Proyectos en una tostada de pan y manteca

 

Las ciudades están rodeadas de lugares para tomar cafés, franquicias de todo estilo, coloridas, acogedoras, modernas con conectividad, incluso existen las que se toman los cafés parados al paso, manteniendo una conversación con alguien con la corporalidad de “ya me estoy por ir”.

 

Concertar una cita para tomar un café con alguien, conversar un rato, para planificar un proyecto, para trabajar en un cafetería, implica estar con esa personas y, a la vez, dado el grado de conectividad que tenemos con los dispositivos móviles, con muchas personas, sin tener en cuenta algo muy importante: no solo es hablar, sino proyectar lo  que estamos soñando para hacerlo realidad.

 

Las cafeterías de hoy se han vuelto dentro de sus múltiples usos, lugares para proyectar y ese proyecto implica mucho más que una charla ligera.  Poco se parecen hoy en día nuestros encuentros  actuales a las tardes de meriendas o desayunos  de nuestra infancia.

 

En la infancia el momento de tomar el café con leche era un momento único, más si iba acompañado de la visita a la abuela, toda la cocina tenía un olor particular, no solo a leche y pan tostado sino a ese amor esperando ser compartido, donde la carta podría ser variada dado los orígenes y los gustos de la anfitriona.

 

Denominada siempre, la leche,  que podía ser una rica chocolatada, café con leche, té, mate cocido, acompañado de variados panes tostados, pan con manteca, dulce de leche, mermelada y la más esperada siempre manteca y azúcar.

La lista  podría seguir extendiéndose,  las tortas fritas, buñuelos bollos, galletitas, todas excelentes compañías de la considerable taza por degustar.  La lista de carta y oferta de platos  puede ser gigantesca y cada lector puede remontarse y recordar cuál era su plato favorito.

 

Oler, sentir y recordar como un acto de mimo al alma en la vorágine cotidiana.

 

Lo cierto es que tomar la leche en la infancia era un acto de amor y de cuidado, de esperar al otro, para recibirlo para abrazarlo , para acobijarlo, tener toda las cosas listas,  los detalles,  regalarle el tiempo y la presencia.  Es esperar con apertura para escuchar lo que está preparando, que me cuente sus anhelos, sus historias, lo que está planificando.

Cuidar al otro y cuidarse a uno mismo no como un acto de osadía sino como un acto de amor cotidiano. Estar presente para los demás y para uno mismo.

 

Desde el entrenamiento del coaching ontológico hablamos de crear realidades de hacernos cargo de nuestros sueños e ir por ellos, accionando,  aceptando  al otro como legitimo otro, como ese ser que abre su corazón  con el cual regalarle tiempo de calidad te puede llevar a generar conversaciones poderosas llenas de posibilidades, ¿cuántas veces te paso que por estar apurado,  pensando en otras cosas , las oportunidades pasaron en frente tuyo y no las tomaste? , al igual que cuando miraste la canasta de las tostadas y se terminaron.

 

Seguramente habrá otras oportunidades esperando;  siempre las hay,  solo que si las dejas pasar, que sea porque no te conviene no porque estabas distraído en otra cosa.

 

¿Cuántas cosas estas proyectando hoy? ¿Con quienes estas planificando el proyecto? ¿Qué conversaciones estas necesitando tener para crear una realidad distinta? ¿Y si lo invitas a tomar un café? No como un momento apresurado, recordá los momentos de la abuela, la preparación, mantener una conversación con apertura mirando al otro, cuidar al otro es estar pendiente de lo que siente de lo que le pasa, la abuela simplemente servía el té y esperaba que su cocina se llene de risas,  posibilidades.

 

Proyecta tu vida y conversá creando realidades, y si el proyecto solo te incluye a vos, regálate una cita con vos mismo. Construí puentes de confianza, que como en lo de la abuela siempre habrá una taza de leche, tostadas  de amor y sueños para compartir.

 

 

 

(*) Por M. Natalia Ferreira

Coaching Ontológica Profesional

 

 

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