Gobierno Oposición y Fútbol , un pacto no significa arreglar a escondidas

¿Con qué ánimo te levantaste este domingo?  Si te gusta el fútbol, es muy probable que lo hayas hecho con el pie izquierdo, pensando que el último sueño mundialista se terminó, pero que el mundial sigue, sin Argentina. Ahora te toca esperar otros cuatro años. Seguro notaste también que, como siempre, el malestar post-eliminación se extendía a otras áreas de tu vida.

Quizás sea ridículo hacerse problema por estas cosas, pero la pasión no entiende de razones. Nuestro estado emocional tiñe nuestra forma de ver la realidad y nuestras relaciones personales. Suele pasar que, después de un mal día, podemos volcar nuestras frustraciones en alguien que no tiene nada que ver con ellas. De la misma manera, cuando estamos de buen humor, todo parece color de rosas.

No ayuda el hecho de que volver a la realidad, después del mundial, sea volver al aumento del dólar, la inflación, los sueldos, el riesgo país. Es muy fácil que toda esta energía negativa se vuelque a la política, y que de desear que se vaya Sampaoli, pasemos al Chiqui Tapia, de ahí a Moyano, a Macri, y por fin otra vez al “que se vayan todos”.

Es lógico que, si en todo lo demás nos va mal, depositemos en el fútbol nuestras esperanzas de que, por lo menos en algo, nos vaya bien. Quizás las expectativas son demasiado altas. Una encuesta realizada después del ajustado triunfo con Nigeria indicó que 47% de los argentinos pensaba que la Selección se consagraría como campeona del mundo.

Es que no sólo le exigimos al fútbol que nos dé una alegría; le pedimos que borre todos nuestros otros problemas. Nos parece que todo se logra con solo quererlo, a pura garra y lamentablemente, no siempre es así. En general, la planificación y los proyectos le ganan al talento y a la garra – la perseverancia sin efectos de Messi es una prueba de eso.

Si algo pone en evidencia el Mundial es que los argentinos no sabemos bien qué hacer con nuestra energía. Está bien divertirse, alegrarse y hasta angustiarse por el fútbol, pero cuando esto se convierte en algo de vida o muerte, muestra que hay problemas serios en otras áreas. Nuestra energía negativa no la ponemos en la política, porque no surte ningún efecto, y mucho menos la positiva, porque no hay ningún proyecto capaz de entusiasmarnos.

Se suele reprochar que la gente se una y se hermane durante el Mundial, y no para otras cosas más importantes. Yo, por el contrario, pienso que es una prueba de lo que somos capaces de lograr. Nos volcamos al fútbol porque nadie más sabe cómo ganar nuestro entusiasmo, pero eso también sería posible, si el arco político supiera leer correctamente la situación.

Estoy convencido de que los argentinos queremos dejar atrás el conflicto y las grietas, y por eso buscamos la unidad al menos a través del símbolo que es la Selección. De la misma manera, las situaciones difíciles requieren de pactos políticos que nos ayuden a superarlas.

Un pacto no significa arreglar a escondidas, sino establecer compromisos y puntos de acuerdo a mediano y largo plazo. Hace poco más de 40 años, un 25 de octubre, se firmaron los Pactos de la Moncloa, que fueron acuerdos clave para superar las divisiones en la España post-Franco y emprender un camino de modernización, prosperidad y diálogo. Otro tanto ocurrió en Chile, con el “Acuerdo Nacional para volver a la democracia”, firmado en 1985, y en Corea del Sur, con la reforma de 1987 que permitió eliminar el régimen autoritario e incluir a los partidos de la oposición que habían sido vetados.

Hay ejemplos cercanos y lejanos, incluyendo el plan estratégico de transporte, logística e infraestructura en Uruguay (2011), que reunió a todos los partidos políticos, el plan de 30 puntos firmado en Perú en 2002 y el marco común establecido entre sindicatos y partidos en Australia, hace 30 años, para asegurar la productividad del país.

En otras palabras, los argentinos no tenemos excusas para no hacer lo propio. La principal responsabilidad es siempre del gobierno de turno, pero también de todos los otros actores políticos. Se trata de superar las rencillas y el conflicto constante para establecer bases comunes de convivencia. Un país no se hace “a lo macho”, con actitud y “huevo”, sino con planes consensuados a mediano y largo plazo.

Acá no hay salvadores que aparezcan para resolver todo en el último minuto, como Rojo, ni grandes genios como Messi. Una elección presidencial no va a cambiar nada mágicamente, si no hay otro trabajo detrás. Lo bueno es que en esta área, a diferencia del Mundial, no competimos contra nadie. Solo competimos con nosotros mismos.

 

 

(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador.

Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU.

Director de Buenos Aires Comunicación, BAC

 

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