Tirar la piedra y esconder la mano, actitud de Lombardi, Peña y la Corte Suprema

Tras más de dos años en el poder, parece que el gobierno todavía tiene problemas para decidir qué batallas tiene que pelear y, sobre todo, cómo tiene que pelearlas. Casi nunca el gobierno logra ir a fondo: o no sabe cuando le toca confrontar, o prefiere no hacerlo, quedándose en las declaraciones incendiarias para los medios de comunicación (y para las redes sociales) o en la pura chicana.
Es un estilo que parece afianzarse últimamente, y que tuvimos varias oportunidades de observar la última semana. En un lenguaje más sencillo podríamos decir que el gobierno tira la piedra y esconde la mano. Pareciera que está dispuesto a la pelea, pero después mira para otro lado, o señala a otro, o dice que en realidad la piedra no era una piedra. Parece que no supiera confrontar, o que no encontrara el estilo justo para hacerlo.
Ayer, Hernán Lombardi tiró la piedra al decir que en el programa “Ronda de Editores” de María O’Donell en la TV Pública trabajaban unas 55 personas. Después escondió la mano, increpado por esa misma periodista que, gracias a sus dichos, había recibido críticas por las redes sociales. Lombardi elogió un poco a O’Donell y se justificó, diciendo que ese número de empleados era inadmisible. Pero terminó admitiendo que esta responsabilidad era del propio gobierno.
¿Qué necesidad entonces de decirlo públicamente? Bastaba con tomar las medidas necesarias para reparar la situación (si es que había algo que reparar) sin poner en evidencia a una periodista que, además, no era responsable de ella. En el mejor de los casos es un descuido. Pero un descuido que no se puede permitir teniendo en cuenta que la sociedad todavía está atravesada por la grieta y que levantar estas sospechas de “despilfarro” basta para asociar a una figura pública con la corrupción kirchnerista.
Lo peor es que este tipo de “caza de brujas” (como lo llamó O’Donell) también evoca el modus operandi del kirchnerismo en sus peores momentos, cuando bastaba con que Cristina hiciera públicas las deudas con AFIP de algún disidente para invocar el escarnio público. Y mucho menos justificadas parecen estas maniobras cuando el poderoso en cuestión termina escondiendo la mano.
También tiró una piedra Marcos Peña cuando, interpelado en Diputados, hizo público el sueldo de los obispos y reveló que esto representa un gasto público de 130 millones de pesos anuales. Una vez más, no se trata de una verdadera acción. Teniendo en cuenta que él es parte del gobierno, y no alguien que mira de afuera, podría haberlo resuelto en otra instancia; reunirse con la curia a negociar, plantear transformaciones de fondo, y sólo como último recurso acudir a la opinión pública. Pero no nos engañemos: se trata de una forma de intimidar al poder eclesiástico, que viene mostrando su malestar desde que el presidente diera luz verde al debate sobre el aborto. El gobierno confronta pero dice que no confronta. Marcos Peña hace de cuenta que dejó caer ese dato sin ninguna doble intencionalidad. Una vez más, esconde la mano.
También ocurre en otras esferas. La Corte Suprema tiró la piedra cuando ordenó que se volviera a sortear el tribunal que juzgará a Cristina Kirchner en las dos causas que la involucran (el presunto encubrimiento al atentado de la AMIA y el presunto direccionamiento de la obra pública). El desaire a Garavano cayó como un balde de agua fría en la Casa Rosada, que no sabe cómo reaccionar ante este giro de los acontecimientos que pone en duda su estrategia para neutralizar políticamente a la ex presidenta. En gran parte, la dificultad del gobierno para confrontar abiertamente es lo que le juega en contra.
Aunque cada quien elige su propio estilo y personalidad, tirar la piedra y esconder la mano no parece la mejor decisión para un gobierno que tiene el apoyo popular para respaldar sus decisiones. Llega un momento en que debe asumirse la responsabilidad de los propios actos, incluso aquellos que no tienen a todos contentos y que pueden generar resentimiento. Sin esa valentía es difícil el cambio frontal y efectivo  porque la credibilidad se pone en juego ,parafraseando otra frase gauchesca «tener el cuchillo bajo el poncho» las personas que actúan con intenciones solapadas y que, por ello, no son de fiar, provocando un perjuicio que se intuía.

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