Análisis semanal: Cuando el mundial ya no importa tanto

La tensión que impone la agenda política y económica en Argentina llegó al punto de dejar en un apartado segundo plano al comienzo de un mundial de fútbol. La pelota empezó a rodar en Rusia, el misionero Néstor Pitana arbitró el partido inaugural, Cristiano Ronaldo convalidó sus credenciales de estrella mundial, el equipo argentino no pudo pasar del empate ante el ignoto combinado de Islandia y Messi falló un penal decisivo. A diferencia de otros años, otros mundiales y otras realidades, nada de eso parece importante hoy en Argentina, un país convulsionado por un debate encendido que divide aguas y atraviesa fronteras partidarias y por una nueva escalada del dólar que viene desbordando uno tras otro todos los diques de contención que intenta montar el Gobierno nacional.

Mientras en Rusia se desarrollaba la jornada inaugural que incluyó un deslucido playback de Robbie Williams y una previsible goleada del seleccionado local, en Argentina la realidad se movía al ritmo de una trama de Netflix. Con pocas horas de diferencia, el dólar llegó a 29 pesos y se llevó puesto al presidente del Central y la Cámara de Diputados dio media sanción, luego de más de 20 horas de debate y una votación reñida, al proyecto de despenalización del aborto.

Lo que ocurrió en Diputados fue un histórico paso hacia la concreción de uno de los reclamos más añejos y postergados del colectivo feminista, pero también fue un duro golpe para un amplio sector de la población que entiende que abortar es matar.

Más de 700 expositores intervinieron durante el tratamiento en comisiones del proyecto que inició el 10 de abril y terminó el martes último con la firma de un dictamen de mayoría respaldado por 64 de 121 diputados presentes. Ese dictamen fue aprobado en el recinto por 129 votos a favor contra 125 por la negativa y una abstención.

El debate por momentos fue franco y centrado en argumentos respaldados por datos demostrables o posiciones éticas respetables. Tanto la fuerza gobernante como los demás partidos con representación significativa en la Cámara baja cumplieron con la promesa de no bajar línea y dejar a sus legisladores votar según lo indicaran sus juicios y convicciones.

El resultado fue una discusión encendida, ajena a las lealtades partidarias, que juntó a quienes nunca habían compartido nada y separó a viejos compañeros de ruta. Pudieron verse imágenes inéditas de líderes opositores aplaudiendo de pie a oficialistas y viceversa, como la ovación de la bancada del Frente Para la Victoria al caracterizado antikirchnerista Fernando Iglesias.

Dirigentes de distintos espacios pudieron encontrar coincidencias con sus oponentes, relacionarse desde un lugar diferente con el otro, lo que de por sí es una buena noticia.

También hubo campaña sucia y extremismo. A través de las redes sociales se vociferaron amenazas, se anunciaron escraches, se divulgaron números de teléfono, se viralizaron cadenas de desinformación, se repartieron fetos a modo de souvenir, hubo pintadas a domicilios particulares.

Entre las exposiciones de los legisladores también hubo de todo. Se escucharon argumentos sólidos desde ambas posiciones, pero también golpes bajos, expresiones ofensivas y otras directamente absurdas.

La correntina Estela Regidor (UCR) se destacó en ese rubro al preguntarse “que hacemos cuando una perrita queda embarazada” para luego responderse “las entregamos en adopción”, pretendiendo que de ello surgiera alguna conclusión aplicable al debate por el aborto. Siguiendo con las comparaciones descabelladas, el salteño Martín Grande (PRO) llamó a sus pares a reflexionar “qué pasaría si fuéramos marsupiales”.

El más polémico en su intervención fue el jefe del bloque de diputados del PRO, Nicolás Massot, quien al referirse a la posibilidad de despenalizar el aborto expresó que “nunca en democracia nos animamos a tanto, ni en democracia, ni en otra cosa”, en referencia a los tiempos de dictadura militar. La diputada Mayra Mendoza lo interrumpió a los gritos: “sí, en la dictadura se animaron”, ante lo cual el diputado de Cambiemos insistió: “Tampoco en ese momento, Mayra, tampoco en ese momento nos animamos a tanto”. Inmediatamente las redes estallaron con ese fallido.

Pero el plato fuerte estaba reservado para el final. Cerrada la votación, cuando todos los ojos del país estaban puestos en la transmisión en directo de la sesión, la diputada Elisa Carrió –que no había hablado durante el debate- decidió salir a escena. Visiblemente molesta por el resultado y por la forma en que votaron muchos de los diputados de la alianza que integra, se levantó de su banca mientras hablaba el diputado Daniel Lipovetzky y se retiró vociferando amenazas contra su propio partido. “Que le quede claro a todo Cambiemos, la próxima rompo” y “es el último esfuerzo que hago para preservar la unidad”, fueron algunas de las frases que dejó.

 

Horas después mordió el freno y dejó una serie de tuits de tono componedor y el sábado se reunió con el presidente Macri para aquietar las aguas.

