¿Hay una edad para todo?

Elegimos aceptar que «hay una edad para todo”, de esa manera nos limitamos a vivir experiencias acordes al imaginario colectivo, y a lo esperado por otros. Estas estructuras acomodan la vida en cada supuesta etapa, y cuando lo que sentimos no encaja con lo que se espera que hagamos, comienza el problema.

 

Hemos acordado una edad para empezar a hablar, a caminar, a escolarizarnos; y si no lo hacemos o no lo promovemos suenan todas las alarmas sociales. «Ojo que fulanito, ya tiene x años y no habla”, dicen algunas abuelas desesperadas ni bien arrancamos. Definimos una fecha de vencimiento respecto a cuándo, a veces cómo y de quién podemos enamorarnos. Como si el corazón entendiera de semejantes relatividades. Si vemos a una mujer en sus 60 súper enganchada con su nueva pareja decimos algo así como, “no sé que le pasa, se cree una piba todavía”; y si es hombre insistimos con “es que le agarró el viejazo”.

 

Pareciera que hemos estimado una edad en que según nosotros corresponde sentir, casarse, otra en la que podemos separarnos, juntarnos, o ensamblarnos. Hemos dispuesto un tiempo para tener amigos y salir con ellos a toda hora de fiesta, y también suponemos que a cierta edad ya no podremos hacerlo, no correspondería, estaría mal. Las mujeres, por ejemplo, tenemos cánones e imposiciones de todo tipo respecto a nuestra edad. Para maquillarse, arreglarse, agrandarse los pechos, hacerse un lifting, cuándo y cómo cuidarse está estipulado, así como también la edad en que podríamos permitirnos aflojar un poco con el cuerpo perfecto.

 

Algunos sienten que los tiempos se van adelantando, otros al revés. Sin embargo, nadie se salva de querer definir, etiquetar o insistir acerca de cuándo debería ser el inicio o el fin de algo de acuerdo a la edad que tengamos. Hemos marcado preconceptos acerca del momento correcto para lograr cada cosa a lo largo de nuestra vida. Está marcadísimo, y si se nos escapa alguna fecha, alguien que tenemos cerca lo recuerda.

 

Me ha tocado acompañar procesos de coaching en los que las personas llegaban diciendo “vengo porque algo no cierra”, sostenían que sus edades no coincidían en el cómo se sentían, con la cantidad de energía acumulada en su cuerpo. Quienes se habían jubilado, por ejemplo, no tenían intención de dejar de hacer lo que les apasionaba; y algunos jóvenes, por el contrario, llegaban completamente desanimados, apáticos frente a la idea de pensar en alguna posible carrera o profesión para seguir.

 

¿Para qué lo hacemos? ¿Qué buscamos que suceda cuando anteponemos el reloj en todo momento? Creo que el instinto básico de protección y supervivencia está demasiado activo cuando pretendemos definir una edad. Es más fácil etiquetar, porque nos da seguridad, nos permite saber qué va a pasar, como si fuéramos iguales, o reaccionáramos de la misma manera ante los mismos estímulos. Sin embargo, sabemos que no es así, la velocidad para captar lo que sucede alrededor, y procesar lo que nos pasa, es diferente y única en cada persona. Vemos, escuchamos, sentimos de maneras completamente opuestas, y muchas veces cuando para algunos todo está acabado para otros recién está comenzando, y también es válido.

 

Si realmente nos detuviéramos a reflexionar al respecto, tal vez, seríamos capaces de notar la presión enorme que sienten niños, adolescentes y adultos por cumplir las expectativas a término. Porque independientemente de la edad que tengamos, hasta para lo menos pensado, todo fue programado e impuesto. El problema es que, lamentablemente, en demasiados casos lo que se impuso que deberíamos hacer de acuerdo a nuestra edad, dista de lo que nos pasa, de lo que necesitamos, y para lo que realmente sentimos o no que estamos preparados.

 

Entonces, deberíamos seguir remarcando el interrogante si realmente es que ¿hay una edad para todo?

 

 
Lic. Sol Jouliá 
instagram: @soljouliaok
PE

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas