El día que Coleco volvió a El Soberbio

Viajamos hasta los pagos del ex alcalde que ayer fue liberado de prisión y esperará un juicio por diferentes denuncias durante su gestión. Krysvzuk eligió una radio de “su confianza” para realizar declaraciones y expresar la sensaciones de volver a estar libre. La crónica de un día agitado, en El Soberbio.

 

En El Soberbio, un pueblo que bosteza y cabecea antes de la inapelable siesta, la vuelta de Coleco es casi un tema obligado. Un día después de la salida de prisión Misiones OnLine recorrió las calles del municipio, jaqueado en 2013 por un escándalo de corrupción sin precedentes, rastreando el rumbo del ex intendente Alberto “Coleco” Krysvzuk.

Una de las puertas de acceso a la “Capital de las esencias”, es la ruta provincial 103, que la conecta con San Vicente. En uno de los costados de la ruta, a la entrada, un campesino conduce con destreza su machete y corta plantas de citronela que va apilando arriba de un carro polaco.

Son poco más de las 11 de la mañana y el sol es el gran protagonista en el cielo azul profundo, recortado en el horizonte por la silueta verde de los cerros que se elevan a los costados. Un grupo de mujeres se aproxima por una calle lateral hacia la única sucursal bancaria del pueblo. Vienen de la colonia –explican- y llevan caminando más de una hora por caminos vecinales, en su mayoría de tierra.

No fue difícil dar la Municipalidad: una casa desde cuyo patio se puede ver el río y el edificio de la Aduana. El Intendente Roque Sobosinsky ocupa el despacho de jefe comunal desde el 10 de diciembre de 2015, cuando le ganó por poca diferencia al sucesor de Coleco, Jair Pereyra. Fue vice intendente de Coleco durante las dos primeras de las tres gestiones en las que éste estuvo al frente de la Municipalidad, entre el 2003 y el 2011. Además de excusarse, en un breve contacto telefónico, el actual jefe comunal solamente dijo que “está tratando de organizar el caos que encontró cuando llegó. Se excusa y dice que no quiere hablar, que se va a llamar a silencio por unos días. Lo único que pide es que el cronista no se olvide de escribir en la nota que lo único que quiere es que el gobierno le mande máquinas para poder arreglar los caminos, ya que los productores no pueden sacar sus productos, fundamentalmente yerba y tabaco.

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Sobre la misma calle, en la vereda de enfrente, un pequeño local sirve de estudio a la radio FM Saltos del Moconá. Allí trabaja Luis María Caballero, que consiguió la exclusiva con el personaje más buscado de la jornada: Coleco Krysvzuk.

En la charla, Caballero allana el camino para predisponer bien a su entrevistado, adocenándole los oídos con elogiosas palabras: primero describe el “sincero y cariñoso” saludo de la gente que salió a bancarlo la noche anterior, reconociendo estar sorprendido por el alto margen de popularidad que todavía conserva Coleco, a pesar de haber pasado los últimos dos años en la cárcel: “lo de ayer fue una ovación increíble, una locura. Todo el mundo tirando cohetes por todos lados, llamando por teléfono, las redes sociales que reventaron; esto te pone la piel de gallina… Evidentemente la gente que tanto te sigue mayoritariamente esperando con toda esta entereza de seguir confiando en vos”, describe.

Seguidamente la contenida voz de Coleco comenzó a sonar con una arenga más cercana a la de un predicador evangélico que a la de un político acusado por hechos de corrupción: “Me siento emocionado por sentirme tan querido”, arrancó diciendo, para luego afirmar que “quedó claro el cariño que uno siente, no solo de mis seres queridos”.

Lo que siguió, más que una entrevista periodística, fue como el reencuentro de dos viejos amigos que se elogian mutuamente luego de mucho tiempo de no haberse visto.

