Ingrid Grudke se refirió a su relación con López: “Uno no elige de quién enamorarse; no me arrepiento de nada»

«Cero. Nada. No soñaba nada de todo lo que me pasó en la vida», desliza Ingrid Grüdke (41) entre sorbo y sorbo del mate con yerba misionera que toma bajo la sombra, a metros del mar.

Se crió en una chacra de la colonia Los Helechos, a catorce kilómetros de Oberá, hablando sólo alemán hasta los cinco años. A esa edad caminaba siete kilómetros todos los días para ir y volver a la escuela rural, con sus dos hermanas mayores y uno menor. Así se educó.

«Mis padres eran –y siguen siendo– productores de yerba mate y té. Una granja con chanchos y gallinas; el horno de barro; la leche ordeñada por mi mamá a las cinco de la mañana, pan casero y mate cocido… Jugaba en la selva. El sueño de cualquier nene. Y ¡ni soñaba con ser modelo!», apunta sobre esa infancia que la convirtió en quien es: «Segura de mí misma y nunca sobreprotegida, porque me dejaban trepar a los árboles de Pino Elliotis más altos de la chacra».

–¿En un mundo donde la moda ni asomaba?

–Mi mamá miraba a Ante Garmaz. Y creo que todas las mujeres tenemos algún interés, estés dónde estés… Ella sabía coser y me enseñaba a hacerlo los días de lluvia. Así vivimos hasta mis doce años, cuando nos mudamos a Oberá para que yo empezara el secundario. Era muy flaquita, re naif. Usaba alpargatas y mis compañeros se reían. A los catorce me salieron las curvas. Pero no me producía ni usaba mini. Sólo pensaba en jugar al vóley, básquet y fútbol. Mis amigas me decían que me mostrara. Entonces empecé a participar como reina de varios concursos. Me vestía de paisana y me subía a la carroza. No me interesaba que me mirasen: sólo me gustaba conocer lugares nuevos. Cuando terminé el colegio, empecé a estudiar Diseño Gráfico en la Facultad de Arte de Oberá. A otra ciudad no me podría ir. En mi casa había capital, pero no dinero. Ya desde los catorce trabajaba en la farmacia de una amiga.

FUE SIN QUERER. En agosto de 1995 las modelos Katia Fucks, Carola del Bianco, Natalia Forchino y Ana Paula Dutil la vieron en un boliche de Posadas, mientras buscaban nuevos talentos para el scouting de la agencia Elite.

 

«Quedé entre 3.000 chicas y viajé a Buenos Aires por primera vez. Después, me ofrecieron 800 pesos por día –que era un montón– por traducir a una modelo rusa. Y me daban ropa de John L. Cook. Así me fui quedando… Hasta que me eligieron para ir a Barcelona a trabajar durante cuatro meses. Fue mi primera vez en el avión. Me pagué la estadía con la plata de un pasaje a Disney que me había ganado en un concurso y no había podido usar porque no tenía con quién ir. Hice el clic. Allá entendí el negocio y la profesión. Soy un producto para vender otro producto», asegura sobre aquella experiencia bisagra, poco antes de pasarse a la agencia de Ricardo Piñeiro –porque «Pancho Dotto, que tenía la representación de Elite, nunca vio mi carrera»– y después de un sinfín de comerciales, la antesala de su paso a la alta costura en el 2002.

 

–¿Qué hiciste con la primera plata importante que ganaste?

–Ayudaba mucho en casa. No podía ser desagradecida con la oportunidad que me estaba dando la vida. Y, además, reinvertía en mí. Me vestí mejor y me empecé a cuidar la piel. Pero ¡no tengo ninguna cirugía!

 

–¿Por qué creés que te fue bien?

–Nací con rasgos para esto. Mi estilo estaba de moda. Y respeto la profesión. Lo hice siempre muy seriamente, con conducta y puntualidad. Además, siempre prefiero arriesgar a quedarme con la duda.

–Así te llegó la popularidad…

–Claro. Porque Cecilia Oviedo, la ex mujer de Artaza, me vio y le dijo a Nito que yo tenía que hacer teatro de revista. Cuando vine a ensayar en diciembre para el verano del 2003, acá en Mar del Plata y con 26 años, los encargados de seguridad me decían por dónde me iban a sacar del teatro. ¡Y yo no entendía qué planificaban…! El 3 de enero, cuando dejamos el teatro tras la primera función, entendí todo: ¡la locura de la gente a la salida! Ahí pasé a ser yo el producto. Me volví popular. Eso potenció mi trabajo. Me empecé a manejar sola, en base a la intuición. Entonces, además de modelar, me largué a conducir –Tendencia fue un éxito– e hice varias comedias en cine. Y este verano, después de mucha insistencia de Javier Faroni, acepté la propuesta de hacer Como el culo, que es una comedia genial. Todo gracias al apoyo de mis compañeros.

 

CORAZÓN QUE SE PRESERVA. Después de tres años juntos, su pareja, el empresario Cristóbal López (61), fue detenido por defraudación al Estado en diciembre del año pasado. «Siempre hablé de mi trabajo. Dejé mi vida personal para mí», aclara Ingrid y agrega: «Antes había estado 16 años en pareja con una persona no conocida».

–Por eso entenderás cómo llamó la atención que salieras con alguien mucho más grande que vos y muy conocida…

–»Conocido» para ustedes. Yo no tenía ni idea quién era, ¡pero no me creen! Es que no estoy pensando: «Ahora me enamoro y ahora me desenamoro». Sé quién soy. Trabajo desde los quince años. Siempre fui autosuficiente.

 

–Y te enamoraste, siendo fiel a tus instintos.

–Por supuesto. Yo salgo con una persona porque me gusta. Está bien… Lo último fue explosivo y mediático, pero yo no veo lo que la gente ve. Es muy fácil juzgar.

 

–¿Cómo estás del corazón? ¿Sanando?

–Trato de que el tiempo decida. Que fluya. Quiero preservarme. Mis amigos más íntimos y mi familia saben… El amor no tiene lógica. No estoy pensando de quién me enamoro. Yo siento, ¡y listo! Pueden prejuzgar, pero sé quién soy. Tuve mil oportunidades. Podría estar en mil situaciones. Hace 22 años que trabajo de modelo. Conocí el mundo.

 

–Decís que no necesitás estar con un empresario…

–No hay que desvalorizar eso de «estar con un empresario». Es un generador de trabajo. Hay que saber para opinar.

 

–¿Estás defendiendo a tu ex?

–No. Estoy hablando de mí. Y lo lindo es que en el teatro siento el amor del público.

 

–Supongo que eso ayuda, porque separarse es doloroso.

–Obviamente. Me ayuda. Porque duele. El sentimiento no se controla. No es tan fácil… Me refugio en el amor de mis colegas, mi familia, amigos y el público. Soy un ser que cree en la bondad. En ser optimista.

 

–O sea que te vas a levantar de esto.

–Ya me levanté. Por algo pasan las cosas.

 

–¿No te arrepentís de haberte enamorado?

–Nunca me arrepiento de nada.

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