La despenalización deberá pasar ahora por el Senado, donde se prevé un tratamiento más breve. Los jefes de los dos bloques mayoritarios, el justicialista Miguel Pichetto y el radical Luis Naidenoff, jefe del interbloque Cambiemos, estimaron que el tema se votaría incluso antes del receso invernal y anticiparon su postura a favor de que el proyecto se convierta en ley. En el mismo sentido votarán Cristina Fernández de Kirchner y el jefe de bancada del PRO, Humberto Schiavoni, mientras que Gabriela Michetti y Federico Pinedo estarán al frente de quienes rechazan la ley.

Alerta verde

El mismo día que los diputados votaron la despenalización del aborto, el Gobierno nacional renunció al presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, que así se convirtió en la primera víctima dentro del equipo económico por la escalada del dólar, la muerte del gradualismo y las reiteradas “turbulencias”.

Después del anuncio del acuerdo con el FMI y conforme a las exigencias de ese organismo, el Central retiró del mercado la oferta de 5.000 millones de dólares que venía renovando todos los días. Contrariamente a lo que habían estimado el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y el propio Sturzenegger, la mera firma del acuerdo no fue suficiente para “tranquilizar” a los mercados y la divisa estadounidense retomó la senda alcista con renovado ímpetu.

Fiel a su tradición de intervenciones erráticas, el Gobierno intentó frenar la corrida ofreciendo dólares del Central y del Nación en las primeras dos ruedas de la semana, después se retiró y el dólar despegó. En conclusión, el Estado resignó más de mil millones de dólares y lo único que consiguió fue postergar dos días la suba del dólar.

La cotización de 25 pesos que se mantuvo casi toda la semana previa al anuncio del acuerdo con el FMI quedó muy atrás y el billete verde llegó a superar los 29 pesos.

La devaluación de casi 60 por ciento que se produjo desde fines del año pasado puede separarse en dos etapas, la primera desde de diciembre de 2017 hasta fines de febrero de 2018, en la que el dólar trepó de los 17,60 a los 20,50, en lo que representó una variación de   16,6 por ciento. En su momento esto fue interpretado como un corrimiento lógico teniendo en cuenta que durante todo 2017 la inflación había superado al dólar.

Pero la demanda de divisa se mantuvo muy alta y la oferta de privados casi nula, lo que produjo una gran presión sobre el Central para contener al dólar. En ese punto la política oficial se centró en sacrificar reservas para calmar a las fieras a la espera de que el ingreso de dólares frescos de la cosecha de granos equilibrara la situación. En ese plan se fueron más de 12.000 millones de dólares a cambio de una “pax cambiaria” que no llegó a los dos meses.

Los dólares de la cosecha no llegaron ni en la cantidad ni con la puntualidad que el Gobierno hubiera pretendido y las constantes ventas de reservas del Central fueron vistas por los capitales especulativos como una oportunidad para comprar dólares baratos.

Para fines de abril estaba claro que el Central no podía seguir dilapidando reservas para sostener al peso en un valor en el que los mercados no creían y al Gobierno no le quedó otra alternativa que dejar subir al dólar de nuevo. A pesar de nuevas intervenciones espasmódicas y costosas, el dólar aumentó más de 40 por ciento: de 20,50 a 29 pesos.

Semejante licuación del valor del peso le costó el cargo a Sturzenegger que fue reemplazado por Luis Caputo, hasta entonces ministro de Finanzas, cartera que fue absorbida por el Ministerio de Hacienda.

Aun frente a tamaña devaluación, no son pocos los economistas que defienden al ex titular del Central y consideran injusta su salida. Uno de ellos es Guillermo Knass, profesor de macroeconomía en la UNaM, quien en una entrevista con Misiones Online opinó que el principal problema no fue la política monetaria sino la ineficacia del Gobierno para bajar el déficit.

Reconoció que Sturzenegger cometió un error importante al no prever la magnitud de la crisis que enfrentaba la economía argentina, pero opinó que las causas principales del desequilibrio que atenta contra la estabilidad no fueron su responsabilidad.

Advirtió que el Gobierno cometió el desatino de encomendarle al Central dos tareas incompatibles: por un lado bajar la inflación y por otro emitir moneda para financiar el déficit fiscal. Explicó que para resolver el dilema, hubo que recurrir a las Lebac para rescatar los pesos que se emitían para financiar el déficit y que estos no alimentaran aún más la inflación. Pero no se hizo nada por atacar el problema de fondo.

Fue más allá y deslizó que quien debía haberse ido del gobierno era Dujovne porque “no está haciendo nada por bajar el déficit y está obligando al Central a que en vez de preocuparse por la inflación tenga que asistir al Tesoro y por otro lado hacer una fiesta del endeudamiento que el que hizo esa fiesta (Luis Caputo) ahora le premian con el Banco Central”.

