Premio Nobel de Medicina 2018: qué es y cómo funciona la revolucionaria inmunoterapia contra el cáncer

Los ganadores James P. Allison y Tasuku Honjo estudiaron el comportamiento de diferentes proteínas que impedían una respuesta mayor del propio sistema inmunológico contra los tumores.

El Premio Nobel en Medicina fue otorgado este lunes a dos investigadores por su trabajo en inmunoterapia aplicada al tratamiento del cáncer utilizando un revolucionario enfoque para lidiar con esta enfermedad.

El estadounidense James P. Allison, desde el MD Anderson Center en Texas, y el japonés Tasuku Honjo, de la Universidad de Kyoto, compartieron el galardón por sus estudios en paralelo sobre proteínas que debilitan al sistema inmunológico, y la posibilidad de bloquearlas para permitir que éste se lance más rápida y eficientemente sobre los tumores.

En el caso de Allison su descubrimiento clave se dio en 1995 cuando junto a su equipo técnico detectó la proteína CTLA-4, que actúa como un «freno» para el sistema inmunológico.

Entonces, el médico comprendió el potencial de bloquear esta proteína para permitir que las células inmunológicas actúen libremente sobre las células tumorales.

Esto llevó al desarrollo del exitoso anticuerpo monoclonal Iplimubab, ya admitido en Estados Unidos como medicamento en la lucha contra el cáncer con el nombre comercial Yervoy.

Por su parte Honjo trabajó a la par desde la Universidad de Kyoto y descubrió en 1992 un mecanismo de disminución de la acción del sistema inmunológico a través de la proteína PD-1.

Como recordó la Academia Sueca al momento de anunciar el premio, las terapias basadas en el trabajo de Honjo han tenido un enorme éxito en la lucha contra el cáncer, incluyendo los desarrollados en pulmones y riñones, así como también los linfomas y melanomas.

Estos tratamientos con anticuerpos monoclonales «anti checkpoint» son parte de una revolución en la lucha contra el cáncer, conocida como «inmunoterapia con inhibidores de chekpoints»

El cáncer y la inmunoterapia

En el mismo comunicado se recuerda que el cáncer comprende una serie de enfermedades caracterizadas por la proliferación descontrolada de células anormales que se diseminan por tejidos y órganos sanos. Aunque existen numerosos enfoques para su tratamiento, incluyendo cirugías, radiaciones y quimioterapia, los tumores más avanzados son muy difíciles de tratar.

A finales del siglo XIX y principios del XX comenzó a pensarse en la posibilidad de activar o potenciar el sistema inmunológico para permitirle destruir las células tumorales, aunque los avances fueron lentos.

Una de las propiedades fundamentales del sistema inmunológico es su capacidad de discriminar entre estructuras «propias» y «ajenas», como bacterias, virus y otras amenazas.

Los linfocitos T, un tipo de glóbulo blanco, son esenciales en este proceso ya que poseen receptores que se adhieren a estructuras «ajenas», desencadenando una respuesta inmunológica. Pero para lanzar una respuesta potente hacen faltan proteínas adicionales que aceleran la acción de los linfocitos T. Otras proteínas funcionan, en cambio, como frenos para los linfocitos T.

(Infobae) A.C

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