Más de la mitad de los latinoamericanos sufre sobrepeso mientras avanza la lucha contra la desnutrición

Casi tres de cada cinco. El 58% de los habitantes de América Latina y el Caribe sufre sobrepeso. Son 360 millones de personas. En todos los países salvo Haití, Paraguay y Nicaragua, más de la mitad de la población pesa más de lo que debería. El primer paso hacia enfermedades como la obesidad o la diabetes. Mientras la región celebra los avances en la lucha contra el hambre y la desnutrición en las últimas décadas (el número de personas que no come lo suficiente ha bajado del 14,7% al 5,5%), se abre un nuevo frente por el lado opuesto. «No basta con tener acceso a alimentos, si lo que comes pone en peligro tu salud», señala un informe del diario El País.

La gravedad de esta situación protagonista principal del informe anual de la FAO (organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) sobre el panorama alimentario y nutricional de la región salta a la vista comparándolo con el informe sobre la pobreza sobre El estado de la inseguridad alimentaria a El panorama de la seguridad alimentaria y nutricional. Si en 2015 se celebraba que América Latina y el Caribe, como conjunto, habían alcanzado las metas internacionales de lucha contra el hambre fijadas para ese año por los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en 2016 se aborda de lleno la realidad nutricional. Y se ha realizado conjuntamente con la Organización Panamericana de la Salud. El foco ya no se centra solamente sobre quienes no comen lo suficiente.

«Es la región en desarrollo que más rápido redujo el hambre, pero paralelamente es la región en desarrollo del mundo donde más han aumentado el sobrepeso y la obesidad», resume Ricardo Rapallo, oficial de Seguridad Alimentaria de la FAO y uno de los coordinadores del documento. «Son cifras alarmantes en los países más pobres y entre las poblaciones más vulnerables», apunta.

 

Unos 360 millones de personas (el 58% de la población) sufren sobrepeso en América Latina y el Caribe.

El informe bucea en las razones principales para el vertiginoso aumento de estos problemas. «En buena parte se explica por el crecimiento económico y el aumento de ingresos en la región, pero con la triste paradoja de que los niveles de sobrepeso y obesidad aumentan también entre las clases más vulnerables». Un estudio en ocho países escogidos de la región, incluido en el documento, demuestra que los alimentos más saludables, como las frutas y verduras, son mucho más caros para el consumidor que otros menos adecuados.

 

Así, al analizar el «costo calórico», es decir, cuánto cuesta la cantidad de producto que aporta 100 calorías, se comprobó que en el azúcar, la mantequilla y los aceites costaban cinco céntimos de dólar estadounidense. Las bebidas azucaradas, de media, 19 céntimos. Las frutas y lácteos, subían hasta los 0,30 y las verduras, 80 céntimos de dólar de media. Las frutas y verduras aportan micronutrientes básicos que no están presentes en otros productos, pero como contienen pocas calorías, hay que comer muchas para obtener energía suficiente.

 

HAITÍ Y LAS ISLAS

 

Haití es el lugar con más gente subalimentada del planeta: el 53,4% de sus más de 10 millones de habitantes, no comen lo suficiente, frente al 5,5% que es la media de la región. Es uno de esos países en los que los problemas se acumulan, y además se ven agravados por los desastres naturales.

El informe tiene en cuenta el dato -condicionante para las cosechas, los mercados, la distribución y por tanto, para la alimentación- de que la frecuencia de inundaciones, tormentas, sequías y terremotos ha aumentado en los últimos 15 años. El Caribe y Centroamérica han sido las regiones más afectadas.

 

Por eso, además de Haití, los pequeños Estados insulares, como Trinidad y Tobago o Barbados, se ven especialmente dañados por los desastres, además de sus propios problemas alimentarios. Su pequeña superficie y los pocos recursos que tienen les abocan a importar la mayor parte de la comida que se consumen, y en posiciones negociadoras muy débiles en cuanto a precios. Por eso, muchas veces no les queda otra que comprar productos ultraprocesados de bajo precio y calidad que ni siquiera encuentran salia en los países desarrollados, lo que explica en parte que estos archipiélagos tengan tasas de obesidad, sobrepeso y diabetes por encima de la media.

 

En cualquier caso, es una muestra más de que el precio (real, económico) de una alimentación saludable en la región, pese a que se producen grandes cantidades de estos productos, es una barrera para los más vulnerables de sociedades con altos índices de desigualdad. «Una botella de refresco de cola es más barata que una de agua mineral», ilustra Rapallo. «Y la cantidad de productos ultraprocesados en las dietas de esta región asusta». Los ultraprocesados, según un pujante sistema de clasificación de los alimentos, son «formulaciones industriales a partir de derivados de los alimentos». Es decir, zumos en polvo con poca o ninguna naranja, patatas y galletas llenas de aditivos, salsas de tomate a base de añadidos y una gran cantidad de los productos cada vez más baratas y fáciles de encontrar. Las ventas de ultraprocesados en América Latina y el Caribe han aumentado más de un 26% entre 2000 y 2013.

 

E insiste en el «respeto» a partir de las conclusiones de este estudio. «Hablarle a gente que pasa horas y horas trabajando y otras tantas trasladándose de casa al trabajo de que tiene que pasar tiempo cocinando, socializar al alimentarse, y además gastar más dinero en comer sano, puede no ser lo más justo. Creemos que hay que mirar el fondo estructural de por qué ocurre esto«, argumenta el experto.

 

Dentro de esas causas de fondo, el estudio repasa las posibles medidas a adoptar: impuestos a las bebidas azucaradas, regulación del etiquetado y la información al consumidor, de la publicidad… «Pero no queremos dar recetas simplonas», comenta Rapallo. «Es el sistema alimentario en su conjunto, que tiene que ser sostenible desde el punto de vista social. Y también desde el medioambiental».

 

El técnico opina que hay más conciencia sobre el impacto ecológico que sobre el impacto nutricional y social. Y por eso pide a los Estados «el mismo compromiso» que mostraron para acabar contra el hambre a la hora de transformar los sistemas alimentarios en otros más saludables, uniendo agricultura, alimentación, nutrición y salud. «Hacen falta políticas para que las personas, en especial los niños, puedan elegir comer bien en lugar de mal».

 

 

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