El desarrollo, un desafío siempre vigente

En el Museo del Barco Rojo de China, que fue sede del Congreso fundador del Partido Comunista de ese país, se expone, entre muchos objetos y fotografías de la época, un teléfono con caja de madera fabricado en la Argentina en la década del 20. A quienes visitamos ese museo como parte de una reciente gira institucional esa presencia nos hizo reflexionar profundamente. Aquella pieza de origen argentino es un certero testimonio de la relevancia que tenía nuestro país en aquel momento, promediando su centenario. En ese entonces, la Argentina contaba con casi la mitad de las líneas telefónicas de América Latina, además de ser líder en muchas otras áreas que simbolizaban un camino de progreso.

Nuestra participación en el comercio mundial era del 2,5% y estábamos considerados como el quinto país del globo en importancia económica. Paralelamente, China se debatía en ese momento en las luchas de liberación nacional y la unificación de su extenso territorio.

Pasaron casi cien años. Hoy China compite agresivamente por la supremacía mundial y, más allá de las diferencias entre ambos países en materia de organización política e institucional, es una realidad la elevación de la condición de vida de sus habitantes que el gigante asiático logró en un período de cuarenta años.

Las reformas encaradas por Deng Xiaoping desde 1978 tuvieron como objetivo la integración de su economía desde las industrias de base, incluyendo los bienes de capital hasta la manufacturación de bienes terminados. En sucesivas etapas China fue avanzando en la incorporación de tecnología y en la sofisticación de su producción.

Para ello llevó a cabo una apertura inteligente, convocando a capitales extranjeros a radicarse y producir en su territorio, a la vez que se avanzaba en las reformas de mercado, permitiendo liberar la iniciativa y la creatividad de su laborioso pueblo.

La Argentina, como sabemos, experimentó un proceso inverso. Transitó su camino hacia el bicentenario acumulando sucesivas frustraciones, de las que hoy estamos intentando emerger.

En aquellos años florecientes estábamos en el cenit de nuestro crecimiento, pero a la vez nos acercábamos al límite de las posibilidades del esquema agroimportador, cuyo agotamiento quedaría rápidamente expuesto.

Con una estructura similar a la nuestra, otros países, como Canadá, emprendieron el camino de la diversificación productiva e integraron su economía, transformándose en pocos años en potencias industriales.

Más allá del intento que entre 1958 y 1962 desplegó el Gobierno de Arturo Frondizi, nuestro país mantuvo a grandes rasgos la primarización de su economía. Ese modelo, además de no satisfacer las necesidades del conjunto de su población, lo tornan muy vulnerable a los desajustes del sector externo.

La tesis sobre la tendencia al deterioro de los términos de intercambio de las economías que basan su comercio exterior en la exportación de productos primarios parecía haber quedado desactualizada, a la luz de los excepcionales niveles de precios que experimentaron muchos commodities en la última década. Sin embargo,desde hace ya cinco años la tendencia al deterioro volvió a manifestarse, evidenciando un menor poder de compra de las exportaciones.

Son excepcionales los períodos en los cuales los términos de intercambio resultan favorables a las economías primarizadas, y en estos casos es necesario aprovechar esas condiciones para financiar un desarrollo integrado. La Argentina tuvo esta oportunidad en la década pasada, pero la desperdició con políticas populistas que marginaron las inversiones necesarias para lograrlo.

El contexto actual del comercio internacional es ciertamente diferente al escenario del centenario. La clásica relación centro-periferia anclada en los países perdió vigencia. Fue sustituida por novedosos mecanismos de intercambio y complementación por afuera de los límites nacionales. No obstante, los desafíos son los mismos: propender a la diversificación de nuestra oferta incorporando innovación, valor agregado y tecnología.

La instrumentación de un modelo de desarrollo tiene muchos aspectos que se podrán debatir. Pero está fuera de toda duda que sin infraestructura y energía no hay posibilidad de alcanzar esa meta superadora del atraso.

A pesar de las condiciones críticas con que asumió la Presidencia, Mauricio Macri tuvo como objetivo desde el primer momento modernizar y ampliar la infraestructura del país, así como recuperar el autoabastecimiento energético perdido en la década anterior.

Son testimonio de ese impulso las obras de conectividad vial en ejecución, la puesta en valor de decenas de aeropuertos, la construcción de plantas de energías hidroeléctricas, nucleares, térmicas y renovables como la eólica, fotovoltaica y de biomasa, además de la exploración y la explotación petrolera y gasífera cuyo ejemplo más evidente es Vaca Muerta.

Cada proceso histórico es particular y difícilmente se puedan extrapolar las condiciones. Pero la perspectiva histórica nos entrega nuevos elementos para el análisis y permite ratificar una conclusión: los objetivos del desarrollo, que suponen nuevos estadios de inversión, producción y empleo, acreditan una vigencia que nos obliga a explorar urgentes consensos para avanzar en esa insoslayable dirección.

El autor es senador nacional, presidente del PRO. (Publicado en Infobae)

 

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