Mitos y verdades sobre los niños que crecen siendo hijos únicos

 

La sociedad de hijos únicos gana terreno porque “conciliar vida laboral y familiar es un deporte de riesgo. Hay padres que deciden no aumentar la familia porque el sueldo no da para más, otros debido a que se vuelcan demasiado en la educación del primer hijo como para dedicarse a un segundo.

 

El tiempo y el dinero también son factores que influyen en la decisión de tener solo un hijo. No obstante, una economía desahogada no garantiza una buena educación de los niños, sobre todo en cuestión de valores. En la llamada sociedad del bienestar, algo falla como sistema cuando los padres no pueden disfrutar de más tiempo con sus hijos”, explica Abel Domínguez, psicólogo infanto-juvenil y director del Gabinete Domínguez Psicólogos.

 

La ausencia de hermanos influye a los padres en la forma de educar a los hijos y en la manera en que un niño se desarrolla. Pero ciertas cuestiones no tienen que estar asociadas necesariamente al hecho de ser hijo único, como convertirse en un pequeño tirano. También hay niños sin hermanos que son generosos y empáticos. “Es más bien una cuestión de educación porque un niño puede tener primos o amigos con los que comparte mucho tiempo y que cumplen el rol de hermanos y con los que aprende a compartir la atención de los adultos”, comenta el psicólogo, Abel Domínguez.

 

Pero, ¿qué echa de menos un adulto que ha sido hijo único cuando asegura que le hubiese gustado tener hermanos? “Suelen comentar que la desventaja de no experimentar la convivencia fraternal es no contar con esa persona con la que rivalizas, pero con quien también compartes lazos sangre y vivencias familiares comunes. Los hermanos son un referente donde compararte cuando eres adulto. Alguien en quien confiar, aunque también es cierto que pueden surgir rivalidades, celos y problemas que deriven en hermanos que no se hablan durante años”, comenta Domínguez.

 

Retrato robot de los niños que crecen sin hermanos

La cara y la cruz de crecer como hijo único se basan en varias peculiaridades como que “el niño sin hermanos sólo se tiene a sí mismo como referencia. Esto puede servir para que sea menos ansioso y competitivo, desarrolle más capacidad de autoacompañarse y esté más cercano al mundo de los adultos. También puede ser más impaciente con otros niños a la hora de jugar o esperar turnos, aunque puede costarle menos compartir, porque siente que tiene suficiente y no necesita rivalizar continuamente como sucede entre hermanos”, comenta Tristana Suárez, psicóloga clínica e infantil y terapeuta Gestalt psicóloga infantil.

 

Los niños que crecen sin hermanos pueden tener más dificultades, aunque no necesariamente, en determinados aspectos como compartir, negociar y ceder. “Si estoy yo solo y todo es para mí puede crecer la tendencia natural al egocentrismo infantil y la intolerancia a la frustración frente a los deseos. No obstante, el mito de hijo único mal criado, con tendencias tiránicas y caprichosas tiene más que ver con la forma de los padres de educar al niño que con el hecho de carecer de hermanos”, Añade la psicóloga Tristana Suárez, que aporta varias recomendaciones para evitar las cuestiones espinosas de crecer sin hermanos:

 

  • Evitar ceder a todas las peticiones del niño para que aprenda a gestionar sus deseos.
  • Enseñarle a convivir con la soledad, como una circunstancia más de la vida.
  • Fomentar la creación de una red de amigos de su edad para evitar que todo su tiempo transcurra entre adultos.
  • Evitar la sobreprotección que frena la autonomía del niño y el ritmo de maduración acorde a su edad.

 

Los niños sin hermanos pueden ser insistentes con el deseo de que sus progenitores tengan más hijos. Pero ¿quién decide si la familia crece? Deberían ser los padres quienes tuvieran la última palabra.

 

“A los hijos no les corresponde decidir al respecto. Los niños no están en la edad de ser conscientes de que su educación y cuidado implica una responsabilidad para toda la vida, mucho trabajo y que los hijos son tanto una fuente de satisfacciones como de estrés”, comenta el psicólogo Abel Domínguez, quien añade que la clave reside en conseguir que tanto los hijos únicos como sus padres aprendan a compartir y diversificar la atención.

 

Fuente: El País

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