Dolar, inflación y después…

Lo más urgente en materia económica es el próximo megavencimiento de Lebac por 530 mil millones de pesos que operará el martes. La preocupación pasa por el hecho de que a pesar de las tasas elevadas que paga el Estado (la semana pasada se negociaron Lebac a más de 50% en el mercado secundario) las inversiones en pesos pierden contra el dólar desbocado. Para evitar una corrida masiva de tenedores de Lebac al dólar, el Gobierno licitará el lunes un bono en pesos dólares a un año y un bono en pesos a tasa fija a 2 años por un total de 4.000 millones de dólares, con los que intentará seducir a los inversores desencantados.

El objetivo de siempre es frenar a dólar para contener los precios. Como es habitual en Argentina, el dólar y la inflación bailan un simétrico pas de deux que conspira contra las posibilidades de consumo de los asalariados. Las metas de inflación del Central para 2018 pasaron de 12 a 15 por ciento en diciembre, después se anunció su eliminación, pero tras la difusión de los términos del acuerdo con el FMI se vino a saber que sí hay metas para este año.

Según la carta de intención enviada al FMI, el Gobierno espera que la inflación de este año sea de hasta 32 por ciento.

En un contexto en el que la mayoría de las paritarias se cerraron entre 15 y 20 por ciento, se descuenta una notoria caída del poder adquisitivo del salario que comenzaría a sentirse con más fuerza en el segundo semestre, que es cuando los sueldos comenzarán a perder rápidamente terreno contra la inflación.

Como era previsible, el fracaso del modelo gradualista dejó a Macri embretado entre las exigencias de ajuste del FMI y los reclamos sindicales y la presión social que surgen como reacción ante el ajuste.

La CGT dio un primer paso y presentó al Gobierno un petitorio de cinco puntos: reabrir las paritarias, que el medio aguinaldo no pague el impuesto a las ganancias, que se normalice el flujo de fondos hacia las obras sociales sindicales, que se mantenga la ley de contrato de trabajo sin modificar el régimen de despidos y un compromiso de no despedir trabajadores formales durante seis meses.

Hasta la semana pasada parecía viable un rápido acuerdo en alguno de los puntos, pero la firme negativa a los demás reclamos generó un alejamiento que derivó en el anuncio de un paro general el 25 de junio. El Gobierno parecía dispuesto a aceptar la normalización del flujo financiero hacia las obras sociales y a no modificar la ley de contrato de trabajo manteniendo el actual régimen de despido, pero rechazó rotundamente impedir los despidos durante seis meses y eximir de Ganancias al aguinaldo.

Pese a los anuncios de paro, el sindicalismo se cuidó de no romper lanzas y se guardó un margen para seguir negociando, por eso la CGT convocó al paro pero sin movilización.

Los movimientos sociales ajenos a discusiones en torno a Ganancias y despidos en el sector formal, exigen en cambio medidas concretas para contener los precios de los productos de consumo básico, como el Ahora Pan que instrumentó el Gobierno de Misiones. Desde esos sectores advierten que productos como harina, pan, fideos, arroz y yerba aumentaron, en promedio, 20 por ciento en lo que va del año.

Costo social

Más allá de los reclamos sindicales y de los paliativos que pudieran adoptarse, el escenario de ajuste del gasto, inflación superior a las actualizaciones salariales, suba de tarifas y recesión, garantiza un deterioro social con crecimiento de la pobreza. Desde el Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) señalaron que el proceso de reducción de la pobreza que se observó durante el segundo semestre del año pasado se revirtió este año, estimaron que para mediados de año aumentaría alrededor de 2 por ciento la cantidad de pobres y que la tendencia se mantendría.

Para el secretario general del Sindicato de Trabajadores de Industrias de la Alimentación (STIA), Rodolfo Daer, en la Argentina “se agudizó la pobreza” y no hay una política económica que defienda a las pymes ni a la producción.

En ese punto concuerdan dirigentes de distintas cámaras empresariales que entienden que la política económica del Gobierno nacional beneficia a los capitales especulativos y conspira contra la posibilidad de invertir en la economía real, que es la que genera empleo. Afirman que las tasas de intereses que sostiene el Central para contener –infructuosamente- al dólar y a la inflación vuelven imposible el financiamiento para proyectos industriales o productivos al tiempo que generan ganancias desproporcionadas a los especuladores.

El complejo panorama deja desorientados a muchos dirigentes del ala radical de Cambiemos que se sumaron a un proyecto que prometió cosas que ahora no puede cumplir. Son consientes de que la caída del poder adquisitivo del salario está generando descontento especialmente entre la clase media, su principal base de sustentación, pero no pueden salir a criticar a un gobierno del que forman parte y del que dependen para hacerse de algún cargo.

En Misiones eso se traduce en un amplio espectro del electorado que se identifica con los valores históricos del radicalismo pero que no se ve representado por las políticas que lleva adelante Cambiemos. El contexto es propicio para el crecimiento de otras fuerzas que puedan interpelar a ese votante desencantado, lo que representa una oportunidad para partidos nuevos como Podemos, que supo ganarse un espacio en las elecciones de 2015.

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