Visiones que construyen

Hay personas que andan ciegas por la vida aunque tienen ojos para ver. Otras cada tanto logran divisar formas en el horizonte, sin entender demasiado de qué trata lo que ven. Algunas, a lo largo de los años, logran aprender a observar. Pocas, son capaces de ver lo que todavía no existe. Pero muchas menos aún, son capaces de “ver” y reconocer una posibilidad de recuperación cuando no queda nada en pie, cuando todo parece perdido o muerto.

 

Si gozamos del sentido de la vista, puede parecernos simple, creemos que se trata de tener los ojos bien abiertos. Sin embargo, VER, requiere foco, detenimiento, tiempo para observar, y sobre todo capacidad para poder distinguir la mayor cantidad de sutilezas posibles que nos permitan entender frente a qué estamos, y saber que podemos hacer con lo que tenemos o nos falta. Es decir que, aunque la mayoría de nosotros pueda ver, no todos logramos hacerlo en la misma medida, con la misma intensidad, y mucho menos con la misma claridad para tomar decisiones efectivas.

 

Hace tiempo, vengo reflexionando acerca de la valoración, el festejo, y la promoción que solemos dar a lo que es completamente nuevo. Frente a aquello que podría ser re-construido, reciclado, u obtenido a través de la recuperación de lo que ya existe, elegimos siempre lo «nuevo». Nos resulta más fácil tirar y deshacernos de elementos que nosotros mismos estropeamos con el uso, que buscar la manera de reparar el daño, o encontrar la vuelta a lo que parece viejo. Lo hacemos con los objetos, con los espacios de trabajo, con los lugares donde vivimos, y lo repetimos a diario con las personas que nos vinculamos. Todo es desechable, intercambiable. Pero, ¿será tan cierto?

 

Las editoriales, por ejemplo, no se cansan de vender libros que se presentan como la panacea de la innovación: 3D, 4D, Web punto 1, 2, 3, 4… todos se presentan como modelos de última generación. Y nosotros, no nos hartamos de consumir lecturas que nos cuentan que para poder pensar y visualizar algo que todavía no está, necesitamos imaginación, creatividad, y coraje para adentrarnos en lo desconocido. Pareciera que es más tentador poner el foco en lo que resulta novedoso, que tratar de pensar cómo resolver lo que hacemos con lo nuestro, con lo que tenemos – de sobraaaaaaa – frente a nuestras narices.

 

Si alguna vez construyeron sobre un terreno vacío, o arrancaron con un proyecto desde el principio en una empresa, saben de lo qué estoy hablando. No es lo mismo tener la posibilidad de construir en un espacio original, que hacerlo sobre una construcción que ya existe y está prácticamente destruida por el paso de los años. Lo mismo sucede con equipos que vienen trabajando desde hace tiempo y los que se incorporan como “los nuevos». Pasa en las familias ensambladas, en las parejas que se dan una tercera o cuarta oportunidad. Sucede, constantemente, pero preferimos “otros espacios”, y “otros cuerpos”. Flamantes todos por favor y siempre modernos.

 

En el mundo entero, nos machacan durante 24 horas con publicidades y propuestas para descartar lo que ya no sirve. Lo urgente es comprar algo nuevo. Así funciona este sistema nefasto, que nos impulsa a consumir sin parar como si los “nuevos” jeans de ultísima moda fueran trajes confeccionados en la NASA y los “nuevos” términos inventados por algún crack del management, lograra algún cambio verdadero.

 

El Planeta tiene recursos limitados, y nosotros también tenemos un tiempo de duración en este plano. Gran parte de la naturaleza que nos rodea la venimos agotando sin parar. Los humanos, como nos gusta llamarnos, somos la especie que más especies destruyó a lo largo de toda su historia. Sin embargo, nos creemos los más inteligentes y los más piolas cuando vamos tras algo “nuevo”, y perdemos de vista lo que está con nosotros, lo que ya tenemos.

 

Es cierto que no todos encontramos sentido en recuperar lo que está derrumbado, lo que parece destruido, lo que resultó ser después de varios años, lo que todavía está en pie después del tsunami. Sin embargo, necesitamos hacerlo. En las familias, los equipos, las empresas, las instituciones, las comunidades, en nuestro Municipio, en nuestra Provincia, y en el País, urge que seamos capaces de ver lo que tenemos, lo que somos, y lo que podemos reconstruir.

 

Y si no podemos, si no nos sale porque somos cómodos y no tenemos la más mínima intención de «arremangarnos» y construir sobre escombros, roturas y podredumbre de otros; por lo menos dejemos que quienes sí se animan, si pueden, y son visionarios, puedan hacerlo. Acompañemos al líder, en vez de ser obstáculo en su camino. Sostengamos a quienes tienen el valor de reconstruir y regenerar lo que parece a simple vista completamente aniquilado. Porque no todo es descartable, y no siempre vamos a poder abandonar un planeta entero con la ilusión destruir y consumir en otro nuevo.

 

Aunque nos dé miedo, nos llene de dudas y una vez en la marcha queramos salir corriendo a buscar la promesa de lo «nuevo», recordemos que reconstruir es un proceso lento, lleva tiempo, la paciencia del sabio, y la tenacidad de un guerrero.

 

 

 

 

(*) Lic. Sol Jouliá 
instagram: @soljouliaok

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