Moncho eterno

Antes de que comiences esta lectura es necesario que te avise que las siguientes palabras están mojadas por lágrimas. No es que te quiera asustar, pero mis últimos días estuvieron marcados por una mezcla de sentimientos que van desde el orgulloso llanto de haber sido nieto de un gran tipo a la tristeza infinita de no poder ver la sonrisa de mi abuelo este Domingo. Desde el Miércoles pasado, el Valle del Cuña Pirú, formación geológica que embellece a la localidad de Aristóbulo del Valle, se vio desbordado por el agua que brotó en los ojos de cientos de misioneros, que despedimos con gran dolor los restos físicos de Ramon “Moncho” Closs, pionero en la política y en el mundo de los negocios de la zona centro de la Provincia de Misiones.

 

Moncho nació en la pequeña pero dichosa localidad de Olegario Victor Andrade, un 9 de Agosto de 1939. Andrade y sus pueblos vecinos como Cerro Corá y Bella Vista, fueron la cuna de muchos transportistas misioneros que entendieron que lo que allí se producía no podía ser solamente consumido en estas tierras, por lo que decidieron aventurarse en los caminos de nuestra tan afamada tierra colorada para llevar sus productos a la casa de todos los misioneros. Moncho, en su faceta de camionero, entendió que este era el puntapié inicial para convertirse en el gran empresario que fue un tiempo después. Pero mi abuelo no estaba solo, tenía el apoyo de sus padres Raimundo y Emma, dueños de un almacén de ramos generales, tipo de negocio muy conocido en la época. Fue allí donde conoció a una joven maestra de origen sueco, Marina Edith Olsson, quien se enamoró de Moncho y la forma con la que prendía los fósforos para encender su cigarrillo: lo hacía con la suela de uno de sus zapatos. Él también se enamoró perdidamente de ella. A los tempranos 19 años, este joven emprendedor decidió casarse con esta bella mujer. 

 

En los cincuentas del siglo pasado, Andrade empezó a vivir una crisis, por lo que los jóvenes decidieron seguir sus vidas en un pujante pueblo del interior de Misiones llamado Aristóbulo Del Valle, el pueblo que decidieron amar para siempre, más precisamente, en un comienzo se instalaron en Salto Encantado, donde en el año 62’ Moncho firmó su primer contrato como concesionario de la empresa estatal YPF y Marina enseño como docente a los alumnos de la escuela Número 319. A partir de esta relación empresarial con una de las empresas más importantes de la Argentina, el sueño de un aguerrido camionero empezaba a tener forma. En Aristóbulo, ya afincados en el centro del pueblo, criaron a sus tres hijos: Omar Alberto, Alicia Liliana y Maurice Fabian. Aquí también criaron y malcriaron a sus nietos y bisnietos.

 

A la hora de los negocios, Moncho era un distinto. Era un gran visionario. Pueblo que crecía, pueblo que construía una estación. A pesar de no haber terminado la secundaria, manejaba los números mejor que muchos matemáticos y además tenía la virtud de lograr que los números finales casi siempre lleven adelante un signo positivo. De igual manera, prefería gastar su saldo en inversiones a futuro o en llegar al corazón de los demás, ya sea con flores para Marina o con un whisky como regalo para un amigo. Si se daba un gustito era para comprar un habano o salir a comer afuera, pero siempre quería compartir sus momentos con los demás. Él estaba enloquecido por darle trabajo a los más jóvenes, sentía que en ellos estaba el futuro de su empresa y de la provincia. Apostaba siempre a lo nacional, creía en el sector financiero, pero no vivía de eso. Para él, lo más importante era recorrer los diferentes establecimientos productivos que administraba. Prefería eso antes que leer una hoja con las cuentas de la empresa. Era un piloto de tormentas en las crisis. Moncho fue uno de los misioneros que más trabajo le dio a sus coterráneos en el sector privado.

 

En la política fue un tipo muy democrático, de raíces radicales. Uno de sus más preciados recuerdos fue haberlo recibido a Raúl Alfonsín en su casa. El ex presidente de la Nación Argentina tuvo el privilegio de probar la rica chipa de Doña Marina. Supo entender que la disputa entre radicales y peronistas no debía ser una guerra; es más, siempre contaba que su suegro, Víctor Olsson, era un empedernido peronista quien como peón rural llego a saludar al General Perón. Moncho no creía en grietas. Quizás este sano pragmatismo fue lo que lo llevo a ser uno de los articuladores del Frente Renovador de la Concordia Social, partido que agrupa peronistas y radicales, y que años después llevó en la boleta como gobernador a su hijo Maurice. Moncho fue concejal e intendente del pueblo de su vida, Aristóbulo Del Valle, además fue Diputado Nacional, candidato a Gobernador por la UCR bajo una inusual campaña a bordo del “Camioncho” y legislador provincial, todo esto en representación de su amada Misiones.

 

Como amigo fue un buen consejero, amaba juntarse a comer y tomar una medida de whisky con su “gente”. Tenía amigas y amigos, a todas y a todos los trataba de igual manera. No había sexo, religión, cultura, educación, estatus social, equipo de fútbol, que le pudiera significar un tipo de trato diferente hacia cada persona. Siempre estaba dispuestos a escuchar. Y si había tiempo después del almuerzo o de la cena, le encantaba fumar un “charuto”.

 

Era humilde, solidario y optimista. Vivía el presente pero también hacía para el futuro. Tenía mucho sentido del humor. Debido a los acontecimientos de estos días, llegaron a mis oídos historias que me hicieron destartalar de la risa, aunque quizás el lugar y el momento en el que me reía no eran los indicados. Pero no aguantaba, Moncho y sus ocurrencias me hacían reír igual.

 

 

Moncho fue un gran esposo, un ejemplar padre y el mejor abuelo del mundo. Vivía para nosotros, y nosotros vivíamos para él. No existía la tristeza en su diccionario, todos los días nos recibía cantando canciones que inventaba con nuestros apodos: la mía era, por ejemplo, “Erickito, pito, pito, que se va en el la escuela, bueno bueno, bueno bueno”. Hasta a sus dolores de espalda les inventaba canciones. Siempre positivo. En la mesa no paraba de sonreírte, y cada tanto pronunciaba palabras elementales en varios idiomas, desde el alemán al italiano y del guaraní al francés, palabras que no sabíamos si existían de verdad o eran en joda. En el hospital, antes de irse, su único deseo era poder verle a su esposa y a sus nietitos, “la gurisada”, con quienes compartía todos los Domingos. Cumpleaños, celebraciones, entrega de premios, cualquier evento en el que nosotros fuéramos protagonistas, Moncho quería estar, no importaba su movilidad, él quería estar. Vivía cada minuto de su gloriosa vida para nosotros. En los últimos años su salud se deterioró mucho, quizás porque vivía todos los días como si realmente fueran sus últimos días. La peleo como un león.

 

El Jueves lo despedí. Lo despedimos. Lo miraba como la primera vez que me cantó, lo miraba perdidamente enamorado, lo miraba como si todo mi mundo estuviera en su pacifico rostro ya dormido. Lo miraba y me rompía por dentro. Lloraba desconsoladamente. Despedí a uno de los amores de mi vida. Despedí a mi abuelo. Misiones despidió a un gran misionero, pero su legado y ejemplo quedarán para siempre. Moncho eterno.

 

 

Por Erick Alberto Closs, nieto de Ramón «Moncho» Closs.

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