 1824, la deuda externa fue una de las limitantes más importantes que enfrentaron todos los gobernantes argentinos nacionales y provinciales. Mucho se ha escrito respecto al sustancial incremento en la toma de deuda en el que incurrió el gobierno de Macri, pero bastante menos se habla del crecimiento del endeudamiento de las provincias, muchas de las cuales tomaron préstamos en dólares cuyo peso relativo se multiplicó con las devaluaciones.

 

Según un informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), las deudas provinciales medidas como proporción de sus recursos propios (recaudación propia + coparticipación) se duplicaron desde 2015 a 2019.

 

El trabajo indica que  en 2004 las deudas de todas las provincias ascendían a 75.244 millones, lo que representaba 1,62 veces el volumen de recursos propios.

 

Once años después, en 2015, la deuda de las provincias ascendía a 269.384 millones de pesos y la recaudación sumaba 730.329 millones. Es decir, se produjo una brutal caída relativa de la incidencia del endeudamiento sobre los recursos provinciales. La deuda pasó a representar sólo 0,37 veces la recaudación anual.

 

A partir de 2016 se percibe un cambio en el sentido de la curva. La estimación de deuda a finales de 2019 ascendería a 1.730.026 millones y la recaudación propia de las 24 provincias sumaría 961.418 millones, mientras que la coparticipación ascendería a $1.540.976 millones. En definitiva, la deuda “pesará” 0,69 de la recaudación anual, casi duplicando su incidencia respecto de 2015.

 

 

En ese contexto, la situación de Misiones es privilegiada. Según el mismo estudio, es la cuarta provincia con menor proporción de deuda sobre ingresos propios. La deuda de Misiones equivale al 20% de sus ingresos propios, menos de la mitad del promedio nacional.

 

 

No es casual que las provincias con mayor porcentaje de deuda con relación a sus ingresos sean las que experimentan más dificultades para gobernar, independientemente del color político del gobernante. Con una deuda que equivale a 1,8 veces sus ingresos, Chubut es la más endeudada, lo que la llevo a una situación de estallido constante. A duras penas alcanza a pagar salarios que quedaron muy atrasados respecto a la inflación, sus docentes están en lucha hace 12 semanas y hasta una aerolínea dejó de operar allí porque la provincia incumplió con subsidios acordados.

 

Otras provincias que enfrentan problemas de gobernabilidad por un alto nivel de endeudamiento son Neuquén (MPN), Jujuy (UCR), Buenos Aires (PRO), Mendoza (UCR), Tierra del Fuego (PJ) y La Rioja (PJ). Como puede verse, el endeudamiento no tiene que ver con el  color político sino con la capacidad de gestión.

 

En el concierto de las provincias, Misiones se destaca por llevar adelante una administración ordenada, sin necesidad de recurrir a la toma de deuda a pesar de correr con la desventaja de una coparticipación ominosa.

 

Después de enfrentar durante los 90, bajo el gobierno de Ramón Puerta, el proceso de endeudamiento más pronunciado de su corta historia, inició a partir de 2003 un camino de desendeudamiento que no se interrumpió a pesar del retiro de la inversión que la Nación hacía en Misiones en áreas clave como salud, desarrollo social y vivienda.

 

En los últimos años el Gobierno nacional incentivó a las provincias a tomar deudas para llevar adelante obras que antes financiaba el propio estado nacional, Misiones fue una de las que desoyó ese consejo, lo que le permitió atravesar la actual crisis en una situación de mayor comodidad.

 

Las jurisdicciones que sí cayeron en la trampa de la toma de deuda en dólares se vieron obligadas a recortar sus gastos ostensiblemente para poder cumplir con los vencimientos, lo que las puso frente a dificultades concretas para cumplir con obligaciones tan básicas como pagar sueldos.

 

Con la prudencia del que se quemó con leche y prefiere no volver a acercarse a la vaca, Misiones ya se quemó con deuda una vez y no está dispuesta a volver a hacerlo. El premio es el estado de absoluta previsibilidad en el que vive la provincia en tiempos en el que la tranquilidad económica es un bien escaso incluso en los territorios más ricos del país.

 

Misiones y el efecto arrastre

 

En Misiones también se realizaron sondeos de opinión. Uno de ellos, encargado por el Gobierno provincial, confirma una lectura que muchos analistas hicieron de los resultados de las PASO: la gente priorizó el voto a presidente y le prestó mucho menos atención a la categoría diputado nacional, lo que generó un efecto arrastre que benefició a la boleta que acompañaba a la de Alberto Fernández, que se alzó con casi 60% de los votos.

 

El trabajo arroja un dato por demás significativo en ese sentido: la mitad de los votantes no sabía quienes eran los candidatos a diputados de la lista del Frente de Todos, que fue la más votada, con 35% de los sufragios.

 

El escenario para el 27 de octubre sugiere varios cambios a tener en cuenta. Por un lado la alianza que selló el Frente Renovador desde las PASO hasta ahora con el candidato presidencial Alberto Fernández y, por otro, la fuerte presencia de las máximas figuras de la renovación trabajando codo a codo por la boleta del candidato del Frente de Todos.

 

Se espera que producto de esa alianza se produzcan dos cambios. Por un lado Alberto Fernández debería crecer gracias al impulso de la Renovación y por otro lado, crecería la cantidad de electores dispuestos a cortar la boleta del Frente de Todos y acompañarla con la boleta corta renovadora. En este último punto crecen las expectativas del Frente Renovador de pelear por disputar el primer lugar en la categoría diputados, lo que le permitiría poner dos legisladores.

 

Un análisis rápido sugiere que el Frente Renovador hubiera arrasado seguramente si hubiera adherido desde un principio a la boleta presidencial de Fernández, pero desde esa fuerza argumentan que priorizaron mantener el carácter misionerista, con diputados que defenderán las órdenes desde Misiones. Desde el Gobierno están convencidos que haber sostenido la boleta corta le dará muchas ventajas que no hubieran tenido si se hubieran fundido en la boleta nacional de Fernández y con ello, perdido el carácter federal y provincialista.

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