La historia de Macarena, la chica que quedó en estado vegetativo tras ser chocada por un piloto de carreras

Hace dos años, un conductor alcoholizado cruzó en rojo y chocó el auto en que ella iba. Macarena Mendizábal quedó en estado vegetativo. Su familia le sigue leyendo su libro de cabecera y la sigue visitando un bebé al que “adoptó” cuando tenía 19 años.

Macarena estaba cursando 4° año de Psicología. Entrenaba patín artístico cinco horas diarias, y los viernes iba a ayudar a un Hogar de chicos, en Florida. En ese Hogar conoció a Javier, un bebé de un año y medio que todavía usaba pañales y que no tenía familia. Macarena tenía 19 años pero igual hizo los trámites legales para que le permitieran llevarlo a pasear, al circo, al cine y para que pasara algunos fines de semana en su casa, como uno más de la familia. Pero el domingo 5 de abril de 2015, el teléfono sonó de madrugada. Y desde ese momento, la vida de ella, la de su familia y la de ese nene se quebró y se abrió al medio, como se quiebra y abre el asfalto después de un terremoto.

Era víspera de Pascuas y «Macu», como la llaman, había salido a bailar al boliche Mint, en la Costanera. Salió a las 2 de la madrugada desde la casa de su mamá, en Ramos Mejía, en su propio auto. A las 6.30 de la mañana sonó el teléfono. Quien atendió fue Adriana Aruj, su mamá. «Me dijeron que había tenido un accidente y que fuera tranquila porque no había perdido el conocimiento. Yo pensé ‘un traumatismo de cráneo sin pérdida de conocimiento no es tan grave». Adriana llamó a José Luis Mendizábal, el padre de su hija, y le dijo que ella iba a ir a buscarla al Hospital Fernández y que él fuera a hacer los trámites del auto.

Pero cuando José Luis recién iba por la General Paz, Adriana llamó de nuevo. Esta vez gritando. «Cuando llegué al hospital me estaban esperando dos médicas para decirme que Maca se moría, era cuestión de horas. Tenía que firmar un papel para que le abrieran el cráneo y pudieran descomprimir el cerebro». A José Luis sólo le bastó con ver cómo salió de la sala Ariel Aruj -tío de Macarena y médico especialista en terapia intensiva- para entender la gravedad de lo que estaba pasando. «Lo dejaron entrar a él porque es médico. Nunca me voy a olvidar la cara que tenía cuando salió. Después se agarró la cabeza, se desplomó en el suelo y quedó ahí, llorando».

Lo que saben de esa noche es que Macarena, que tenía 21 años, salió del boliche, le dio las llaves del auto a su amigo Ramiro Sala Giménez y se subió en el asiento del acompañante. Cuando estaban cruzando el semáforo de Pampa y Obligado -en verde, según declararon 7 testigos-, un auto impactó de lleno sobre la puerta del conductor. Quién manejaba a más de 100 kilómetros por hora era Santiago Silvoso, corredor de la Fórmula 4 metropolitana. Según los testigos, «venía haciendo zig zag». El test de alcoholemia mostró que tenía 1.46 de alcohol en sangre, casi el triple de lo permitido.

Esa mañana, a Macarena le hicieron una craneotomía: una cirugía en la que se saca una parte del cráneo para acceder al cerebro y desinflamarlo. Así, sin reacción y con las dudas que suelen generar los reflejos involuntarios, estuvo 44 días internada en el Hospital Fernández. Después la trasladaron a la terapia intensiva del Hospital Italiano de San Justo y luego pasó un año y un mes en el Fleni, una Fundación especializada en enfermedades neurológicas, en Escobar.

«La lesión es muy grave, por eso quedó en lo que se conoce como ‘estado vegetativo’. Lo que nos explicaron es que el impacto del choque hizo que el cerebro girara adentro del cráneo», dice su papá. El diagnóstico es «daño axonal difuso», uno de los tipos de lesiones encefálicas más devastadoras que existen.

No fue como cuando un hijo muere. Ahí está admitido el llanto, el derrumbe. Una hija en estado vegetativo es otra cosa: es la implosión, es no poder desmoronarse por no saber si ella, de alguna manera, está escuchando. «Yo al principio creía que ella no sentía nada. Pero después me convencí de que es un cuerpo que siente y que quiere comunicarse, como algo que está enfrascado y no puede salir», dice Adriana. Por eso empezaron a trabajar en una forma casera y amorosa de estimulación.

