Jugando con las gotas

Común es escuchar días de mal tiempo, si el pronóstico anuncia lluvias. ¿Por qué vemos a este anuncio como mal tiempo? ¿Por qué un regalo propio de la naturaleza tiene que ser bueno o malo? ¿Por qué hemos perdido esa capacidad de asombro y de sorpresa ante las gotas de agua que caen sin parar, sin anuncios, sin avisos, simplemente cayendo, deslizándose en el aire, armando charcos?

 

Cuando somos niños, escuchamos la lluvia y salimos corriendo debajo de ella para experimentar sentimientos, aromas, sentir la brisa fresca del agua y otras tantas sensaciones que hacen de ese  momento,  uno  perfecto.

Arrojarnos a la lluvia, mojarnos, disfrutar, despertar la creatividad a través de un sinfín de juegos.

Cuando nos ponemos adultos, llamamos a la lluvia mal tiempo, y  compramos cada vez mayores paraguas o esperamos para salir cuando pase.

 

Sentirnos mojados es sinónimo de incomodidad porque tenemos que llegar perfectos y alineados a todos lados y los cabellos femeninos entablan una enemistad profunda con la humedad en los cuales se despliegan todo tipo de método anti frizz, para ganar la batalla,  que nada salga de lugar, que nada altere lo pulcro.

Salir en auto y encontrarnos con calles inundadas puede ser un momento de plena queja o puede ser un momento de posibilidad, como tomarlo es nuestra elección, como decidir atravesar la lluvia es una decisión.

 

Tenemos la posibilidad de quejarnos y ver al mal tiempo como un día gris, donde el encierro sea una opción, o podemos  tomarlo como un momento de exploración, de aprendizaje, de sonrisa, donde las gotas sean un estimulo de conexión con lo natural, donde sentirnos  vivos y agradecidos.

 

 

Reírnos con la lluvia, atrevernos a saborearla como regalo de la vida, invitar a la sorpresa y al asombro como una compañía cotidiana y si llueve, quizás llevemos  el paraguas, pero animarnos a disfrutar de la travesura de sacar la mano afuera, quizás todo el cuerpo, hasta es probable terminar despeinado y el volumen del  cabello no tenga contención, donde todas estas cosas no son más que manifestación de espontaneidad, de frescura, donde ciertamente nos mostramos tal cual somos.

 

¿Cuándo fue la última vez que jugaste bajo la lluvia? ¿Cómo te ves con las gotas en la cara? ¿Que emoción te despierta? ¿Hace cuánto que no haces barquitos de papel para dejarlos correr en la corriente? ¿Y si organizamos  una maratón de barcos en una calle inundada?

 

Si te es necesario, compráte unas botas, un piloto y  un hermoso paraguas;  la invitación es “salí  a la lluvia a jugar”, protegido,  hasta que veas poco a poco como te podes desprender de las cosas para sentir la libertad absoluta de tus pies, de tus manos,  de tu rostro.

 

Que la lluvia sea una posibilidad de aprendizaje y una apertura a tu conocimiento personal como un acto de audacia, como un salto a la inocencia de simplemente disfrutar de lo que la naturaleza nos regala, porque siempre al final de la lluvia nos espera un arco iris, depende de nosotros  aprender a disfrutarlo.

 

Tengamos  una danza, conversemos; como coaches  escuchamos  creencias, compartimos experiencias.  ¿Qué te pasa cuando ves las gotas a través de la ventana?. Anímate, atrévete que en definitiva solo se trata de ver el mal tiempo como una infinita posibilidad de juego.

 

 

 

 

(*) Por M. Natalia Ferreira

Coaching Ontológica Profesional

 

 

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