Poca relación familiar y sin antecedentes: cómo vivía Carlos Varela, el acusado de matar a Camila Borda

Su entorno lo define como una «lacra». Había comenzado a cuidar la casa del crimen como casero.

José Carlos Varela, un albañil de 40 años, fue arrestado este domingo por la tarde en Junín por la Policía Bonaerense por la muerte de Camila Borda de 11,  la nena que fue a comprar pan y nunca regresó. La violó y la degolló. El asesino realizaba refacciones en la casa del crimen y había comenzado a cuidarla como casero cuatro meses atrás, cuando había dejado de vivir con su familia.

«Dormía acá», dice su hermanastro Gustavo, mientras corre una cortina  hecha de un pedazo de sábana, montada sobre un caño. Muestra una pieza a oscuras con una ventana tapiada por pedazos de aglomerado viejo, con un somier comido por la humedad en posición vertical, rodeado de basura.

«Hace cuatro meses que no lo veo. Un sorete, una lacra. Por mí que no vuelva más. Para mí está muerto», dice Gustavo en la casa familiar no muy lejos de la entrada a la ciudad bonaerense de Junín, provincia de Buenos Aires. Tampoco es probable que vuelva a casa. El delito abominable por el cual está acusado le garantiza pasar hasta el último de sus días en un pabellón.

Personal de la Comisaría 1° de la ciudad lo encontró a unas treinta cuadras de su familia, en una quinta sobre la calle Arias en el barrio Ricardo Rojas, también en Junín, una quinta propiedad de una abogada, viuda de un histórico juez.

 

Camila Borda, de once años, una nena que vivía a unos treinta metros de la tranquera de la quinta en una pequeña casilla junto a su madre, su padrastro y ocho hermanos, había desaparecido anteayer a comienzos de la tarde.

 

Alejandra, su madre, la había mandado a comprar cigarrillos en su bicicleta a un almacén pintado de azul a una cuadra de distancia. Alejandra se presentó en la Comisaría para realizar la denuncia tras no encontrarla.

 

Los efectivos buscaron puerta por puerta; Varela salió de la quinta visiblemente nervioso luego de varios llamados, la música tipo reggaetón venía desde su casa a todo volumen. «Actitud evasiva», definió un investigador.

 

La Bonaerense ingresó de todas formas. Varela estaba pálido mientras los efectivos entraron a un baño en la planta alta. «Ahí no se puede entrar», les dijo en un intento tibio. El cadáver de Camila estaba ahí, tendido sobre una bañera, cubierto de contusiones, con un corte en la frente y una bolsa sobre su cabeza. La bicicleta de la menor estaba en una habitación de la casa.

 

Varela no confesó el hecho. Tampoco lo negó. Lo esposaron mientras estaba en su silla, sentado sin hablar.

 

La autopsia en la morgue judicial local determinó que Camila falleció tras una asfixia por sofocación que le provocó un paro cardiorrespiratorio.

 

Determinó, también, que fue violada. El fiscal Sergio Terrón, a cargo del caso, considera a Varela culpable más allá de cualquier duda. Un corte sobre el brazo izquierdo del albañil es indicador de una herida defensiva.

 

Terrón ya anunció ayer por la mañana que le pedirá la cadena perpetua en un eventual juicio.

 

El delito de homicidio agravado en concurso real con abuso con acceso carnal habitualmente suele ser la cúspide de una carrera de abusos, de una serie de denuncias.

 

Pero el legajo de antecedentes de Varela en el Ministerio de Seguridad bonaerense está completamente vacío, tampoco tiene un registro a su nombre en el Servicio Penitenciario de la provincia. Ninguna causa, ninguna condena, ninguna denuncia en su contra antes de violar y matar, tal como el portero José Luis Mangeri, condenado a perpetua por el femicidio de Ángeles Rawson. De la nada a la brutalidad absoluta.

 

«Acá nunca se mandó ninguna», dice Gustavo, hermanastro de Varela, que anoche fue visitado, afirma él, por un policía de civil que vino con preguntas.