«Mientras estábamos en el Fernández, la enfermera me dijo: ‘tu hija escucha, no la llores más’, traele libros, ayudala a conectarse con algo que le guste. Así que volví a casa, entré a su habitación y agarré el último libro que ella había dejado en su escritorio. Era un libro de la facultad, ella estudiaba en la UCA, que se llama ‘El hombre en busca del sentido’ -escrito por el psiquiatra Viktor Frankl-. Me lo llevé y sin querer lo abrí en el capítulo ‘El sentido del sufrimiento’. ¿Sabés de qué se trata? De cómo se arma uno, en un momento límite, para seguir la vida. Era su libro de cabecera, por eso se lo seguimos leyendo».

Y a pesar de las dudas, tomaron una segunda decisión. «Maca tenía una relación hermosa con Javier, el nene que había sido separado de su mamá por una situación judicial y que ella traía a casa. Me acuerdo que yo al principio pensaba que era una locura: una hija casi adolescente que trae a casa un bebé que todavía usa pañales y encima se queda a dormir. Pero Javier fue formando parte de la familia, de todos, tanto que el día del accidente él estaba durmiendo en casa con nosotros. A las dos semanas, mientras Macarena estaba en el Fernández, me llamaron del Hogar para decirme que Javi estaba muy triste. Que estaba esperando a Maca y Maca no llegaba», sigue Adriana.

La psicóloga del Hogar dijo que él tenía que saber lo que estaba pasando, por eso llevaron a Javier a que la visitara en el hospital. «Javi volvió a vivir con su mamá pero sigue viniendo a verla. Ya no es un bebé, tiene 4 años y medio. Venía al Fleni con nosotros y la sacábamos a pasear por el jardín con la silla de ruedas. Ahora lo vamos a buscar y viene a casa y se queda tranquilo al lado de ella, haciéndole compañía. Le agradezco tanto a mi hija por haberlo traído a nuestra vidas», dice Adriana, que hace dos décadas dirige una escuela para chicos con discapacidad.

Javier, el nene “adoptado” por Macarena, la sigue visitando. Acá, paseando juntos por los jardines del Fleni.

Javier, el nene “adoptado” por Macarena, la sigue visitando. Acá, paseando juntos por los jardines del Fleni.

Pasaron dos años desde que Macarena quedó en estado vegetativo y nadie se atreve a predecir cómo será su futuro. «Es una zona oscura dentro de la Medicina, nadie se anima a decir qué va a pasar. De todos modos, a medida que pasa el tiempo las esperanzas son menores», dice su papá a Infobae. Fueron dos años en los que la Justicia quedó paralizada: el acusado de haberla chocado ni siquiera fue citado a una declaración indagatoria. A los padres tampoco les devolvieron el auto de Macarena para hacer los trámites del seguro.

Como no hubo ninguna variación en su estado neurológico, en el Fleni decidieron que volviera a casa. Y les pidieron que no la dejaran en una cama y que la estimularan: que la sacaran a pasear por el parque, que volviera a sentir el viento en la cara. De eso hablaba Macarena cuando volvía de competir (fue Bicampeona nacional de patín artístico): decía que el viento en la cara hacía que patinar se pareciera mucho a volar.

Macarena en un competencia de patín artístico. Entrenaba cinco horas por día.

Macarena en un competencia de patín artístico. Entrenaba cinco horas por día.

Su familia se mudó entonces a un country con jardines y todo los días ponen música para ella, le leen y le vuelven a leer el libro de Frankl, hacen kinesiología dos veces por día, salen a pasear y traen a Javier para que pase con ella algunos fines de semana. Es Daiana, una de las tres hermanas de Macarena, quien ahora tomó la posta y va cada viernes al Hogar de chicos a hacer lo que hacía su hermana. «Es poco -dice su papá- pero es todo lo que podemos hacer por ella». Sabe por qué lo dice. Se está yendo otra vez al Hospital Italiano, en San Justo. Allí está Macarena desde hace dos semanas después de que una neumonía seguida de un shock séptico la dejaran, otra vez, al borde de la muerte.

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