¿Qué es el hambre emocional?

 

Comer es un placer. La primera justificación que puede llevar a una persona a ingerir alimentos es la supervivencia (comemos para vivir, ¿no?). Pero, si nos planteamos por qué comemos, y nos paramos a pensar con detenimiento la respuesta, seguro que surgen muchas razones que llevan a una persona a comer más allá de por tener hambre.

 

Uno de esos motivos guarda una relación muy estrecha con las emociones, se trata del hambre emocional, un trastorno alimentario que utiliza la comida como anestésico de lo que sentimos. “Es decir, se utiliza para gestionar las emociones negativas, pero de manera errónea”, afirma Grecia de Jesús, psicóloga de Blua de Sanitas.

 

Pongamos un ejemplo: una persona se siente emocionalmente vulnerable y pone el foco en algo externo, en este caso, la comida. Cuando tiene un conflicto laboral, familiar o de pareja, si siente frustración, no se le ocurre ir a correr o a nadar, se le ocurre ir a comprar chocolate.

 

“El hambre emocional es aquella sensación que lleva a comer de forma injustificada. Sin hambre real, sin motivo o situación real. Se trata de un estado de «confusión interna», según el cual el sujeto une la comida a las emociones”, explica África Urbano, psicóloga de la Unidad de Obesidad del Hospital Universitario HM Montepríncipe, en Boadilla del Monte (Madrid).

 

¿Qué lo desencadena?

Aburrimiento, soledad, estrés, ansiedad, tristeza, ira, enfado, abatimiento, depresión o baja autoestima son algunas de las emociones y situaciones que llevan con más frecuencia a una persona a comer de forma impulsiva sin mirar las consecuencias, según los expertos; aunque Urbano añade que también puede ocurrir que la persona asocie estados confortables y placenteros con la comida. Por ejemplo, no poder dejar de comprar palomitas cuando va al cine.

 

Además de la mala gestión emocional, este tipo de hambre también es frecuente en personas que han probado muchas dietas experimentando fracaso ante las mismas o personas muy autoexigentes con su forma de comer que llegan a un nivel de frustración. Por otra parte, una mala rutina también aumenta las probabilidades de hambre emocional.

 

“Es cierto que se produce una calma momentánea, pero el problema sigue ahí, y las consecuencias tanto físicas como psicológicas son mayores. A medio y largo plazo, al dejarnos llevar por el hambre emocional se produce un aumento de sentimientos negativos, se recurre a la comida como consuelo y entramos de esta manera en un círculo vicioso”, apostilla De Jesús.

 

Entre las consecuencias físicas, las más importantes son el sobrepeso y la obesidad (factor de riesgo de múltiples enfermedades, como las cardiovasculares y la diabetes, entre otras) así como la posibilidad de sufrir otros trastornos alimentarios, como un trastorno por atracón, bulimia o anorexia.

 

¿Cómo se puede diferenciar el hambre emocional del hambre real?

“Sentir hambre no es lo mismo que tener hambre. Cuando el sujeto come de forma organizada (cinco veces al día) sabe que entre una y otra ingesta no puede tener hambre, aunque la sienta o sienta el impulso de comer”, apostilla Urbano.

 

Si vamos más al detalle, hay otras características que pueden ayudar a distinguirlo, tal y como añade De Jesús:

 

  • Aparece de repente, al contrario que el hambre real, que aparece de forma paulatina.

 

  • Demanda alimentos hipercalóricos. “No nos va a pedir 1 kg de brócoli, sino 5 donuts probablemente. Con el hambre emocional tenemos antojos por un alimento concreto”, aclara De Jesús.

 

  • Con el hambre real te sientes bien cuando terminas de comer, en cambio con el hambre emocional sientes culpa, vergüenza e insatisfacción.

 

 

 

Fuente: Cuidate Plus

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