Contrabando hormiga: crónicas de subsistencia y corruptelas en la frontera

Con sus 71 años a cuestas, Zunilda cruza todos los días el puente desde Encarnación bien temprano. En verano –estación que abarca tres cuartos del año en estas latitudes- se levanta con el sol para evitar los rigores del calor y camina doce cuadras hasta la parada del colectivo internacional, lleva enormes bolsas cargadas con verduras, maní tostado, frutas, legumbres, ropa y cualquier otro artículo pequeño que pueda vender a sus clientes posadeños. “Para mí que es todo legal lo que yo traigo, pero igual nomás siempre tengo que dejarle plata a los aduaneros, si no me sacan todito”, denuncia con resignada indignación.

Desde hace unos cinco años la acompaña su hijo mayor, Rober, siempre con la camiseta de la Albirroja o la de su Cerro Porteño querido. “El Rober viene conmigo porque quedó sin trabajo y está de balde en casa, además a mí ya me cuesta mucho cargar las bolsas y me confundo todo con la plata cuando tengo que dar el cambio”, se justifica Zunilda.

Al llegar a la cabecera del puente se desarrolla la misma parodia todos los días. El colectivo estaciona, todos los pasajeros deben bajar para completar los trámites migratorios y dejar sus bultos arriba del coche a la espera de la correspondiente requisa de los oficiales de Aduanas. En ese momento, los que comparten con Zunilda el tradicional oficio del contrabando hormiga se reúnen en un lugar determinado por donde pasa el recaudador.

“Te cobran dependiendo de la cantidad de bolsos y la mercadería que uno traiga. Nosotros que siempre traemos mercadería nomás, nos cobran 200 a 300 pesos por pase. Encima, si quieren algo meten mano nomás y sacan. Hoy dejé mi platita como siempre pero igual me sacaron un cacho de bananas. Así es lo que no da gusto”, se queja la villena.

El sistema está tan aceitado que los aduaneros saben cuáles son los bultos de sus colaboradores, que pasan sin problemas, siempre y cuando se respeten los códigos. “Si decís que llevás mercadería no podés llevar electrónica porque te van a sacar todito”, advierte.

Zunilda afirma que más allá de que en algunos momentos los controles se pongan un poco más estrictos, el nivel de corruptela en el puente está generalizado a tal punto, que permite que todos los días la mercadería de Paraguay llegue sin problemas a Posadas. “Nos manejamos con teléfono, eso entiende el Rober más que yo. Cuando se complica la cosa en el puente, un pasero avisa y los demás quedamos esperando que se calme, pero al final siempre pasamos”, dice la encarnacena y para creerle basta con verla todos los días ofreciendo su mercadería puerta a puerta en la zona céntrica de Posadas.

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