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La historia de vida de Don Moncho, contada por él mismo hace 5 años, en vísperas de su 75º cumpleaños

Hace unos años el periodista Patricio Downes tuvo el honor de escuchar a don Ramón Alberto Closs contar su historia personal en Misiones, donde despertar cada día deparaba una batalla diferente. Estos son sus recuerdos, en primera persona. 

 

Don “Moncho” Closs está de cumpleaños. No en este mediodía luminoso de Posadas, cuando él se bebe el sol tibio del mediodía, sentado en la terraza del Continental, sobre la Plaza 9 de Julio. Y cuando aún faltan unas horas para la reunión con su gente. No en este viernes 8 de agosto, en que los pasos del cronista cortan en diagonal la plaza y se lo divisa allá en la altura del balcón del hotel, conversando animado, vehemente, detrás del estallido de los lapachos cuyas flores pintan de rosado el cielo de la Plaza 9 de Julio, sobre la Bolívar. Lo abraza waw retazo de sol mañanero, esperando el festejo familiar que será por la noche, para despuntar en la madrugada del sábado 9 de agosto.

 

A esa hora del viernes, Ramón Alberto Closs aún tiene 74 años y se mantiene elegante, amable, inteligente, dueño de una conversación cautivadora. Uno es capaz de quedarse horas charlando con este hombre que se forjó en el trabajo duro del corazón de la selva misionera. Pionero, con un alma de aventurero que no se rinde. Recio a su manera, pero sin perder ese tono educado y amable del hombre del interior misionero.

 

Es viernes 8 de agosto de 2014 y, esa noche, con su esposa Marina Olsson, sus hijos Omar Alberto, Alicia Liliana y Maurice Fabián, entonces gobernador de Misiones en dos períodos de 2007 a 2015, Moncho Closs celebrará sus 75 años. Ya está preparado el comedor del primer piso del hotel de Colón y Bolívar y se vive un anticipado y discreto clima de fiesta.

 

Don Closs no lo sabe todavía, pero ese mediodía, mientras me detengo un rato bajo la sombra de un cedro, del yacaratiá y del pino Paraná, de pie sobre las lajas jesuíticas de la plaza, ya comencé la entrevista que tendremos a las cinco de la tarde. Un abrazo de sol cubre su figura, rodeada de rojos macetones en los que rugen las plantas de la selva misionera, a las que solo les basta un pañuelo de tierra para dar vida abundante. El día está inusualmente fresco, pero bajo el sol ni se nota la temperatura todavía arisca, en el final del invierno.

 

A las cinco de la tarde, la hora apuntada para el encuentro, me siento en la misma terraza donde al mediodía, desde la línea de los tres lapachos en flor, vi la figura de este empresario, de los que se hacen a sí mismos, y caudillo político, de los que ya no existen. Todo fue sencillo, el llamado telefónico a la oficina de los Closs en Aristóbulo, la voz de una secretaria tan eficaz como afable, y la cita para el viernes a la tarde.

 

Espero en el mismo balcón donde unas horas atrás vi a don Moncho de charla con un contertulio sumergido en su relato. El fin del invierno me juega una mala pasada y, pese a acurrucarme en el último hueco de sol, empiezo a tiritar de frío. Hasta que llega en su silla, prolijo, bien peinado y afeitado, con el rostro distendido y sonriente. Lo encuentro elegante y más alto que en mi recuerdo.

 

“Yo nací en Olegario Andrade en el año 1939 y me casé a los 19 años. Y en esa época mi pueblito, como Bonpland, Bella Vista, Cerro Corá, estaba muy mal. Y entonces decidí ir más al norte de la provincia de Misiones en el centro de Misiones, donde íbamos los de esa zona. Algunos se iban al Alto Paraná, pero era más difícil porque para ir de Jardín América para arriba había que tener vasto dinero, porque las tierras costaban más. En cambio allá eran fiscales y había más facilidad”.

 

Político al fin, ducho en llevar los senderos de cualquier conversación, por complicada que fuera, don Moncho maneja la charla hacia lo que quiere contar. No es este el caso de una charla difícil. Al contrario, disfruto de sus palabras, me aferro a sus recuerdos, que en parte son los míos, y en su mayor porción rellenan huecos de conocimiento de la gesta de la colonización de Misiones a mediados del siglo pasado.

 

Tiene ganas de hablar. Pero no solo de la historia reciente. El repaso incluye a don “Tintín” Closs, deslumbrante periodista nacido en Encarnación, que vistió con su cultura y su prosa elegante centenares de páginas del diario El Territorio y de otros medios argentinos y paraguayos. Quien, generoso en la amistad, en un viaje a Iguazú, a fines de los años ´70, me regaló ser testigo de sus charlas y de su amistad con Ramón Pérez Villar, empresario hotelero en la ciudad de las Cataratas. Don Moncho habla de esa amistad y de Mariano Closs, el nieto de Tintín y destacado periodista deportivo. Muy allá arriba, pero no muy lejos, el apellido Closs los emparenta con un ingeniero de ancestros alemanes llegado a Paraguay para fundar y hacer la mensura de lo que luego serían la colonia y la ciudad de Hohenau.

 

Este Guillermo Closs, antepasado de don Moncho, nació el 31 de agosto de 1841 en Baumschneis (Brasil) – hoy Dos Irmaos- que se radicó primero en “Sierra Pelada” estado de Río Grande do Sul, sobre el río Uruguay, y luego fue uno de los fundadores de Hohenau. Años después la rama familiar a la que pertenecen don Moncho y su hijo luego gobernador, Maurice, cruzó el Paraná y se instaló en el corazón de Misiones.

 

La conversación fluye tranquila y lejos de toda tensión. Solo muestra sorpresa cuando la primera pregunta apunta a la política en épocas recientes. “Ah, yo creí que el tema iba a ser mi historia…”. Una revelación para el cronista y un nuevo plan sobre la marcha. Como si condujera un bote en medio del río Paraná, las frases apuntan hacia la Misiones de los años ‘50 y a la historia de los Closs en Olegario Víctor Andrade y las poblaciones cercanas como Bonpland o Cerro Corá.

 

El estudio siempre fue una prioridad para los Closs, por eso Ramón cursó hasta segundo año en el Roque González. Las cosas se pusieron complicadas en la primera mitad de los 50 y, con apenas 15º 16 años debió ponerse al hombre parte de la economía familiar. Al tiempo se hicieron de un camión e iniciaron la provisión de leña de la zona de Andrade con destino a Obras Sanitarias en Posadas y también el acopio de los productos que los pioneros extraían de sus chacras.

 

“Mi mamá tuvo un accidente y, en el mes de febrero, cuando debía comenzar las clases, dije: ‘Mirá Mamá, voy a comprar los libros y me quedo a trabajar’ apoyando a mi hermano que había hecho dos años”, Todavía no había cumplido 17 años y ya se ocupaba de cuestiones de la pequeña empresa familiar. “Yo dibujaba bien la firma de mi Mamá y entonces vinimos acá a Posadas, al Banco Popular de Misiones, a contarle al señor Salvador que yo firmaba los cheques para no andar con los cheques en blanco, imagínese”.

 

Han pasado 30 años desde que el cronista que ahora toma nota de sus frases, asistió en una desolada San Vicente a la instalación de una estación de servicio YPF, inaugurada por don Moncho. En aquella oportunidad, Mauri, luego gobernador tenía unos 10 años y acompañaba a su padre en la aventura de apostar a empresas más al norte y al este de Misiones. Hiperactivo como siempre, el chico corría por el predio donde su padre emplazó un surtidor de nafta y gasoil sobre la ruta nacional 14. Junto a él, Omar el hijo mayor de Marina y Ramón, futuro contador, ya entrado en la adolescencia. Eran los ‘80 y había que ser visionario para palpar en ese páramo los brotes de la cercana explosión demográfica y económica de San Vicente.

 

La conversación se interrumpe un momento, y en una oficina donde fue conducido por su ayudante, Closs desgrana recuerdos y anécdotas. Un colaborador trae un regalo por su cumpleaños. Entusiasmado, rasga el papel y aparece la caja una botella de champaña. “Ah, de Julián Marín, más conocido como el Negro Marín”, sonríe divertido. En su mano izquierda reluce un anillo de oro con sus iniciales, sencillo pero elegante, junto a la alianza de matrimonio.

 

Closs se casó joven, a los 19 años, con Marina Olsson, integrante de una familia de origen sueco afincada en la zona central misionera. Los dos pioneros fundaron su  nueva familia apenas salidos de la casa de sus padres. “Queríamos mudarnos a la zona de Aristóbulo. Cuando llegamos a Aristóbulo del Valle no había luz eléctrica, mucho menos agua corriente”.

 

Los Olsson tienen toda una historia familiar, de gran relieve en lo social, profesional y también en lo político. Fue famoso en los 70 un sindicalista y dirigente peronista de Oberá, que supo tallar en la vida del Partido Justicialista de Misiones. Otro de los integrantes de este grupo familiar de raigambre sueca, Emilio Olsson, fue expedicionario a la Antártida en dos campañas, la primera en 1953, como topógrafo del Instituto Geográfico Militar. Un héroe del llamado “Continente Blanco” que marchó desde la zona más cálida de la Argentina a lidiar con uno de los climas más salvajes de la Tierra.

Vale la pena anotar los diferentes matices políticos dentro de la familia que formaron Ramón y Marina, porque Don Moncho, radical de pura cepa desde su adolescencia, enriqueció su mirada. Esto quizás haya repercutido para que, a principios de este nuevo siglo, fuera protagonista directo o indirecto de un espacio político novedoso en el que confluyeron peronistas, radicales y de otras tendencias. Fue uno de los que alentó la Renovación de Misiones, desde el principio. Sin embargo, en la víspera de su cumpleaños 75º, mientras aguarda la hora de la velada familiar, solo quiere hablar de su historia y repasar anécdotas divertidas de aquella época aventurera. El interlocutor es un privilegiado porque pasan ante sus ojos y oídos los retazos de historia misionera, con protagonistas, nombres, fechas. Quizás el último gran período fundacional de la Misiones de hoy.

 

La presencia de don Moncho le da al hotel de Bolívar y Colón un ritmo casi familiar. En el primer piso, en terraza sobre Colón, está el salón en el que por la noche brindará con los suyos, rodeado de amigos de toda la vida. El albergue más tradicional del centro de Posadas ha cambiado mucho, para mejor, desde que su empresa se hizo cargo. El lobby es más cálido y en gran parte, comenta orgulloso, se debe a la intervención de su nuera arquitecta. Han cambiado los muebles, adornos y pinturas. Y hasta la oficina de la administración en que transcurre la entrevista se parece al acogedor living de un hogar. La mente regresa a los 50. Al tiempo de la aventura en un incipiente pueblo misionero, sobre la lejana ruta 14, sin energía eléctrica ni otros servicios. Aristóbulo era entonces el último eslabón urbano hacia la selva.

 

Tiempos de soja, por ejemplo. Y explica: “No sé si sabés que había soja en Misiones. Cuando en el país ni se hablaba de soja, los misioneros plantábamos soja”. Con su camioncito, recorría los pueblos y chacras desde Andrade hasta Aristóbulo, y más allá, acopiando soja y algodón para “las firmas Rosales y Panza, que eran las que acopiaban a su vez para Molinos Río de la Plata y otros”.

 

Todo había comenzado desde la adolescencia, cuando debió salir a la vida como un escudo para su madre y su familia. Son historia de temple y de lucha, en tiempos sin subsidios, planes sociales ni ayuda estatal. “Y de ahí (tras dejar la escuela en segundo año) fui a la actividad comercial, me dediqué de bolichero, a laburar, y ahí ya teníamos camión y acopiábamos leña y traíamos a Obras Sanitarias (de Posadas). Y los productos de la zona; también acopiábamos algodón, íbamos a Chaco”. ¿Y para qué era la soja entonces? “La soja iba para una mezcla, después empezaron por supuesto los alimentos balanceados. Luego empezó a elaborar la soja la Cooperativa de Santo Pipó, la Pipoil, y también algo después Oberá, Alem y Campo Grande. Pero más que nada (el acopio) era de tung. Aprovechaban a lavar y limpiar las instalaciones y de ahí hacían la extracción del aceite de soja, que se mandaba para mezcla”.

 

“Al aceite de soja era medio difícil comerlo, uno iba a Brasil y había ese olor de ese aceite de antes. Hoy está todo tecnificado, lograron purificarlo y mejorarlo, pero los primeros aceites de soja uno los comía por obligación, así nomás era…”. El rostro se le ilumina con una sonrisa. No es difícil de imaginar esa franja de contacto internacional entre Brasil y la Argentina, donde el habla se tiñe de “portuñol” y las costumbres son muy parecidas a uno y otro lado de la frontera.

 

Sería difícil imaginarse aquel tiempo pionero, en los polvorientos caminos, bajo un sol de martirio, si no mediara la calidez humana de Closs. El hombre ha sido líder de su partido de juventud, la UCR de Misiones, concejal e intendente de Aristóbulo del Valle, hoy una potencia económica provincial, diputado provincial y diputado nacional. Es tan sencillo conversar con don Moncho como en los tiempos en el que cenaba con periodistas y políticos en un clásico comedor posadeño de la Avenida Corrientes.

“Decidí irme a Aristóbulo, porque aquello pintaba lindo y se había autorizado de nuevo plantar yerba. Después de lo que fue la crisis del 30 y pico, se acuerda que había cupos del Mercado Consignatario y no se podía plantar yerba. Y allá por el 57 creo, autorizan en toda esa zona de Aristóbulo del Valle y Dos de Mayo; San Vicente ni existía casi”, contó. Protagonista de un avance colonizador hacia el Este, su relato no tiene ínfulas de prócer. Hasta hoy le parece sencillo el enorme esfuerzo humano que significó ampliar la frontera productiva misionera. Una aventura en la que familias enteras jugaban su destino.

 

“La colonización era en Aristóbulo, Dos de Mayo, Campo grande en los 50 y una parte de los 60. Y de ahí, a comienzos de los 60, ya comienza San Vicente que hoy es una potencia, una zona extraordinaria. Y bueno… ahí entonces comenzamos a laburar. Desde el ‘62 vendíamos combustibles, fuimos concesionarios de YPF. ¿Primero, compramos unas instalaciones de madera, con surtidor a mano, ¿se acuerda?. Imagínese que cuando nosotros fuimos a Aristóbulo, en 1959, no había agua corriente, ni luz eléctrica”, repite.

 

En la Misiones de los 60 sobresale nítida la figura de César Napoleón Ayrault, un gobernador desarrollista, de cuño radical en su juventud política, que en pocos años realizó una gran transformación. En la ciudad de Closs, por ejemplo, se creó una sucursal del Banco Provincia de Misiones y comenzó a construirse una de las hosterías de una red con la que se planificó atraer y atender al turismo.

 

“Es increíble, pero en el gobierno de Ayrault nosotros tuvimos una de las primeras sucursales del Banco Provincia en Aristóbulo. En diciembre del año 60 se inaugura la casa. Y, teníamos dificultades a veces, porque había estos mismos problemas que surgen como hoy con el cepo del dólar y esas cosas”. Y como en la actualidad, aunque más diversificada, la economía de la zona giraba alrededor de productos como la yerba y el té.

 

El cronista y el aguerrido político se debían otra charla, que no se concretó. Ramón Alberto Closs nació el 9 de agosto de 1939 y falleció a pocos días de llegar a sus 80 años.

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