Miércoles de Ceniza: una ocasión providencial para retornar a las raíces de la fe

En éste día, Miércoles de Ceniza, en que inicia el tiempo de la Cuaresma, se practica el ayuno y la abstinencia de carne. En la liturgia, con las cenizas de los ramos de olivo del año anterior, se efectuará el rito de imposición de la cruz en la frente de los fieles con las palabras “acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (Gn. 3, 19), en señal de voluntad de dejarnos reconciliar con Dios. Una exhortación a la verdad de la existencia humana al reconocer que somos criaturas limitadas y pecadores siempre necesitados de penitencia y conversión, como lo señaló Francisco.

Hasta el Jueves Santo será una ocasión providencial para retornar a las raíces de la fe, llevar a cabo el desapego espiritual de las riquezas y abrirnos a Dios; y tener bien presente el concepto de Cuaresma, de misericordia y de perdón compartiendo el pan, albergando al pobre y estando atento al rostro del “otro”.

Un camino de conversión radical y confianza en la misericordia divina hacia el cual el cristiano debe orientarse en la vida al tomar conciencia que no tenemos morada fija en este mundo, porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp. 3, 20); camino que es mejor recorrerlo entre dos que solos, ya que si uno cae, será levantado por el otro. “¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!” (Ecl. 4,9-12). Es factible recorrerlo gracias a la imprescindible ayuda de nuestros pastores de almas que, movidos por el Espíritu Santo, no se resignan ni dudan permaneciendo horas y horas en el confesionario. Camino como el de San Juan María de Vianney, “el cura de Ars”, patrono de los sacerdotes, que estuvo sujeto a continuos ataques del demonio por su férreo hábito de confesar, pues admitió que “con esta arma le he quitado muchas almas al diablo” y comprendió que “cuando se trata de destruir la religión, se comienza atacando al sacerdote”.

“Con el sacramento de la penitencia, no sólo recobra el pecador la divina gracia, más también el mérito de las buenas obras hechas anteriormente en gracia de Dios y que por el pecado había perdido”, San Alfonso M. de Ligorio, Doctor de la Iglesia. Posterior al mismo, y contemporáneo de Don Bosco así como del cura de Ars, San Antonio María Claret fundó la congregación Claretiana, colocó los primeros ladrillos de la Acción Católica convencido de que las mejores conquistas de almas que logró fueron gracias al rezo devoto del Santo Rosario.

El VII sucesor de Don Bosco, Don Edigio Viganó, en una de sus conferencias recordó los dos grandes goznes sobre los cuales Don Bosco hacía funcionar el sistema preventivo: la Eucaristía y la Penitencia; junto a la oración conforman tres grandes instrumentos de santificación.

Es el arrepentimiento el eje central de estos días, no existe Cuaresma ni Pascua sin confesión. Es la Pascua un “paso”, un “puente” entre un estado de “muerte” hacia uno de vida. Momentos cuaresmales “fuertes”, de intensa espiritualidad que nos conducen al confesionario sintiendo dolor y propósito de no reiterarlo, manifestando íntegramente las culpas cometidas, con la esperanza de ser perdonados y satisfaciendo la penitencia del confesor.
Jesús dijo: “Cuando reces, que no sea en secreto; cuando des limosna, que no toquen trompeta y cuando ayunes, no estés triste”.

Hay quien propone un reiterado ardid ante la intención de confesarnos, excusas como vergüenza, miedo, diferir la misma restándole importancia a pedir perdón a Dios, así como callar pecados graves son utilizadas por el demonio. San Alfonso M. L. propone su respuesta ante la tentación de ocultar algún pecado: “Voy a confundirme yo y a confundirte a ti”.

Su demoníaca palpable actuación en los momentos de conflicto, de odio y de guerra, lleva a las personas al egoísmo, a encerrarse en sí mismo, a la desconfianza, violencia, al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles, aseveró Francisco hace más de dos años en Bangui, África. Una propuesta con final depresivo, con grises cercanos a la oscuridad, que es justamente lo contrario a la esencia del ser humano en servir, no ser indiferentes y buscar lograr confesiones íntegras, humildes y sinceras frente al representante de Dios.

San Juan Crisóstomo lo describió: “Puso Dios vergüenza en el pecado y confianza en la confesión; el demonio invierte las cosas, poniendo en el pecado confianza y el en perdón rubor”.

Cada uno nos definimos por lo que hacemos. Francisco nos insta a ser protagonistas y decidir nuestro futuro con una buena “poda” de falsedad, mundanidad e indiferencia; con un amor que sirva a los demás, no un egoísmo que se sirva de los mismos. “No hay humanidad nueva, sino hay hombres nuevos”, Pablo VI.

En éstos cinco años de papado, el papa fue más allá al mencionar la necesidad de hombres renovados en su colegio cardenalicio, no simplemente hombres “nuevos”.

Fue en la salutación a la curia romana de fines del 2016 cuando el papa mencionó que en la Iglesia no se deben temer a las arrugas, sino a “las manchas”; y se sinceró en la existencia de “enfermedades” en la Curia. Ante la pregunta de un cardenal si debía recurrir a confesarse o a una farmacia, Francisco le respondió sonriente “a las dos”.

“Todo cristiano tiene que estar convencido de su deber primero y fundamental, el ser testigo de la verdad en que cree y de la gracia que le ha transformado”, (Encl. P. Pastorum, Juan XXIII).

Este tiempo de Cuaresma, tiempo de esperanza como lo señaló Francisco, es un período de penitencia y mortificación, pero no como fin en sí mismo, sino con la finalidad de hacernos resurgir con Cristo; con días apropiados para abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar al despojarnos de lo que nos aísla, encierra y paraliza. “Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza”.

Es fundamental vivir la Cuaresma a pleno, sin miedos, sin los grises del maligno, en compañía de nuestros mayores y con los colores propios de una convicción fundamentada en las tradiciones orales y escritas. “Más crece la instrucción y más las personas adquieren certezas y conciencia, de la cual todos tenemos necesidad en la vida”, Francisco.

Recemos por nuestros sacerdotes y nuestro papa Francisco. Pidámosle a la Virgen María, Madre de la misericordia, que se convierta en guía y sustento en este itinerario cuaresmal “signo de esperanza cierta” (Lumen gentium, 68) e interceda ante Dios.

(*) Ex alumno salesiano, con colaboración de la licenciada en Educación Religiosa Patricia Montenegro, directora de primaria en el colegio Don Bosco, Formosa.

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