Submarino ARA San Juan: «Tuve que esconderle la Navidad a mi hijo», contó la esposa de un tripulante

Laura Alancay, casada con Sergio Cuellar, pasó una Nochebuena sin música, sin el plato preferido de su esposo y con una silla vacía.

No hubo música. Él se encargaba de llevar los bafles y elegir los «temazos» que los hacían bailar toda la noche. No hubo pollo relleno. Su esposa, Laura Alancay, no pudo –por primera vez en los diez años que pasaron desde que se conocieron– hacerle su receta favorita.

«Faltó todo.»

Pero Bruno sí estaba en Nochebuena. Es el nene de seis años al que el ARA San Juan le llevó el papá, Sergio Cuellar, tripulante mecánico de la Armada. El submarino, también, le robó en parte la Navidad a Bruno.

«Tuve que esconderle la Navidad a mi hijo», dice a Clarín Laura desde Mar del Plata. «Desde los primeros días de diciembre ya ni le hablaba de las Fiestas. Tenía miedo de que preguntara por su papá. Ni siquiera armé el arbolito, pese a que me lo pidió. Quería protegerlo de la tristeza. Estos festejos al padre le encantaban», sigue, mientras enciende una velita para «el negrito».

Pero el plan de ocultar la Navidad no funcionó. «Es imposible esconderle la ilusión a un nene.»

Caminando por Mar del Plata con su mamá, Bruno vio los adornos en la ciudad y las promociones en los negocios.

─»Ah, ya viene Papá Noel ¿falta poco para Navidad?».

Ahí fue cuando Laura, con sus 25 años, se dio cuenta de que tenía que ser fuerte y enfrentar la cena de Nochebuena.

«Todos estuvimos tranquilos para que él no notara nada. En la mesa no se habló del submarino. Pero no era como se dice: ‘él estaba ahí’. No. Realmente había una silla vacía. La misma que va a estar vacía en Año Nuevo y en las próximas Navidades. Fue muy muy triste.»

El único momento en el que nadie pudo contener las lágrimas fue cuando el padre de Laura –que tenía una excelente relación con su yerno– leyó la carta que había escrito el cura durante la misa del 24 de diciembre en la Base Naval Mar del Plata. «Hermoso lo que dijo, pero fue terrible.»

Ella es la esposa del tripulante del Ara San Juan que en los primeros días de diciembre le hizo llegar a Clarín el texto que había escrito para Sergio. Hoy le sigue escribiendo mensajes. «Como desahogo», dice.

«Me acuerdo de la Navidad pasada, que te quedaste bailando con papá folklore hasta las 7 de la mañana», escribió ayer.

Laura está en un grupo de Whatsapp con la mayoría de las esposas de los 44 tripulantes. Juntas decidieron hacer una remera con una frase que recuerde a sus «héroes» para usar en Nochebuena.

«La usó Bruno», cuenta. A las dos de la mañana, Laura ya estaba en su cuarto. «Ahí fue cuando empecé a llorar. No tenía que ser fuerte por mi hijo».

Desde que vivía en el pueblo salteño de Salvador Mazza, Sergio sabía que su vida estaba en la Armada. «A los 19 años empezó a defender a la Patria», señala su esposa.

A los 25 lo destinaron a Mar del Plata y a las pocas semanas conoció a Laura. «No quería irse a otra ciudad, por eso me preguntó qué curso seguir acá para instalarse, si el de buzo táctico o submarinista. Y elegimos juntos», sigue rememorando ella.

Tras un año de estudio como submarinista, Sergio se aseguró la permanencia en la ciudad del amor de su vida. Había zarpado varias veces con el submarino ARA Salta y este año lo cambiaron al San Juan.

Bruno no entiende bien qué es un submarino. Pero su mamá recortó cuatro veces en cartón la forma de ese navío y la ató a los extremos de las cintas de cuatro globos con helio.

«No son 44 globos. Pero le escribí los nombres de todos los tripulantes y, después de las 12, le pedí a mi hijo que los soltara en el patio de lo de mis padres. Fue muy emocionante.»

Además, en la casa de sus abuelos, Bruno tuvo árbol de Navidad y, debajo, su regalo de Papá Noel. «Ninguna de nostras [por las esposas de los tripulantes] podía escapar de estas fiestas.»

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