La Cuaresma en ciernes

El próximo 14 de febrero con la celebración del Miércoles de Ceniza, se iniciará la esperada Cuaresma. Será el comienzo de un nuevo tiempo del año donde imperará el color litúrgico morado denotando luto y penitencia. Según el papa Francisco, un tiempo favorable para salir de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia.

Las civilizaciones siempre han estado atentas a los fenómenos naturales de la tierra o del cielo y han escuchado a sus ancianos. Éstos 40 días únicos, conforman el tiempo espiritual más fuerte del año a ser aprovechado por cada ciudadano del orbe.  

Serán días y horas hasta la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo donde se tendrá la posibilidad de reflexión de la palabra de Dios y de lograr una apropiada penitencia y conversión espiritual en preparación para la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte.

Tiempo de muerte de nuestros pecados y de resurrección con Cristo a la verdadera vida: «Yo les aseguro que si el grano de trigo muere dará mucho fruto», (Jn 20,24).

En la Biblia, el número 4 simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra con sus pruebas y dificultades. En ésta, se habla de los 40 días del diluvio, de los 40 años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los 40 días de Moisés y de Elías en la montaña, de los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

Un tiempo por excelencia en la renovación de nosotros mismos en Cristo, de reconciliación con Dios y con nuestros hermanos gracias al recurso de las «armas de la penitencia cristiana» como son la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6,1-6.16-18). “Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, Francisco.

“Tiempo de obligación que todo buen cristiano tiene de vivir el precepto de la caridad, de adoptar  actitud de artífices, no de espectadores”, según Juan XXIII.

Fue San Pedro Crisólogo quien definió al ayuno como el alma de la oración, y aconsejó cultivar el estilo del Buen Samaritano a fin de facilitar la toma de conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. De acuerdo a las palabras del papa emérito Benedicto XVI, el ayuno representa una práctica ascética importante, y es un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos.

Serán días de reclusión interior, austeridad, y disposición espiritual propicios para escuchar y  meditar con mayor frecuencia la Palabra de Dios, de ejercitar conductas y palabras que faciliten la convivencia en paz de los pueblos a pesar de sus ancestrales discrepancias. Austeridad, es una palabra inmanente de nuestros inmigrantes Polacos y Ucranios de la provincia e inexistente en los medios de comunicación de sociedades de confort que tan sólo generan indiferencia al anhelar el reconocimiento social a partir de usos y costumbres relacionados con placeres, lujos y demás ostentaciones.

Indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios que es una tentación real también para los cristianos, de ahí la necesidad de oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.  

El pasado año, el Honorable Concejo Deliberante de Apóstoles declaró a su Ciudad “Ciudad de la Semana Santa y del Pysanky”, en homenaje a las tradiciones comunes de las colectividades Polaca y Ucrania. Se espera que en esta Cuaresma, la provincia acompañe dicha declaración.

En los días cuaresmales de Apóstoles, se vive aún más el hogar, produciendo mayor cercanía con la familia, se concretan privaciones materiales y gestuales, (quizás tapar espejos por algunos), momentos de mayor oración, ayuno, caridad y periódicos vía crucis tanto en colegios como posterior a las misas de los viernes.

Parafraseando al papa emérito Benedicto XVI, necesitamos una mayor apertura en las mesas de nuestros hogares, a fin de poder llegar a superar el egoísmo, para vivir en la lógica del don y del amor; y lograr apartar la mirada de nuestro “yo”, para descubrir al “otro” a nuestro lado y reconocerlo. Descubrirlo a pesar de la actual globalización de la indiferencia como lo señala el papa Francisco, bien alejados de la “ceguera fruto de un apego al dinero”, y aprendiendo a apaciguar toda avidez por el dinero “raíz de todos los males” (1- Tm 6,10), que apaga la caridad. “No podéis servir a Dios y al dinero”, (Mt 6,24).

San Basilio en sus predicaciones a los ricos de su tiempo aseveraba: “El pan que tú no comes, es el pan del hambriento; la túnica colgada en tu armario, es la túnica de quien va desnudo; los zapatos que tú no calzas, son los zapatos de quien camina descalzo; el dinero que tu escondes, es el dinero del pobre; los actos de caridad que no haces, son injusticias que cometes”, (Hom. VI in Lc XII, 18 PG XXXI, col. 275).

“A los pobres los tenéis siempre con vosotros”, (Jn 12,8). Juan Pablo II en uno de sus mensajes de cuaresma recalcó sobre la fuerza de la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro, a no estar sordos frente al grito del pobre, ni ciegos ante los sufrimientos de los demás anteponiendo los propios intereses y preocupaciones. Siendo el cristiano, precisamente por ser cristiano, quien debe colocarse al lado de los necesitados, ponerse a disposición para asistirlos en sus necesidades más urgentes y comprometerse a sí mismo para ayudar, como sea, a la construcción de un mundo mejor, de un mundo más justo.

Está en nosotros convertir a éstos días de cuaresma en un tiempo de muerte de nuestros pecados y de resurrección con Cristo a la verdadera vida y comprender que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros.

Está en nosotros “sacudir la modorra espiritual” y pasar de una Fe convertida en “un simple resplandor en la oscuridad” a una “Fe madura y operante” aceptando con alegría la propia cruz para alcanzar la gloria de la resurrección.

“La conciencia de la cercanía de la meta final, induce al anciano a concentrarse en lo esencial, en aquello que el paso de los años no destruye”, Juan Pablo II.

Está en nosotros cobijar a nuestros niños, escuchar a nuestros ancianos y ex alumnos; y tener muy presente que de polvo somos y al polvo volveremos, dada la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana como lo señala el Gén. 3,19.

 

Don Bosco maestro y padre, en sus últimos momentos antes morir, pidió a don Rúa que sacara de sus bolsillos las pocas monedas que tenía: “Busca en los bolsillos de mi sotana. Saca la cartera a ver si hay algún dinero. Creo que no hay nada, pero si hay algo se lo darás inmediatamente al ecónomo. Quiero que se sepa que Don Bosco nació pobre y murió sin un centavo”.

 

Susy Boyko – Gabriel Alsó, ex alumno salesiano

Fuente: infoans – vatican.va

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