“El Aguante”, un secadero familiar que refleja el espíritu pionero del productor misionero

Ernesto Klingbeil heredó la chacra de su padre inmigrante. Ahora con el conocimiento aportado por su hijo Pablo, logró transformar el viejo barbacuá en un secadero a cinta. Tres generaciones y un mismo objetivo: hacer yerba de buena calidad.

En la chacra de los Klingbeil lo tradicional y lo moderno se mimetizan, a tal punto que es difícil decir qué tiene más fuerza: si las raíces de inmigrantes alemanes – polacos bien plantadas o la audacia innovadora que trae la nueva generación, aunque lo cierto es que juntas lograron un resultado formidable.

Sin temor a exagerar, se puede describir de esta manera el trabajo realizado por Ernesto y Pablo Klingbeil, padre e hijo, quienes juntos transformaron el viejo “barbacuá” en un secadero a cinta. Es más, ya redoblaron la apuesta: en agosto obtuvieron el certificado de Buenas Prácticas de Manufactura (BPM), por medio de un programa de apoyo del INYM y se encuentran focalizados en identificar y poner en marcha nuevas herramientas que permitan mejorar aún más la calidad de la yerba mate procesada.

En los cerros de Oberá

Ubicado en los cerros de la zona centro de la provincia de Misiones, en el departamento Oberá, el secadero de los Klingbeil comenzó a funcionar en el año 1983.

“Era tipo barbacuá, y lo fuimos construyendo nosotros, hasta el ladrillo que se usó fue fabricado acá”, contó Ernesto, repasando sus primeros pasos en la chacra que heredó de sus padres Elfrida Gampel y Víctor Klingbeil, quienes llegaron de la vieja Europa en busca de mejores condiciones de vida.

“Cuando era chico vivimos primero en la ciudad y luego la chacra, y de acá no me voy más. Por eso le pusimos el nombre El Aguante, porque de eso se trata, de seguir, de continuar a pesar de los desafíos”, agregó este agricultor que echo raíces y se animó a innovar, confiando en la impronta que su hijo dio al emprendimiento familiar. “Pablo estaba estudiando y un día vino y me dijo: ‘¿ hacemos algo distinto?’, y me convenció; con él repensamos y rearmamos toda la estructura del secadero, desde abajo, paso a paso y con la misma gente, siempre buena gente”, expresó emocionado.

La incorporación de elementos de vanguardia en el secadero se inició en el año 2004. “Estaba terminando la escuela técnica; teníamos un barbacuá con capacidad para almacenar 13 mil kilos de hoja verde y me preguntaba qué se podía hacer para producir más. Entonces decidí hacer el trabajo final de estudio con todos los planos del secadero a cinta, y es el que está funcionando hoy”, recordó Pablo.

“Fueron largos meses de probar, de ver si funciona o no… los kilos que se pasaban por hora entonces eran unos 1300 kilos de hoja verde en el barbacuá y hoy se está pasando 10 mil kilos de hoja verde con dos líneas de sapeco y dos líneas de pre seco, y se hace el envasado en bolsones, garantizando homogeneidad en la canchada”, destacó.

“Acá se pone el corazón en lo que se hace, se tiene una visión de buscar la excelencia. Hemos elegido la calidad por sobre todas las cosas; tenemos sapecadores que no tienen carbonilla y esto nos llevo a otra exigencia: lograr homogeneidad en el color, y se ajustaron cosas en el secado y canchado, luego fuimos mejorando el envasado en bolsas y la humedad en la canchada final bolsón por bolsón”, finalizó orgulloso Pablo Klingbeil.

Fuente: INYM

 

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