Líderes que transformen nuestra visión

SOL JOULIÁ (*)

Cuando un líder nos impulsa a pensarnos como una gran red donde dependemos de otros, crecemos y evolucionamos a largo plazo como sociedad. Necesitamos con urgencia liderazgos que transformen nuestra visión y nos inspiren a mirar más allá de objetivos individuales o indicadores de un área. 
Hace un par de meses atrás, tomé coraje y visité centros comerciales multimarcas de Posadas, en busca de un aire acondicionado frío-calor. Encontré de todo, locales donde hablar era prácticamente imposible, porque la bachata  sonaba a volúmen máximo mientras los vendedores – todos hombres, ni una sola mujer – miraban absortos sus celulares sin notar mi presencia; hasta locales donde comprar era un entrenamiento intensivo de paciencia y tolerancia ante los desplantes de los vendedores. Sostuve la búsqueda, yendo de local en local, hasta que encontré un señor que respondía a mis preguntas una por una sin hacer sentir que me hacía un favor por responderlas. Su seguridad y calidez definieron mi compra, sin embargo, cuando llegué a la caja la atención de los responsables de ese otro sector, decayó completamente. Las cajeras hablaban entre ellas, y se reían mientras revisaban un video que acababa de llegar a sus cuentas. No dije nada, estaba fundida, así que volví a la oficina a esperar el producto, que llegó – para variar-, después de lo pautado.
La semana pasada, llamaron desde el centro de atención al cliente de la casa central. Preguntaron cómo fui atendida, respiré profundo y opté por hablar únicamente del vendedor que logró el cierre del negocio. Creí que de esa manera podría reconocer su excelente atención, obviando todo el desastre posterior. Pero acto seguido, me desayuné que el verdadero motivo del llamado era otro, la telefonista quería vender a toda costa un seguro de vida, que me lo ofrecía como “recompensa” por la compra del aire. Enseguida le dije que no, pero fue en vano, siguió insistiendo con argumentos sin sentido, hasta que la dejé hablando sola y corté enfurecida el teléfono.
Cada día que pasa estoy más convencida de la necesidad imperiosa que tenemos todos – misioneros, argentinos, ciudadanos del mundo – de entendernos como un todo, y dejar de pensar sólo en nosotros, aceptar que somos un gran equipo. Nos cuesta muchísimo, lo sé. Nos sentimos ombligos del mundo, nuestros deseos son los únicos, y nuestros objetivos siempre van primero, el resto no importa que hizo o dejó de hacer, nos da igual. El resultado final es nefasto, porque lo que alguien logró hacer muy bien, en alguna parte del gran engranaje, se desarma en cuestiones de segundos por irresponsabilidad e inoperancia de compañeros.
Si queremos crecer, si nos interesa realmente progresar, debemos empezar por fomentar otro tipo de liderazgo que no esté únicamente orientado a los objetivos, o al logro individual. Los equipos necesitan líderes que los alienten a mejorar el servicio al cliente, y los desafíen a agregar valor dentro de la empresa y en la sociedad. Líderes que nos transformen, que nos motiven a romper con nuestro egoísmo, y aporte una visión de la figura completa, que nos haga más conscientes de cómo nuestra conducta contribuye al todo o lo destruye todo.
¿Cómo hacer entonces para pensarnos en comunidad y comprender de una vez por todas que no estamos solos? Quizás podríamos tomar distancia, observar de lejos, cambiar de perspectiva, como lo propuso hace miles de años un sabio monje budista a un grupo de discípulos tremendamente egoístas. Los reunió y les preguntó qué veían, y uno de ellos respondió “enormes paredes blancas, y un gran monasterio”. El sabio los invitó a que se alejaran y se dirigieran a una loma a sólo 1 km de distancia. La respuesta esta vez fue “vemos el mismo monasterio, pero parece un poco más pequeño, y está rodeado por muchas casas”. El maestro insistió, y les pidió que tomaran aún más distancia y que ascendieran a la cima de la montaña más alta del valle. La vista era increíble, el monasterio se veía del tamaño de una pequeña piedra, dentro de un enorme valle lleno de campos cultivados, casas y miles de habitantes. Entonces el sabio les dijo, “cada uno de ustedes está tan ocupado en alcanzar su propia iluminación que no ve alrededor, recuerden que su trabajo en el monasterio es como una pequeña piedra en un inmenso valle que los sostiene”.
El líder transformador podría ser como el sabio de esta historia, debería recordarnos permanentemente que veamos el panorama completo, y aprendamos a estar al servicio de los demás, porque sólo así crecemos a largo plazo, en equipo.

 

(*) Lic. en Comunicación, Trainer en PNL, Coach

 

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