Los nenes son misioneros: «La estaba hamacando, se dio vuelta y me dijo: ¿No querés ser también mi mamá?»

En 2013 y luego de cinco intentos de tener hijos biológicos, Fabiana Pérez y Norberto Vega lograron adoptar a dos hermanos en Misiones. La nena tenía graves quemaduras en su cara pero ese pedido de ella, que en ese entonces tenía 5 años, los ayudó a tomar una decisión crucial: no separarlos.

La historia comienza como la de muchas parejas que pasan años intentando tener hijos biológicos: un embarazo que no llega, un diagnóstico de trombofilia, cinco tratamientos de alta complejidad y la tristeza, que lo cruza todo. Pero la historia no terminó en esa tristeza. Fabiana y Norberto decidieron adoptar y pidieron, como casi todos, un bebé. La vida, sin embargo, tenía otra propuesta reservada para ellos. Un nene más grande al que ambos conocieron e inmediatamente dijeron: «Es él». Pero también a su hermana, una nena que había sufrido graves quemaduras en la cara. Fue esa nena, en cambio, la que conoció a Fabiana y a Norberto e inmediatamente los eligió: «Son ellos».

«Para mí la adopción nunca fue una posibilidad. Yo quería transitar el embarazo. Yo veía a mis hermanas: las dos eran más chicas que yo y las dos tenían mellizas. Y yo quería vivir eso», cuenta a Infobae Fabiana Pérez (39) desde su casa de William Morris, en Hurlingham. «Yo estaba llena de fantasmas con respecto a la adopción. Tenía miedo de lograrlo y que después me los sacaran, todas esas cosas».

La pareja se anotó en el Registro de Morón y, como sucede en la enorme mayoría de los casos, solicitó un bebé o un niño de hasta 3 años. «Yo pensaba ‘prefiero un bebé, un hijo grande ya va a tener su personalidad formada, nos va a costar mucho más». En Morón les dijeron «no esperen a que los llamemos, salgan ustedes a buscar a sus hijos». El abogado especialista en derecho de familia Esteban García Martínez lo pone en contexto: «En ese entonces estaba permitido adoptar a un niño y trasladarlo a otra provincia. Desde el nuevo Código Civil, en cambio, se prioriza que el niño se quede en su centro de vida, salvo que se haya constatado que en ese lugar no hay familias que deseen adoptarlos».

Norberto y Fabiana tenían amigos viviendo en Misiones. Esos amigos les dijeron que fueran allá, que había hogares donde podía haber niños. Y las vacaciones de 2012 fueron diferentes de las usuales: no fueron a la playa sino a un pueblo llamado Puerto Libertad, muy cerca de las Cataratas del Iguazú. Llegaron al hogar a la hora de la siesta, bajo un sol insoportable, y allí los llevaron a conocer a los niños que estaban en «estado de adoptabilidad».

«Ezequiel tenía tres años y medio. Estaba con pañales y un chupetín en la boca. Y sin conocernos se acercó, nos abrazó y nos dio un beso. Mi marido y yo nos miramos y pensamos lo mismo: es él», cuenta Fabiana. Al día siguiente buscaron a una abogada, fueron al juzgado, presentaron los papeles, lo fueron a visitar durante una semana y recién después volvieron a Buenos Aires. «Nos volvimos sin ninguna autorización pero ya lo considerábamos nuestro hijo».

Sin respuestas, en las vacaciones de invierno volvieron a viajar a Misiones. «Volvimos al juzgado llenos de fantasmas, pensábamos que muchas parejas estaban tratando de adoptarlo. Pero en el juzgado nos dijeron que Ezequiel nunca había sido pedido por nadie pero que tenía una hermanita y que no los querían separar». La frase fue esta: «Estamos esperando. Si aparece otra pareja que quiere adoptarlos a los dos, va a tener prioridad. Piénsenlo».

