Asesinaron de dos balazos a su hijo por una selfie, pero ella perdonó al acusado: «Es una criatura que se arruinó la vida»

La noche del viernes 19 de enero, Augusto Paulón, de 22 años, estaba en la plaza del barrio con una amiga, se sacaban fotos y las subían a las redes sociales. A las 4.30 de la madrugada, otro chico, sin mediar palabra, le dio dos tiros: uno en la cabeza y otro en el brazo derecho. El asesino, L.C., de 17 años, estuvo cuatro meses prófugo, se entregó en las últimas horas y podría estar hasta 20 años en prisión.

El motivo, fue tan simple como absurdo: la víctima se sacó una foto con la exnovia del victimario. Amigos de Augusto acusaron a la joven, de 17 años, de mandarle la selfie al ex. Otros dicen que el asesino vio la imagen en las redes.

En la selfie no aparecía Augusto sino solamente parte de su ropa. Eso le bastó a L.C. para reconocerlo y descargar «la bronca», según declaró el lunes ante el juez de Menores, Manuel Games, confesando el crimen.

La mamá de Augusto, Alejandra D’Ambra, no le guarda rencor a L.C.: «Yo ya lo perdoné, pero pido justicia. Debe pagar por lo que hizo para que el nombre de mi hijo no sea su permiso para seguir matando».

«Yo no le deseo nada malo, es una criatura, me apena que se haya arruinado la vida de esta manera», expresó Alejandra en diálogo con TN.com.ar. En la causa, que instruye el fiscal Carlos Rolando, hay otro preso: A.V., de 18 años, primo del asesino, prófugo por tres meses y detenido en abril.

Los investigadores pudieron reconstruir que A.V. manejaba la moto, que dio dos vueltas a la plaza antes de detenerse, que L.C. le disparó en la cabeza y enseguida en el brazo derecho y ambos huyeron inmediatamente.

D.M., hermana de M.M. (la exnovia del asesino), escribió en su Facebook antes de que el joven falleciera en el Hospital Cullen de Santa Fe: «En un segundo pasaron miles de cosas. Todos hablan sin saber. Sólo los que estábamos ahí sabemos lo que pasó. Estoy rezando por Augusto. Mi hermana jamás imaginó que iba a pasar una cosa de estas». Las dos, también menores de edad, declararon como testigos.

Los papás de Augusto no se quedaron en el dolor. Decidieron apostar a la vida. Y donaron los órganos: los pulmones de su hijo los recibió una persona que estaba en la lista del Incucai.

Alejandra, aunque con tristeza, lo recordó con una sonrisa: «Tengo la tranquilidad de saber que los pocos años que mi hijo estuvo en este planeta fueron más que buenos. Era hermoso, alegre, con ganas de progresar. Qué más puedo pedir».

 

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