Somos diferentes observadores e intérpretes de la vida

El coaching ontológico trabaja con tres principios, uno de los cuales hace referencia directa al tipo particular de observadores que somos de este mundo.

La realidad en la que vivimos es tan grande que, en pocas palabras, la tenemos que reducir para poder comprenderla.

Este proceso se lleva a cabo de una manera inconsciente, en total transparencia, y está condicionado por muchos factores, algunos de los cuales son: nuestras creencias, nuestra cultura, nuestra manera de pensar (paradigmas), nuestras emociones, nuestra historia, nuestras experiencias, nuestros saberes. Todo esto, nos constituye en observadores particulares de la realidad, únicos e irrepetibles. Por lo tanto, como dice el principio, “no sabemos cómo son las cosas, solo sabemos cómo las observamos o como las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”.

Seguramente, cada uno de los lectores, ve este mundo de una manera diferente a la mía, la ven diferente entre sí. Y esto, queridos lectores, es fantástico que así sea. Es precisamente que con la diversidad de miradas hemos construido el mundo en el que vivimos. Es por ello que ser un observador particular y único no me convierte en un ser mejor que otros, sino simplemente diferente. Que tengas una forma de ver la realidad distinta a los demás, no invalida esa otra mirada, ni me hace mejor, ni peor, sino que para maravilla nuestra, nos complementa. Si podemos incluir como el otro mira el mundo, ya no tendré solo mi forma de ver esta realidad, sino que podré verla como otros la ven. Es aquí, donde se acaban los conflictos de querer tener la razón, de creerme dueño de la verdad. Poder entender que el otro es un auténtico otro, que mira al mundo de una manera muy particular, me trae mucha paz en mi interior y me abre un mundo de posibilidades que antes no disponía.

Poder entender que hay tantos miradas, tantos observadores, como habitantes en el mundo, me da un panorama mucho más inclusivo, que me permite aceptar al otro y su manera de ver el mundo. Un niño de dos años no ve lo mismo que su padre de 40. Un argentino no ve el mundo de la misma forma que un japonés. Las diferentes culturas, edades, momentos históricos, etc. nos constituyen en observadores únicos. Incluso en la misma ciudad en la que usted vive, usted no sería el mismo observador si hubiese nacido 50 años antes.

Interpretamos que somos observadores distintos de la realidad y sin embargo podemos coordinar acciones con otros seres humanos que ven el mundo a su manera. El error que solemos cometer es suponer que porque trabajamos juntos todo lo vemos de la misma manera, y en este pensamiento hay algo que no funciona. Para coordinar acciones con otros es conveniente hacer uso del lenguaje que nos permite comunicarnos productivamente y así, en equipo, alcanzar distintos resultados.

Esto de ser “observadores particulares” de la realidad nos lleva a ver el mundo y sus componentes de una particular manera y no solo eso, sino que nos relacionamos con ese mundo de una determinada manera produciendo ciertos resultados. Si esos resultados no nos satisfacen, simplemente buscamos una manera nueva de “hacer” las cosas.

Cuando estas nuevas acciones tampoco nos permiten llegar a los resultados que buscamos, nos vemos en la necesidad de cambiar el tipo de observador que somos de este mundo. Y dicho esto, no es tan simple ni tan rápido, requiere de hacer cambios mucho más profundos que lo que imaginamos, nos vemos en la necesidad de revisar nuestros modos de pensar, reflexionar sobre las cosas en las que creemos, mirar y comprender el sistema en el que nos movemos y como interactuamos con él, en reflexionar sobre nuestra cultura, sobre nuestra historia, en fin, tocar ciertas estructura internas que nos permitan ser un nuevo observador de la realidad y desde allí, generar nuevas acciones que nos permitan obtener resultados que hoy, dado quienes somos, no logramos alcanzar.

Ciertamente para lograr esto, ser un nuevo observador de la realidad, nos acercamos a un concepto clave que es sin duda la llave del proceso y es precisamente el concepto de aprendizaje. Cuando entendemos que el aprendizaje no es una etapa en nuestras vidas, sino un “estilo de vida”, nos amigamos más con la incorporación de nuevos saberes. Estos nuevos saberes no llegan a nuestras vidas con el objetivo de acumularlos, de coleccionarlos y de convertirnos en grandes enciclopedias parlantes. No, no es esa la idea. Cuando hablamos de aprendizaje hacemos referencia a un tipo particular de aprendizaje que es el “transformativo”. Este tipo de aprendizaje habla directamente de que aquello aprendido tiene un impacto significativo en nosotros mismo, nos toca nuestras estructuras más profundas y nos hace ver diferente la realidad en la que vivimos.

Desde el coaching ontológico, promulgamos el aprendizaje transformativo, dado que es la clave para convertirnos en nuevos observadores de la realidad, y por ende, comenzar a ver diferente el sistema en el que estamos inmersos y no solo eso, sino que nos permite relacionarnos de una manera muy diferente y desde allí, generar nuevas acciones que nos hacen más productivos, más efectivos, más poderosos. Es por ello que el coaching ontológico es una disciplina que trabaja con el desarrollo del potencial de las personas, organizaciones e instituciones, basados en el fenómeno del aprendizaje ontológico.

Este desarrollo de potencial abarca todo tipo de organizaciones, desde familias, hasta gobiernos, pasando por las escuelas, por las industrias, por los comercios y por cualquier organización donde existan seres humanos que interactúan entre sí. Desde ahí, que la propuesta del coachingontológico esté tomando cada día, mas reconocimiento e involucramiento en los cambios sociales, culturales y humanos de nuestro país.

 

(*) Coach Ontológico Profesional

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