Relámpago en un día de calor: Las obras completas de Francisco Madariaga

Una de las buenas noticias literarias con que el año cierra ha sido la aparición en librerías de las obras completas del poeta (por adopción) litoraleño Francisco Madariaga. La publicación tiene el título de uno de sus poemas: “Contradegüellos” y estuvo a cargo de Eduner, editorial de la Universidad de Entre Ríos. La edición (asombrosa), en manos de la poeta y ensayista Roxana Páez.

Por: Marina Closs

La obra está repartida en dos tomos, ambos con tapa nocturna y estrellada, y un cd con poemas recitados por el propio poeta. Madariaga es uno de los pocos nombres que la poesía argentina no podrá olvidar. Catalogado entre los surrealistas, pertenece más bien a ese grupo (pequeñísimo) de poetas en los que el surrealismo es simplemente una circunstancia. Paisajista inquieto, no es uno de esos detenidos (paralizados) frente al paisaje, sino un merodeador, un argonauta onírico de los esteros correntinos.

El paisaje de los esteros se transforma en su obra en una fabulosa llanura encantada. Las muchachas brujas de las orillas tragan fuego, mientras los tacuarales se mezclan con cabellos de hadas. Corrientes se adormece de pronto en un sueño de calor. El aire de la siesta burbujea como una copa de champagne.

La de Madariaga es una poesía tanto visionaria como terrena. Tan sensual como metafísica. Tan litoraleña como sideral. Con sus jinetes y tigres; teros y balsas; deslumbres y temblores, contiene un sol, que brilla tan totalitariamente encima, que atraviesa con sus rayos – incluso el rocío de las apariciones, incluso la piel finísima de los fantasmas.

Nos hallamos ante el misterio (correntino) de una – claridad embrujada. Una sinestesia de luz y calor. No una poesía de chispa que brilla en lo oscuro. Hasta la noche madariaguesca parece alumbrada por un sol nocturno. La chispa de Madariaga brilla en medio de las más ardientes, tercas y vastas claridades. Como un relámpago en un día de sol (una luz sobre otra luz).

Una poesía veraniega, sí. Acuática, sí. Sangrienta, por momentos. Lujoso-andrajosa. Que funde mendigos con hadas. Gauchos con visiones. Y un prodigioso tono lírico, que es el golpe de luz personal, el arte de un versificador casi clásico. Varios de sus poemas conservan sin embargo algo de la imprevisibilidad del sapucay. Una prolongación eufórica, que dura sin decaer, hasta desaparecer rotundamente en el silencio. Pero en un silencio – que vibra.  O que hace vibrar.

Madariaga cumplió con ese principio riguroso de la gran poesía que consiste en no recordarnos nada (¡incluso la segunda lectura de un gran poema no se parece en nada a la primera!). No recordarnos nada, quiere decir: no devolvernos a lo que ya sabíamos, sino solamente alumbrarnos – fuera.

En el prólogo, se nos informa que Francisco Madariaga murió, como J.L. Ortiz, en el primer año del milenio. Milenaria es la vibración de su poesía. Milenaria en su posteridad, porque aún hoy nos resulta joven, pero milenaria además en su vastedad retrospectiva. Lo que es decir, de una vez por todas, que la poesía de Madariaga tiene sus mil años de joven y sus mil años de vieja.

Criollo del universo

El blanco océano gira en mi corazón

mientras canta el otro océano de

plata amarilla,

que se desprende de las aguas del sol.

Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,

y muy temprano para pertenecer,

todo,

al planeta del venidero y sangrante

resplandor.

Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,

gaucho con trenzas de sangre,

mi padre,

y ensíllame el mejor caballo ruano del

universo:

para atravesar el agua de oro de la muerte,

y escucharme,

todo,

siempre en ti.

El blanco océano solloza por la inmortalidad.

Otros poemas en el Blog de Francisco Madariaga

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