Asesinaron a su hijo y ahora le balearon a otro: «No puede estar pasando esto otra vez»

En Rosario, la violencia se cuantifica con cifras y estadísticas. Se cometieron 87 crímenes en lo que va del año. Cuatro de los últimos cinco ocurrieron en una ráfaga de horas. Las historias de vida detrás de las muertes también ayudan a dimensionar el flagelo que arrebata sueños y futuro en los barrios periféricos de la ciudad.

Mario y Agustín Brest nacieron y se criaron en la eclosión del narcomenudeo, en el momento en que las calles cambiaron sus fisonomías producto de la venta de droga. Los destinos de muchos jóvenes parecen estar marcados a fuego por esta cronología. En muchos casos, los esfuerzos por escapar son en vano. La muerte no distingue culpables o inocentes.

A Mario lo asesinaron en enero de 2015. Tenía 15 años. Lo acribillaron en un recoveco de barrio Santa Lucía cuando caminaba junto a su tío, quien también falleció. Quienes dispararon fueron dos integrantes de otro clan del barrio. El ataque se planificó por rencillas por el dominio del territorio y de los kioscos de drogas.

Norma, la abuela de Mario, contó en el juicio que el enfrentamiento de las familias se generó con «la llegada de droga», que antes eran amigas y convivían en absoluta paz.

Los cambios no se limitaron a los clanes involucrados en la disputa. Los chicos del barrio habían formado un equipo de fútbol llamado “Los Cachones”. El mote se conservó en el tiempo e identificó años más tarde a esos mismos niños –ya adolescentes—con el submundo narco.

«Los Cachones» dejaron de estar asociados a un potrero. Los pibes que soñaban con ser jugadores de fútbol se transformaron en soldaditos, en los eslabones desechables del negocio.

«Acá la droga pudrió todo, envenenó la vida del barrio», maldijo Norma durante un proceso judicial que terminó con absoluciones por la falta de pruebas. Ningún testigo se animó a declarar.

Después de aquel episodio, la familia Brest se mudó a barrio Tablada, a la zona sur. Valeria, la mamá de Mario, pensó que era la única manera de evitar nuevas represalias. Quería empezar de cero junto a Agustín y Marisa, sus otros dos hijos. Pero la imparable violencia le dio otro duro cachetazo.

Este miércoles por la tarde, Agustín, también de 15 años, salió de su casa para ir a jugar a la Play Station a lo de su amigo Brandon, en la cuadra de enfrente. Cuando estaban sentados en el sofá, un hombre entró a la vivienda y sin mediar palabra empezó a los tiros. Buscaba al dueño de casa, al padre del amigo de Agustín, a quien ejecutó de tres disparos.

El asesino siguió disparando en la huida. Cuatro proyectiles impactaron en el cuerpo de Agustín perforando los riñones, el hígado, el estómago y los intestinos. El chico fue derivado de urgencia a un hospital. Lo operaron, pero su vida pende de un hilo.

«Acá la droga pudrió todo, envenenó la vida del barrio», contó la abuela de los hermanos Brest.

«Me pregunto qué le hice a Dios para que me castigue así. Hace tres años me mataron otro hijo y nunca me pude reponer. No puede estar pasando esto otra vez», lloraba ante las cámaras de televisión Valeria en la sala de espera del nosocomio.

Su hermana Marisa se descargó a través de las redes sociales. “Dale Negro sólo está en vos. Luchala hasta el final que vos podés te quiero ver con esa sonrisa hermosa. Dale vamos a casa a tomar mates, dale. Salí de acá vos no te mereces estar acá ponele fuerza que que tenés una vida por delante mi amor. No la dejes sola a mami por favor”, escribió.

Los médicos explicaron que ahora solo queda esperar por su evolución. Lo que no tiene espera es la violencia que sufre Rosario. Mario y Agustín son dos de las tantas víctimas que se acumulan a diario.

 

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