Cuidados Paliativos: La pérdida de un amigo

“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…” (Alberto Cortés)

 

Para celebrar el Día del Amigo, me pareció importante, siguiendo las distintas temáticas que fuimos profundizando desde Cuidados Paliativos, dar un espacio a la experiencia que puede haber significado para muchos la pérdida de un gran amigo.

Entonces decidí pedirles a dos grandes amigos, Willy y María,  que están casados hace 12 años, y los dos en este último tiempo vivieron muy de cerca la muerte de un íntimo amigo. En este espacio quien mejor que ellos para dar testimonio de lo vivido.

 

La experiencia de María

A mediados del 2003, conocí a una persona maravillosa, a una niña envuelta en cuerpo de señora, desde ahí puedo decir que mi vida dio un vuelco importante en lo que respecta a la mirada del otro, al que dirán, al reír libremente a carcajada suelta, a remontarme en un barrilete sin destino. Eso era Ana. Un ser libre, fresco, que no quiere decir que en su vida no haya tenido tristezas, sufrimientos, pero tenía una manera muy liviana de llevarlos en su mochilita, creo que eso es lo que en algún momento la terminó enfermando, pero así transcurría su vida, moldeando, viajando, organizando juntadas en su casa, con su locro, un clásico en las fechas patrias, salidas artísticas, compartimos teatro unos dos años, y el ARTE con mayúsculas. Por Dios Ana,  cuanto te extraño!!!!”.

“Yo pintaba cuadros, y Ana hacía esculturas, con lo que encontraba en la calle, una creatividad abismal, nunca vista, tuve la suerte de compartir ésta y muchas locuras más!!!”

“Amiga fiel, pareciera que siempre estuviera esperando mi llamado, porque no hubo vez que no haya querido venir a compartir un café! Cuando yo terminaba un cuadro, la llamaba y ella me daba su punto de vista, a veces muy interesante  y otras veces no sabía que decirme y zaraceaba,  ese momento nos hacía reír a carcajadas!!!”

“Recuerdo cuando un día le dije: Ana me acompañas a ver una casa y a tomar medidas?”. Le dije: “mira que está llena de telas de araña y muy sucia”. “No importa”, me respondió. “Entró a su casa, se puso la ropa más sucia y desastrosa que tenía y un pañuelo en la cabeza, y un metro, lápiz y papel, y así estuvimos toda una mañana, genia total!!!”

“Ana, esa no fue la casa que me terminé comprando,  que alcanzaste a ver solamente las fotos, porque la muerte te llevó en unos pocos meses, ya sabías tu destino, que iba a ser rápido y tratabas de que no nos diéramos cuenta, pero yo ya lo sabía; una vez  te miré a los ojos y te dije: “Ana, no necesitás fingir conmigo,  ya se todo”.

“En ese momento se abrió otro vínculo mucho más fuerte aún, pudiste llorar, pudimos llorar y enfrentar lo que se venía un camino difícil de transitar, donde todo estaba dicho, donde pudimos decirnos lo que pasaría cuando ya no estuvieras”.

Un día le dije: “vos sos un colibrí, y cada vez que nos visites,  vestite de colibrí!! Se mataba de risa!!! Y puedo decir con certeza que cada tanto siento su presencia a través de los jazmines que florece uno en cuanto la necesito, y en épocas que no  están en floración: los colibríes se multiplican!!!”

“Tuve la suerte de abrazarte y despedirme, agarrar tu cabecita que ya parecía de una niña chiquita y consumida y me dijiste casi susurrando:-te quiero mucho y gracias por tantos momentos de arte compartido. Cuando le estaba diciendo que volvería al día siguiente a verla, me dijo no vengas, ya nos despedimos, a los tres días murió. Siento que fui bendecida por haber podido acompañarla, fue uno de los momentos más fuertes que me ha tocado vivir, y lo volvería a hacer. Es un aprender a acompañar y aprender a soltar”.

 

La experiencia de Willy

“El día 20 de noviembre del año pasado murió mi mejor amigo, mi amigo del alma, mi hermano mayor, ya que tenía 2 meses más que yo. Con él pasé los mejores días de mi adolescencia, con él fui dejando atrás la juventud, fuimos protagonistas de innumerables aventuras, viajes e historias. Con él vimos crecer nuestras familias, hijos, nietos y mascotas. Con sólo una mirada ya sabíamos qué estábamos pensando y cómo íbamos a reaccionar.

Qué más se puede agregar para describir una amistad así. En estos casos ya no se tiene vidas individuales, uno es el otro y el otro es uno mismo, hay una fusión perfecta.