 

«No escabiaba, no tomaba falopa, nunca un bardo. Yo soy padre de una nena, jamás la miró raro», asevera el hombre. «Yo también tengo una nena, te digo lo mismo», dice otro hermano, llamado Ramón. De todas formas, la vida de José Carlos Varela siempre les resultó un misterio.

«Paraba acá, pero iba y venía, le dejaban quedarse en las casas que cuidaba», dice Ramón. Varela se crió en la casa cercana a la casa cercana a la entrada de la ciudad junto a sus hermanastros, todos hijos de la misma madre, Marta Ruth, fallecida hace pocos años.

 

El padre de Varela es una incógnita: el albañil no lo mencionaba, la madre tampoco, los hermanastros ni siquiera saben su nombre.

 

Pero Varela no se sentaba a la mesa para cenar. Pasaba su tiempo encerrado en su pieza con un perro raza chow chow que le había regalado un patrón.

 

Tenía un grupo de amigos con los que jugaba al fútbol, se dedicaba a dibujar planos -«te levantaba una casa de nada, no era un tarado, era bastante inteligente», aseguran los hermanastros-, iba a una iglesia evangélica en la calle República, resolvía crímenes virtuales en juegos de Facebook en sus tres cuentas en donde agregaba decenas de chicas adolescentes.

 

«Una sola vez lo vimos con una mina que nos dijo era su novia», dice Ramón. «Anduvieron diciendo por la tele que tiene antecedentes. Eso debe ser por nosotros», se ríe Gustavo, que recuerda cuando estuvo preso «por un poquito de faso.» Ramón se ríe menos. Dice que le dieron cuatro años «por un robo» y que le queda «uno más» por cumplir. «¿Y la tobillera electrónica?» es la pregunta. «No, no la tengo, todo de palabra, me dejan estar acá en casa e ir a laburar», dice, insólitamente, «a cortar plantas en la poda municipal».

 

Los hermanastros del albañil no quieren mostrar su cara, no quieren posar para la foto. Ayer, una pequeña pueblada en el barrio Ricardo Rojas terminó con dos patrulleros incendiados mientras Varela era trasladado a la comisaría de Los Toldos.

 

El personal antidisturbios del GAD respondió con gases y postas de goma. Gustavo y Ramón fanfarronean un poco, dicen que todos en Junín los conocen. Mostrar la cara, sin embargo, no les sirve. En sus cálculos, la pueblada les puede caer a ellos.

De vuelta en el Ricardo Rojas, Guillermo Modesti, el padrastro de Camila, intenta mostrarse calmado en la casilla que comparte hace diez años con nueve hijos, con vecinos y amigos que llegan en motos y se sientan en el patio del frente, de cemento pelado. Su mujer, Alejandra, está adentro, nerviosa. Camila fue enterrada horas antes en el cementerio municipal local.

 

«La vi por última vez ayer a la mañana. Mi señora la mandó a comprar cigarrillos. Nunca escuché a este tipo decirle nada a Camila, nunca», dice Guillermo, hoy sin trabajo. El intendente local, Pablo Petrecca, se contactó con la familia, así como la Secretaría de Desarrollo Social del municipio.

Los hombres frente a la casa sentados en sus motos se preguntan por «la abogada» dueña de la quinta, «que venga a poner la cara.» La «abogada», por lo pronto, se presentó en la fiscalía del doctor Terrón para pedir que se preserve su quinta y que no termine incendiada. Efectivos de Policía Científica trabajaban a mediados de esta tarde en el lugar.

 

«Todavía hay más evidencia para recolectar», afirma el fiscal Terrón. «Nunca habló con Camila», dice una mujer en el barrio. Los vecinos de Varela aseguran que el albañil es un hombre callado, que incluso saludaba al pasar, que iba al almacén. Sus chiflidos y miradas, dice una mujer en el barrio, no eran para Camila: solían ser para otra una niña del barrio mucho menor, de apenas tres años de edad.

 

Varela será indagado mañana por el fiscal con la asistencia de un defensor oficial. Los vecinos convocan a una marcha esta noche en el centro de Junín.

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