“En el hospital estaban de paro y me mandaron a casa: mi bebé vivió menos de una hora”

En marzo, Yésica Malabella tuvo a su hijo en el Hospital Evita, en Lanús. El bebé nació después de que la mandaran a la casa varias veces, y murió enseguida. Ahora hay una causa penal por «homicidio culposo» y otra civil en marcha, apoyada en la violencia obstétrica que sufrió.

Fue en agosto del año pasado que Yésica subió la foto a su perfil de Facebook. Era una foto casera del monitor en el que acababan de hacerle la ecografía, y la silueta del bebé anunció la noticia entre sus contactos: estaba esperando a su cuarto hijo. Pero la foto que ahora muestra, un año después de haber subido aquella, es otra. En esta foto está de espaldas, junto a su marido. Llevan un tatuaje idéntico -un bebé con alas- y una fecha: 7 de marzo de 2017. Es el día en que Valentín nació y el día en que Valentín murió.

Yésica Manabella tiene 38 años y es ama de casa. Fernando Cabral, su marido, tiene 42 y es chofer. Viven en Lomas de Zamora y son padres de tres hijos adolescentes. El año pasado, cuando Yésica acababa de terminar el secundario para adultos, un test de embarazo le puso dos rayitas a la duda. «Fue un shock primero pero después una alegría total. Acá en casa estábamos todos contentos, los chicos estaban felices porque iban a tener un hermanito».

Yésica, que no tiene prepaga, se hizo los controles en una salita de su barrio y fue porque le detectaron diabetes gestacional que empezó a atenderse en el Hospital Evita, en Lanús. Se hizo las correcciones con insulina y el embarazo siguió adelante. La obstetra, cuenta a Infobae, le advirtió que su embarazo no podía pasar de las 40 semanas. Y que si el parto no se desencadenaba tenían que hacerle una cesárea.

«Yo ya había tenido tres partos, por eso avisé que no tenía buena dilatación. La obstetra lo anotó y me dijo: ‘en el último control vemos, si dilatás algo te ayudamos con goteo, si eso no pasa hacemos la cesárea». Por eso, Yésica fue al último control con el bolso armado. Su marido pidió el día libre en el trabajo.

«Cuando llegamos, el jueves 2 de marzo, el hospital estaba de paro. Me llevaron a la maternidad y al rato salieron a avisarme que me pasaban para la semana siguiente. Venía el fin de semana largo y me dieron turno para el martes, no para el lunes, porque el lunes el hospital también iba a estar de paro», cuenta.

Yésica y su marido volvieron a su casa con la indicación que les dieron: esperar a ver si, durante el fin de semana largo, se desencadenaba un parto normal. Pero no llegó al martes. «El lunes, durante el segundo paro, perdí el tapón. Me atendieron en la guardia, me dijeron que el trabajo de parto recién empezaba y que me fuera a comer algo y volviera después para hacerme un monitoreo».

Según recuerda, «los latidos ya se escuchaban mal. Una médica lo dijo: ‘Chicas, yo no lo escucho bien’, pero nadie le dio importancia. Yo les mostré que tenía fecha de cesárea para el día siguiente y les dije que yo no dilataba. Me volvieron a mandar a mi casa».

Las contracciones empezaron apenas llegó a su casa. Yésica dice que se propusieron esperar pero cuando notaron que sucedían con una frecuencia menor a cinco minutos, volvieron a la guardia. «Cuando la médica me vuelve a ver, me dice de mala gana: ‘¿Qué hacés otra vez acá?’. Después me dijo: ‘acostate ahí’ y me revisó, también de mala manera. Otra vez me dijo lo mismo: tenés que esperar, andá a tu casa y descansá».

Darse un baño y tratar de calmarse. Esa fue la idea con la que volvió a su casa. «No pude: caminaba dos pasos y tenía una contracción. No descansé ni comí, me estaba retorciendo en la cama. Mi marido me decía que volviéramos al hospital pero yo no quería, quería esperar para no me volvieran a retar».

La insistencia de su marido ganó y volvieron a ir a la guardia: era la tercera vez durante el mismo lunes de paro. «Iba por un pasillo largo, cuando me ve la doctora. Me ve, murmura algo con otra y se meten en una sala. Yo no podía ni caminar y no me ofrecieron ayuda, nada. Después, cuando me atendió, me dijo: ‘¿otra vez? Bueno, te vas a quedar acá acostada acá hasta que tengas el parto’.

Yésica le dijo -«de buena manera para evitar otro reto»-, que «ya estaba en la semana 41 y que me habían explicado que por la diabetes gestacional no podía pasar de la semana 40″. A las 2 de la mañana, les dijo que no daba más y les rogó que le hicieran una cesárea. Media hora después le rompieron la bolsa, no sintió el líquido caer por las piernas, y tuvo un parto seco con un desgarro importante.

«Cuando Valentín nació les pedí que me lo pusieran en el pecho pero se lo llevaron. Estuve una hora preguntando qué pasaba que no me lo traían, por qué no me llevaban a la habitación. Nadie me decía nada». La médica que entró de madrugada no entró con el bebé: «Bueno mamá, hicimos todo lo que pudimos», le dijo.

Unos minutos después, le acercaron una silla de ruedas, la llevaron a otra habitación y le dieron a Valentín, fallecido, envuelto en una sábana blanca. La historia clínica dice que el bebé nació con una insuficiencia respiratoria aguda, neumotórax bilateral y que murió por síndrome de aspiración meconial.

A Yésica la llevaron a la maternidad: «Ahí sí se acercó el equipo médico completo. Un doctor me dice: ‘desde ya, queremos decirte que el hospital está a tu disposición’. Y yo los miré a todos y les pregunté, llorando: ¿Por qué no me ayudaron? ¿Por qué? Si les pedí una cesárea y vieron cómo estaba, ¿por qué no me ayudaron? ¿Por qué pensaron que estaba exagerando si tengo tres hijos y sé que no dilato, si yo conozco mi cuerpo?».

Yésica dijo que quería irse. «Fue por la desesperación que sentía en ese sector, lo único que escuchaba eran los llantos de los otros bebés. Me quise ir, me hago cargo. Lo increíble es que me dejaron ir. Hacía tres horas que había parido». Era el 7 de marzo, la fecha que lleva escrita en su omóplato derecho. «Cuando llegué a mi casa empecé a darle cachetazos a la cuna. Mis otros hijos estaban durmiendo, se enteraron de lo que había pasado por mis gritos».

Dos días después de haber parido, Yésica y su marido fueron al hospital a hacer el trámite para retirar el cuerpo de Valentín. «No pudimos, estaban otra vez de paro». Al día siguiente, Valentín fue sepultado en el cementerio de Lomas de Zamora.

Dos semanas después -y luego de recibir mensajes anónimos por Facebook de alguien que decía «yo trabajo en el Hospital, te lo mataron»-, Yésica hizo la denuncia penal en la comisaría 1°. La causa por «homicidio culposo» pasó a la Fiscalía 18, a cargo del Dr. Ricardo Silvestrini. Aún no hay imputados.

«No tengo abogado penalista, por eso es todo tan lento. Llamé a uno y me pidió 50.000 pesos», cuenta. Por eso ella, que acaba de terminar el secundario y no entiende nada de Derecho, va sola cada semana al juzgado de Lomas de Zamora a ver si hay alguna novedad. Por esa insistencia logró que exhumaran el cuerpo de su hijo para hacerle una autopsia. «Pero se hizo a los dos meses de su muerte, cuando ya no quedaba nada. Sólo un pedacito de fémur», cuenta. El resultado se conocerá, se supone, el 7 de septiembre.

Sin nadie que la asesorara, Yésica buscó en Google. Así supo que el «síndrome de asipiración de meconio» puede suceder por varias razones: la diabetes en la madre gestante puede ser una causa, el envejecimiento de la placenta si el embarazo se pasa de la fecha prevista para el parto, otra. «No sabemos. Recién ahora, después de mucho insistir, logré que se pidiera una historia clínica completa, donde consten los pasos qué siguieron, qué le hicieron, qué mostró el monitoreo».

Hay un abogado, amigo de la familia, que está iniciando en paralelo, una demanda civil. «Es por daños y perjuicios, contra el hospital y contra los médicos que intervinieron. Uno de los argumentos es la violencia obstétrica que vivió: esto de no creerle, de mandarla de vuelta, de obligarla a someterse para que no la retaran», explica Sebastián Villarreal, el abogado.

Yésica dice que no va a parar hasta conseguir Justicia para su hijo, para ella y para el resto de su familia, que quedó como queda una casa después de una explosión. Después muestra que no sólo ella y su marido tienen el nombre de Valentín tatuado. También se lo tatuaron sus dos hijos mayores. Gabriel, su hijo de 18 años, lo lleva en el brazo. Daiana, su hija de 15, en la muñeca. «A ellos también les va costar volver a sonreír», se despide Yésica.

(Infobae)

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