Coleco: -Estando allá (en la cárcel), alejado de mi pueblo, siempre me acordé de la gente, de que tenga su platita para poner algo en la olla para comer, y el afecto. Yo sabía que el afecto de mi pueblo no cambió nada.

Periodista: -Lo entienden de esa manera y se ven inmensamente contentos y alegres. El proceso judicial continuará y se verá cual será la definición que toma la justicia, pero la emoción más grande es de la gente… No es cualquier político que puede lograr lo que vos has logrado…

– Coleco: Una cosa es cuando uno está adentro, privado de la libertad, y yo sentía el deseo de estar acá. Ayer a la tardecita fui a la iglesia, hoy seguramente voy a estar en la mesa de alguna familia humilde compartiendo un poroto, para seguir el día a día de la gente, que siempre estuvo a mi lado. Ayer empezamos a saludar a cada uno de los amigos. Pero recorrimos la colonia, el fin de semana seguramente vamos a estar en algún evento deportivo o algún baile. Yo solamente hoy voy a agradecer a mi pueblo, y ahora quiero andar a caballo, quiero sentir el aire fresco en mi cara.

A continuación soltó una especie de panegírico místico, donde habló de los pecados cometidos y del perdón, pero por sobre todas las cosas habló de Dios.

“Sin duda, tengo muchas cosas que replantearme, sobre todo ante dios. Darse cuenta de las cosas malas que hemos cometido y pedir perdón, sobre todo al todopoderoso, por las cosas malas que hemos cometido, por los pecados, y mucha humildad. El perdón para la gente con la que actué mal y los que me hicieron mal. Quiero abrazar a todo el mundo, porque le pedí perdón a Dios y hoy están todos perdonados y hoy son todos mis amigos”.

También expresó que, estando en la cárcel, aprendió que el valor más preciado es la amistad, y por eso arengó a todos para que hagan las paces con aquellos con los que puedan tener diferencias. “Hoy es el perdón, que yo expreso a cada uno con los que pude haber cometido errores. Dios me otorgó la libertad. Hoy es un día de perdón; si tienen alguna diferencia con algún familiar o con algún vecino vayan y pídanle perdón. Hoy es el momento. Que la gente vaya a la iglesia y después a algún lugar a hacer un acto de caridad”.

Antes de despedirse prometió ir a visitar “a todos”, a amigos y los que no son amigos, porque “el tiempo del perdón ha llegado”.

Es mediodía. El sol se desmorona implacable sobre las calles semi vacías. Los pocos transeúntes que todavía circulan apuran el paso tratando de esquivar las llamaradas de calor. En la mesa del “Bar do Pedrao” dos hombres apuran un vaso de cerveza. Hablan en portugués, como casi todos en este pueblo. Cuentan que son de la colonia y que vienen al pueblo de vez en cuando para hacer algunas compras y, de paso, tomarse unos tragos. Uno de ellos tiene la cara poblada de surcos y arrugas. Es el que más defiende a Coleco porque -según dice- “era el único que ayudaba a los pobres”. Cuando Pedrao, el dueño del bar, lo escucha lo regaña y propone otra versión, menos favorable, del ex intendente.

Las discrepancias expuestas por los hombres en el bar son las que se repitieron en buena medida por los vecinos consultados. El pueblo se divide entre los incondicionales a Coleco, en su mayoría gente de la colonia y de condición muy humilde y los que directamente hablan mal de él y maldicen que haya salido en libertad.

En tanto, en el círculo íntimo de Coleco, se obsesionaron con respetar la voluntad del ex alcalde y armaron un muro de contención alrededor suyo para evitar el contacto con la prensa. “¿Qué querés que haga?, salió recién anoche…” recriminó por la insistencia del cronista una persona de su entorno más cercano.

Al salir de El Soberbio, esta vez por la ruta costera 2, otro carro polaco avanza al costado del asfalto llevando una carga de citronela. “Es que aquí crece como yuyo”, aclara el trabajador que empuja el pesado carretón mientras dirige a los bueyes.

 

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