Un día de esos me llamó a un costado y me confesó que estaba complicada su salud y que sentía ciertos miedos. No lo pude contener mucho pues era como que me estuviera pasando a mí, no tenía palabras para hacerlo, ni sabía cómo hacerlo. Así fue como transitamos ese camino hacia el final. Tuve la gran suerte y oportunidad de pasar con él su última noche, solos en un cuarto de terapia intensiva, palpando su desesperación, angustias, miedos y dolores. Ahí estaba yo, para lo que quisiera, entregándome, ahora sí, pude apoyarlo, calmarlo, bajarle la ansiedad. No había palabras ni pensamientos, sólo acciones para aminorar su malestar. Fueron momentos inolvidables para mí que quedarán en mis recuerdos.

Cuando partió me di cuenta que tenía muchísimos amigos como yo, porque fue una persona muy querida y su muerte fue muy sentida por todos lo que lo conocieron.

A partir de ese día la vida fue otra, me sobrevino una gran pena, un sentirme sólo, a pesar del montón de seres queridos que me rodeaba con su cariño, esposa, amigos, hijos. Les agradezco mucho a cada uno de ellos por su inmenso amor, pero lamentablemente ese hueco interior nadie podía subsanarlo.

Pasaron los días, los meses y fui aprendiendo a conversar con él, a recordar los buenos momentos que pasamos, a pedirle que me acompañe en los malos, en mis días de crisis pero también en mis alegrías. Le pido me de fuerzas para superar momentos en que todo está mal, cuando me invade la decepción y la bronca.

Yo sé que él está muy bien ahora, que no hace más que pensar en los que quedamos aquí en la tierra, no está triste, todo lo contrario, muy feliz de poder acompañarnos desde esa manera tan cercana y distinta.

Ahora voy sintiendo como la gran tristeza se va disipando de a poco, se va descomprimiendo y el duelo va cediendo. A esto lo llaman resiliencia, esa capacidad de superar positivamente dolores del alma, como los juncos resisten los fuertes vientos sin quebrarse. Pero eso sí, sigo esperando ansioso el llamado avisando que está preparando un asado y que yo lleve un vino para acompañar.”

 

 

Cuando les pedí el testimonio para ustedes, queridos lectores, me impresionó que ambos hayan vivido en este último año lo mismo. Por otro lado, siempre me conmovió la presencia que habían tenido acompañando a un amigo en el final de la vida.

Al enviarme lo que habían escrito ambos coincidieron que “los hice llorar” (los dos me dijeron exactamente lo mismo), y que les había hecho muy bien, lo necesitaban. Aclaro que no es mi especialidad hacer llorar, si creo que necesitamos espacios para poder hablar, compartir sentimientos, vivencias de estos temas tan profundos. Y trato, incluso, de facilitarme a mí misma esos espacios y a los que me rodean.

Dos historias tan fuertes sobre la amistad. Ayer escuchaba por el Día del Amigo un testimonio de Walter quien su amiga Cristina le donó su riñón. Cuando él estaba en una situación difícil ella lo miró y le dijo “Yo tengo un riñón y es tuyo”. Que entrega!

Y así es la verdadera amistad cuando es profunda, seria. Y que importante es para quienes trabajamos en Cuidados Paliativos no solo formar redes de cuidado entre los familiares sino con los amigos. Mucho se vive quienes tenemos esos amigos del alma, y quizá se tiene muy en cuenta  a la familia cuando llega el momento de partir, y esa amistad tan profunda se merece también estar en ese momento tan profundo, sagrado, despedirse, sostener la mano, poner el hombro, estar juntos.

A veces escuchamos: «Me quiero quedar con el mejor recuerdo de mi amigo», o mismo la persona que está en el final de vida, dice: «Prefiero que mis amigos no me vean así, no vean mi deterioro».

Creo que la amistad y los valores de la amistad no es solo tomar un vino, una cerveza y comer un asado cuando estamos felices y alegres sino compartir todos los momentos que la vida nos trae.

Y que al momento de partir se pueda vivir de una manera misteriosa ese amor por el otro, ese estar incondicional, esa entrega. Y poder vivir como describen su amistad dos Santos de la Iglesia, San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno: Una sola alma en dos cuerpos. 

 

(*) Licenciada en Relaciones Públicas y Consultora Psicológica.

Especializada en Cuidados al final de la vida y orientación a familiares, en Buenos Aires.

Mail: [email protected]

 

 

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