La enfermedad, una experiencia vivificante

La licenciada Mariana Soiza (*) comparte en su columna semanal algunos aprendizajes que nos da la enfermedad. “En primer lugar sostengo que tiene un valor vital que es una experiencia de vida y como toda experiencia, se va transitando, viviendo. Es una experiencia pedagógica, es una escuela de aprendizaje”, asevera.

Quizá es paradójico hablar de enfermedad y vivificante. Vivificar según el diccionario es dar vida a una cosa inerte, también dar fuerza energía a una persona.

Entonces, ¿qué sería que la enfermedad da vida, da fuerza y energía a una persona que la está transitando?

Acompañando personas que viven alguna enfermedad aguda o el final de la vida, pude experimentar que sea así.

Voy a describir algunos aprendizajes que nos da la enfermedad. En primer lugar sostengo que tiene un valor vital que es una experiencia de vida y como toda experiencia, se va transitando, viviendo. ¿Y qué es lo que se va viviendo? Van reflexionando sobre lo vivido o lo que está sucediendo, ya que es una experiencia pedagógica, es una escuela de aprendizaje.

Nadie quiere estar enfermo. La vida es limitada, somos seres finitos. El aprendizaje estaría en querer abrazar la vida tal como es, es aprovechar en el contexto de los límites el potencial de nuestras posibilidades. Nos encontramos descubriendo y viviendo actitudes que antes desconocíamos.

Una mujer compartía que durante su vida fue una mujer independiente, resolvía situaciones familiares, pensaba que su familia no iba a funcionar sin ella. Le diagnosticaron la enfermedad y comenzó a necesitar más ayuda y su mensaje fue: “No me imaginé que mi marido podía hacerse cargo de tantas cosas, además de trabajar comenzó a ocuparse de las cosas de nuestros hijos, de la casa y todo funciona perfecto. Puedo ver que se hacen las cosas de un modo distinto y puedo delegar en ellos”.

Otro testimonio fue el de Rubén, que me comentaba: “El centro de mi vida era mi trabajo, tener éxito, ganar cada vez más dinero y me costaba disfrutar los fines de semana, el ocio, tener un hobbie, tomarme las vacaciones. La enfermedad me ayudó a disfrutar de la vida, del tiempo libre, de leer mientras me pasan la medicación, de disfrutar de mis amigos que me vienen a visitar, de dormir la siesta, de hacerme un mate e ir a mirar el río….todo lo que pensé que lo haría cuando me jubilara”.

En el proceso de la enfermedad podemos aprender la aceptación de la vida matrimonial, la vida social o laboral tal como es. Aceptar a las personas como son sin estar en conflicto o resentido o enojado, amargado, triste o maldiciendo ya que la escala de valores toma otra dimensión: empezamos a poner la energía y la fuerza en lo realmente importante.

Con la enfermedad las personas -desde los profesionales de la salud pasan a ser pacientes- también pueden aprender a ser pacientes con las posibilidades limitadas de la vida. Se puede vivir en armonía, con aceptación y también contento en la enfermedad…La palabra contento viene de contención.

Al aceptar la vida con sus limitaciones nos sentimos contenidos por los límites de la existencia, reconciliados con los propios límites. Muchas veces al ser una enfermedad crónica que está instalada en nuestras vidas es aprender a vivir con esa limitación de por vida.

Una mujer anciana reconocía que antes de estar postrada, que entraba y salía, muy pocas personas la visitaban. Ahora que estaba en la cama recibe a sus familiares donde comparten un almuerzo o un té y comparten la vida.

Otra enseñanza que nos da la enfermedad es la confianza. Experimentar la vulnerabilidad, es palpar que se nos mueve el piso, que todo cambia, que no sabemos dónde está nuestro apoyo. Cuando estoy bien me llevo el mundo por delante, nada me va a pasar. Cuando me enfermo sucumbe todo, mi cuerpo, mi espíritu, mis vínculos, mis afectos. Y se aprende a contar con aquel que viene a acompañarnos, que se viene a ofrecer para ayudarnos, que hace tareas que antes hacíamos.

Y por último, la gran enseñanza de la enfermedad es muchas veces la reconciliación con los seres queridos, los encuentros que se producen alrededor de esa cama, las charlas de cosas importantes, traer recuerdos vividos juntos. Aprovechar cada instante, cada momento ya que no se sabe cuándo llega a su fin la vida de la persona.

Entonces, ¿la enfermedad es vivificante?

 

Aquello que para la oruga se llama fin del mundo, para el mundo se llama mariposa» (Lao-Tse)

 

 

(*) Licenciada en Relaciones Públicas y Consultora Psicológica.

Especializada en Cuidados al final de la vida y orientación a familiares.

Coordina Programa Comunidades Compasivas (Buenos Aires)

Mail: [email protected]

 

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas