11S: por qué la CIA no detectó el atentado contra las Torres Gemelas pese a las señales que tuvo

 

El fracaso de la CIA a la hora de detectar las señales que advertían de los ataques del 11 de septiembre de 2001 se ha convertido en uno de los temas más controvertidos en la historia de los servicios de inteligencia. Ha habido comisiones, revisiones, investigaciones internas y más.

 

Por un lado están los que dicen que la CIA no notó señales de advertencia obvias. Por el otro, aquellos que argumentan que es notoriamente difícil identificar las amenazas de antemano y que la agencia estadounidense hizo todo lo que era razonablemente posible.

 

Si bien muchas de las investigaciones se centraron en lo que la agencia hizo o dejó de hacer con la información disponible antes del 11S, pocos dieron un paso atrás para examinar la estructura interna de la propia CIA y, en particular, sus políticas de contratación.

 

Y desde una perspectiva tradicional, eran inmejorables: los potenciales analistas eran sometidos a una batería de exámenes psicológicos, médicos y de todo tipo. Y no hay duda de que contrataron personas excepcionales.

 

«Los dos exámenes principales eran uno del tipo de la prueba de acceso a la universidad para determinar la inteligencia de un candidato y un perfil psicológico para examinar su estado mental», explica un veterano de la CIA.

 

«Las pruebas eliminaban a cualquiera que no fuera sobresaliente en ambos casos. En el año en que presenté mi solicitud, aceptaron a un candidato por cada 20.000 solicitantes. Cuando la CIA decía que contrataba a los mejores, estaba en lo cierto», agrega.

 

Y, sin embargo, la mayoría de estos reclutas también se veían muy similares: hombres, blancos, anglosajones, estadounidenses, de religión protestante.

 

Este es un fenómeno común en el reclutamiento, a veces llamado «homofilia»: las personas tienden a contratar a personas que piensan (y a menudo se ven) como ellos mismos.

 

Y es que a uno lo valida el estar rodeado de personas que comparten las propias perspectivas y creencias.

 

De hecho, los escáneres cerebrales sugieren que cuando otros reflejan nuestros propios pensamientos eso estimula los centros de placer de nuestros cerebros.

 

En su estudio sobre la CIA, los expertos en inteligencia Milo Jones y Phillipe Silberzahn escriben: «El primer atributo consistente de la identidad y cultura de la CIA desde 1947 hasta 2001 es la homogeneidad de su personal en términos de raza, sexo, etnia y antecedentes de clase».

 

¿Qué tuvo que ver Osama Bin Laden?

 

Osama bin Laden le declaró la guerra a Estados Unidos desde una cueva en Tora Bora en febrero de 1996. Las imágenes mostraban a un hombre con una barba que le llegaba hasta el pecho. Vestía una túnica debajo del uniforme de combate.

 

Hoy, dado todo lo que sabemos sobre el horror que desencadenó, la declaración parece amenazante.

 

Pero una fuente de la principal agencia de inteligencia de EE.UU. dijo que la CIA «no podía creer que este saudita alto y con barba, en cuclillas alrededor de una fogata, pudiera ser una amenaza para Estados Unidos».

 

En otras palabras, para una masa crítica de analistas, Bin Laden parecía primitivo y relativamente inofensivo.

 

Richard Holbrooke, un alto funcionario del gobierno del presidente Clinton, lo expresó de esta manera: «¿Cómo puede un hombre en una cueva superar a los líderes mundiales de la sociedad de la información?».

 

Otro dijo: «Simplemente no pudieron justificar la necesidad de destinar recursos para averiguar más sobre Bin Laden y Al Qaeda porque el tipo vivía en una cueva. Para ellos, era la esencia del atraso». Ahora, considera cómo alguien más familiarizado con el islam habría percibido las mismas imágenes.

 

Bin Laden llevaba una túnica no porque fuera primitivo en intelecto o tecnología, sino porque trataba de parecerse al profeta Mahoma. Ayunaba los mismos días que Mahoma ayunó. Sus poses y posturas, que a un público occidental le parecían tan atrasadas, eran las mismas que la tradición islámica atribuye al más sagrado de sus profetas.

 

Como lo expresó Lawrence Wright en el libro sobre el 11 de septiembre que le valió el Premio Pulitzer, Bin Laden orquestó su operación «invocando imágenes que eran profundamente significativas para muchos musulmanes pero prácticamente invisibles para aquellos que no estaban familiarizados con esa fe».

 

Jones escribe: «La anécdota de la barba y la fogata es evidencia de un patrón más amplio en el que los estadounidenses no musulmanes, incluso los consumidores de inteligencia más experimentados, subestimaron a Al Qaeda por razones culturales». En cuanto a la cueva, esta tenía un simbolismo aún más profundo.

 

Como casi cualquier musulmán sabe, Mahoma buscó refugio en una cueva después de escapar de sus perseguidores en La Meca. Para un musulmán, una cueva es sagrada. El arte islámico está lleno de imágenes de estalactitas.

 

Y Bin Laden modeló su exilio en Tora Bora como su propia hijrah personal, utilizando la cueva como propaganda.

 

Como dijo un erudito musulmán: «Bin Laden no era primitivo; era estratégico. Sabía manejar las imágenes del Corán para incitar a aquellos que luego se convertirían en mártires en los ataques del 11 de septiembre».

 

Los analistas también fueron engañados por el hecho de que Bin Laden a menudo emitía pronunciamientos en forma de poesía.

 

Para los analistas blancos de clase media, esto parecía excéntrico y reforzaba la idea de un «mullah primitivo en una cueva».

 

Para los musulmanes, sin embargo, la poesía tiene un significado diferente. Es sagrada. De hecho, los talibanes se expresan habitualmente en poesía.

Imágenes de los heridos tras el atentado.

 

La agencia estadounidense, sin embargo, estaba estudiando los pronunciamientos de Bin Laden utilizando un marco de referencia sesgado.

 

Como lo expresaron Jones y Silberzahn: «La poesía en sí misma no estaba únicamente en un idioma extranjero, el árabe; también provenía de un universo conceptual a años luz de la sede de la CIA».

 

Para el año 2000, la «chusma antimoderna y sin educación» que seguía a Bin Laden había crecido hasta alcanzar unas 20.000 personas, en su mayoría con educación universitaria y con un sesgo hacia la ingeniería.

 

Yazid Sufaat, quien se convertiría en uno de los investigadores de ántrax de Al Qaeda, tenía un título en Química. Y muchos estaban listos para morir por su fe.

 

Mientras tanto, el alto funcionario de la CIA Paul Pillar (blanco, de mediana edad, educado en una universidad de élite), estaba descartando la posibilidad misma de un gran ataque terrorista.

 

«Sería un error redefinir el contraterrorismo como la tarea de lidiar con el terrorismo ‘catastrófico’, ‘grandioso’ o el ‘súperterrorismo’, cuando en realidad esas etiquetas no representan la mayor parte del terrorismo que Estados Unidos probablemente deba enfrentar», dijo.

 

Y otro defecto en las deliberaciones de la CIA fue su renuencia a creer que Bin Laden iniciaría un conflicto con Estados Unidos.

 

Los analistas no habían dado el salto conceptual que permite entender que para los yihadistas la victoria no debe asegurarse en la tierra sino en el paraíso. De hecho, el nombre en clave de Al Qaeda para la trama era «La gran boda».

 

Y es que en la ideología de los suicidas, el día de la muerte de un mártir es también el día de su boda, cuando es recibido por vírgenes en el cielo.

 

La CIA podría haber asignado más recursos a investigar a Al Qaeda. Podría haber intentado infiltrar la organización. Pero en la agencia fueron incapaces de comprender la urgencia. No asignaron más recursos, porque no percibieron una amenaza.

 

No buscaron penetrar Al Qaeda porque ignoraban el agujero en su análisis. Y el problema no se limitaba (únicamente) a la incapacidad de conectar los puntos en el otoño de 2001, sino que remitía una falla en todo el ciclo de inteligencia.

Así luce hoy el lugar donde estaban las Torres Gemelas

 

 

 

Fuente: BBC Mundo

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