¿Ya leíste la historia de amor de la mujer de Iguazú, que publicó La Nación?

En su sección “Señorita Heart”, el diario argentino reflejó la historia de amor de Alicia Segovia, destacada vecina, docente y escritora, que vive en la ciudad de las Cataratas. Titulada Te veré cuando florezcan los lapachos, narra cómo fue encontrar el amor después del amor

Había enviudado hacia 4 años. No quería estar sola pero, entre el duelo y sus anhelos de amor ideal, se había convertido en una mujer llena de pretensiones. En ese momento apareció Ricardo, un señor que había conocido 35 años atrás. ¿Podría ella superar sus prejuicios y su luto para darle paso a un nuevo amor?

Alicia todavía tomaba mates todos los días con su esposo fallecido. Había hecho un altar con una fotografía de él y sus hijos. Junto a ellos, su Santa Rita. Todas las mañanas lo saludaba, le sonreía y le acercaba el termo con agua caliente; se sentaba allí a contarle mentalmente sus pesares, alegrías y los últimos acontecimientos de la familia.

Un día cualquiera, se sentó frente a la computadora y, entre los post de los amigos del Facebook, observó con interés una fotografía y una nota sobre el Día del Guardaparque.

Su esposo había sido Guardaparque y Jefe del Cuerpo de Guardaparques del Parque Nacional Iguazú durante muchos años; había fallecido cuatro años atrás luego de padecer una larga enfermedad.

Estuvieron casados cerca de cuarenta años y tuvieron tres hijos varones -Jorge, Carlos y Pablo-, y una hermosa nieta, Agustina. Juntos, recorrieron el país de Norte a Sur y de Este a Oeste; veintiún cambios de domicilio en lugares inolvidables, rodeados de magnífica naturaleza.

 

«Me gusta»

Por esa razón, ese día cualquiera, Alicia se detuvo a leer la noticia. Se trataba del recordatorio al Guardaparque Bernabé Méndez, muerto en manos de cazadores furtivos brasileños. Motivada por la conmemoración, ella escribió unas palabras al respecto.

Al día siguiente, alguien le puso un «Me Gusta» y le envió una solicitud de amistad en Facebook. Alicia conocía a esa persona. Era un Guardaparque que se llamaba Ricardo. Él le recordó que treinta y cinco años atrás había llegado hasta el Parque acompañado de su joven esposa, y que habían cenado en su casa junto a su esposo.

También le recordó que hacía unos treinta años se cruzaron en las oficinas administrativas de Parques en Salta y se saludaron. Nada más. Nunca más habían vuelto a verse.

Alicia se acordaba vagamente de un joven delgado de gruesos bigotes oscuros y un chiquito rubio como el sol, su pequeño hijo Gustavo. Ricardo había enviudado cuando su hijo tenía siete, dejó Parques Nacionales y se recibió de Ingeniero de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Trabajaba en una empresa Gasífera en Santa Fé.

Así empezó la comunicación. Ricardo comenzó a llamar a Alicia todos los días a su teléfono fijo y hablaban más de una hora. Ella no tenía celular, pero con el tiempo él «la obligó» a tener uno para evitar los costos altísimos de las llamadas de larga distancia. Le escribía e-mails todos los días.

 

Salir del duelo

Pero a Alicia le costaba salir de su duelo. Le costaba dejar que otro hombre avanzara en ese territorio de soledad y luto.

Siempre les había comentado a las personas más allegadas que no quería quedarse sola, pero claro, tampoco quería cualquier persona a su lado. Si alguien se acercaba, debía ser inteligente, culto, respetuoso, amoroso, etc. Se convirtió en una «viejita solitaria» llena de pretensiones. Algunas amistades se le reían y le decían: «¿A dónde vas a buscar tu príncipe?» Es que en su pequeña ciudad, había diez mujeres por cada varón. Pero algo singular tenía a su favor: viejitas viudas como ella, buscando el amor, no conocía a ninguna.

Empezaron enviándose fotografías, Alicia hacía trampas y le mandaba unas de veinte años atrás. Después, para no ser mala persona, le decía: «Te estoy vendiendo humo». Ricardo se reía a carcajadas y le contestaba: «Yo te quiero como sos, como seas, estoy enamorándome de tu forma de ser.» Virtualmente la cosa era fácil, divertida. Pero pasaron los días, los meses y la cosa fue tomando color. Entonces, la «viejita solitaria» comenzó a temblar, a temer, a retroceder. En un arrebato de cobardía lo borró del Facebook, descolgó el teléfono y no contestó ni un solo correo más. Desapareció.

Un mes después, le llegó una carta larguísima, llena de sentimiento y pena. Era Ricardo. Ella le contestó y volvieron a empezar. Avanzaron un trecho más. Alicia, siempre llena de inhibiciones y prejuicios.

Un día Ricardo comenzó a proyectar un encuentro, ella lo postergaba diciéndole: «Cuando florezcan los lapachos». En Misiones, su provincia, recién florecían para la primavera. Entonces «tomaba aire», lo dilataba. A Ricardo comenzó a disgustarle su indecisión y, sin muchos preámbulos, un día se lo manifestó. En respuesta, Alicia le escribió una larga carta de despedida. Volvió a fugarse, a desaparecer.

 

La vida te sorprende

Y pasaron las semanas, el tiempo. Y un día, él apareció en la puerta de su casa, arriba de su camioneta. Tal vez no había que planificar el encuentro. Tal vez había que sorprender.

Hicieron las paces. Eran novios.

Ricardo visitó a Alicia varias veces más, hasta que un buen día reservó una habitación maravillosa con vista al mar en Río de Janeiro, compró dos pasajes, un par de anillos y le pidió casamiento. Se comprometieron en Brasil, el día 28 de Febrero de 2017.

La vida sorprendió a Alicia. La sorprendió el amor de un hombre, muy parecido al amor que buscaba.

(Diario La Nación)

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas