El cuerpo como mercancía: «Reconocer la prostitución como un trabajo formal es blanquear una burguesía proxeneta»

Ayer por la tarde en el SUM del edificio Juan Figueredo de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones, docentes universitarias y una sobreviviente de la prostitución pusieron en tela de juicio la consigna ¿podría la prostitución ser considerada un trabajo como cualquier otro?, problemática que fue abordada con aportes teóricos del campo de la antropología y la psicología social.

La prostitución es una de las prácticas más antiguas que recorre las calles del mundo. En nuestra capital el epicentro se ubica en varias de sus avenidas principales y bares nocturnos. Quienes la ejercen pertenecen en mayor medida a los estratos que no poseen escolarización completa y por ende consideran que no existe, para ellas, otra salida laboral debido a su condición, ya sea por voluntad propia o de manera forzada. También, la ejercen quienes recaen sobre el estigma social y laboral por ser personas trans, niños que son captados por redes de trata para el comercio sexual y por último quienes pueden alcanzar niveles altos de escolarización pero ven en esto una rápida salida laboral. ¿Debería regularse como trabajo formal?, ¿Contribuiría al desarrollo personal y/o profesional de quienes lo ejerzan?.
Según las últimas modificaciones del Código Penal, la prostitución es una actividad lícita, siempre y cuando no haya trata ni explotación de personas y se ejerza voluntariamente.

La prostitución en primera persona, desde la voz de una sobreviviente:

Delia Escudilla fue la invitada especial de la jornada como sobreviviente de la prostitución que ejerció en diferentes ciudades argentinas durante años. Confesó haber vivido un matrimonio muy violento. Uno de los grandes «derroteros» de su vida fue criar sola a sus tres hijos. Realizaba trabajos domésticos y manualidades para poder sobrellevar la situación económica, hasta que en un momento, sin tener estudios primarios completos, se vio obligada a ejercer la prostitución en el año 2001, cuando tenía casi 40 años de edad.

«Qué es para ustedes la palabra puta?» había preguntado a su público amagando un premio para el primero que contestara. Y continuó: «Prostituta, puta, gato, yiro, jinetera, mueve catre y demás términos degradantes son los que utilizan en general para dirigirse a una mujer prostituida. Yo llegué de grande a la esquina, tenía casi cuarenta años cuando ya había hecho la primaria y otros cursos, iba por la secundaria. Entonces, debido al desmadre económico que existía en esa época, porque la situación económica y social tiene mucho que ver con que las mujeres se prostituyan, terminé en las esquinas. En este momento hay miles de mujeres volcadas en las rutas».

También, relató crudamente sus primeros pasos en la práctica, cuando debía ajustarse física y psicológicamente a lo que implica ser prostituta: «ponete este vestido», «caminá como puta», «poné cara de puta», eran los «consejos» que en ese momento marcaban su camino junto a una compañera que desarrollaba la misma actividad para sobrevivir, ambas de manera autónoma. Palabras que hasta hoy resuenan en su conciencia sin olvidar los olores desagradables, sumisiones, humillaciones y violencias que recuerda hasta hoy. «Mi cuerpo, mi psiquis y mis emociones sufrieron una transformación por humillaciones que provenían de diferentes tipos de personas. Quienes me consumían?: políticos, militares, curas, evangélicos, policías, hombres muy sucios y descuidados que no sabías de dónde conseguían el dinero, padres de familia, entre otros», reflexionó.

«Muchas veces intenté salir de la prostitución. Me habían diagnosticado cáncer de útero, me había desangrado, estuve internada y luego del alta, al día siguiente volví a la calle porque es una práctica que se naturaliza como propia, uno llega a creer que la calle es el lugar que nos corresponde. Cuando dejé definitivamente fue porque no me daba más el cuerpo, no sentía fuerzas, no podía permanecer parada».

Luego de esto, Delia logró salir de la prostitución por limitaciones físicas y continuó sus estudios secundarios, incluso comenzó la carrera de psicología social, además de ejercer la militancia en defensa de los derechos de las mujeres.

Una mirada crítica:

«Entre los años 1960 y 1970 se produjo un auge de la liberación sexual en diferentes partes del mundo, sin embargo, poco se sabía sobre educación sexual, por lo que el consumo de prostitución también se había incrementado. Para ciertos autores, esta práctica no puede ser considerada una relación sexual ya que la prioridad de la obtención de placer recae solamente sobre quien paga por el cuerpo», aseguró la docente e investigadora Sandra Cubilla.

Por otra parte consideraron que: «En estos años, y hasta hoy en día, el consumo de pornografía funciona como un instrumento que distorsiona las prácticas sexuales, fomentando el odio, el desprecio y la humillación hacia el cuerpo subordinado que se prostituye. Esto se convierte en una fantasía que busca satisfacerse al pagar por una prostituta», sostuvo la docente y activista Ana Graciela Correa durante la disertación.

En este camino, desde distintas corrientes teóricas plantearon la prostitución como: “una forma de violencia ejercida sobre algunos cuerpos (mujeres, travestis, trans, niñas, niños) a través de la erotización de la violencia. En otros términos, una violación que afecta psicofísicamente a quien la ejerce y a la sociedad en su conjunto».

Según estudios realizados por las docentes e investigadoras, la prostitución marca una división de tareas donde el 95% de las personas que la ejercen son mujeres. «Lo que se observa es que en mayoría son los hombres quienes ejercen poder y dominación sobre las mujeres prostituidas, y no los hombres quienes se prostituyen, esto habla de una desigualdad muy grande donde, además, la mujer naturaliza la prostitución y el privilegio del hombre de consumir la misma».

 

De esta manera, la charla organizada por el Centro de Estudios y Promoción de la Equidad de Géneros- Flora Tristán y la agrupación feminista Trece Rosas dejó en claro su postura abolicionista frente a cualquier forma de aceptación de la prostitución como trabajo formal, regulado: “La prostitución no es un trabajo socialmente aceptado, aceptar la prostitución como un trabajo sería blanquear una burguesía proxeneta”.

 

V.D –EP

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