La decisión no fue fácil. Betiana tenía 5 años y medio y tenía quemaduras muy graves en la cara. «Se le había caído un brasero encima, no tenía labios, ni nariz, todo eso había sido consumido por el fuego. Pero además, para evitar que la discriminaran habían decidido no enviarla a la escuela. Tenía que estar en primer grado y no había hecho ni el jardín». Los miedos volvieron a aparecer: ¿si esta nena es discriminada en un pueblo cómo la van a tratar si la llevamos a Buenos Aires? Pero fue ella misma quien los ayudó a tomar la decisión. «Y un día estábamos en el hogar, yo la estaba hamacando, se dio vuelta y me dijo: ‘¿Vos no querés adoptarme? ¿No querés ser también mi mamá?’ Yo me sentí tan egoísta por estar eligiendo sólo a uno de ellos que ahí mismo tomamos la decisión».

Estuvieron un año sin respuestas de la Justicia. «Nuestros hijos allá y nosotros acá. Así que en abril de 2013 nos fuimos al hogar a pasar mi cumpleaños con ellos». La respuesta judicial no llegaba y los chicos ya llevaban tres años en el hogar. «El juez se había encaprichado y no lo resolvía. Y como ya éramos tan conocidos en el hogar y nos dejaban sacarlos para llevarlos a una plaza o a pasear, los saqué y los llevé al juzgado para que el juez los conociera».

«Se los mostré y le dije: ‘Su señoría, mire como están, ¿qué quiere? ¿Que sigan depositados en ese lugar?, ¿qué más necesita ver?». Para ese entonces, Betiana ya había perdido primer grado y, además del problema estético que sí se podía mejorar, tenía otra dificultades: «No tenía labios, no podía cerrar la boquita, se babeaba, tenía los dientes muy desprolijos y sólo podía respirar por la boca». El juez, «muy irónicamente», le dijo: «Bueno, llevátelos, si ya los sacaste». Fabiana le dijo: «Su señoría, yo quiero ser su madre, necesito su firma, no me los quiero robar».

Fabiana dejó su negocio a cargo de su madre y se quedó siete meses viviendo en Misiones, cerca de ellos. Su marido volvió a Buenos Aires: la empresa de colectivos en la que trabajaba lo estaba esperando. «Cuando llegó octubre le imploré al juez que tomara una decisión. Yo quería pasar el Día de la Madre con ellos», recuerda. Desde Buenos Aires, una de las hermanas de Fabiana hizo una petición en Change.org que juntó más de 12.000 firmas, y gracias al revuelo que se generó, «me llamaron del Superior Tribunal. Así que lo llamé a mi marido y le dije: ‘Venite volando para acá, creo que lo logramos'».

El viernes 1 de noviembre de 2013, finalmente, el juez les otorgó la guarda. «Ya teníamos una relación carnal así que nos vinimos, sin lágrimas, para todos era una felicidad total poder estar juntos, en casa». La familia entonces, decidió no perder más tiempo y ocuparse de la recuperación de Betiana.

Dos meses después, la nena entró al quirófano por primera vez: le sacaron cartílago de las costillas para hacerle el tabique nasal, le sacaron piel de la frente y le hicieron la nariz y con un pedacito del cuero cabelludo le hicieron la vellosidad de adentro. La intervinieron para levantar el párpado caído y en la Asociación Piel, una asociación sin fines de lucro que se encarga de operar a niños con labio leporino y malformaciones congénitas, reconstruyeron su labio superior. Betiana además, empezó segundo grado.

«Ella era una nena que se escondía atrás de nuestras piernas. Ahora no. No sólo empezó el colegio: fue elegida mejor alumna. La psicóloga nos dijo: ‘No la traigan más, con el amor que le están dando ella ya superó su trauma».

Faltan muchas cirugías, lo saben, pero lo importante para esos padres es hablarles a otros padres que estén viviendo lo que ellos alguna vez vivieron. A ellos les habla Fabiana. Lo que les dice es que «no se asusten, que un hijo no es sólo el que se lleva en la panza: miren a nuestra familia, nosotros los elegimos como hijos, pero ellos también nos eligieron como padres». (Infobae)

 

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