Ramón Ayala y Los Animalitos: Un encuentro de sombreros

El nuevo videoclip de Los Animalitos de Nico Landa filmado en Misiones, en la casa de Horacio Quiroga cuenta en su apertura con la participación magistral de Ramón Ayala. Aquí una crónica de ese encuentro entre los músicos en Buenos Aires.

Llego a las 17:12 a la casa de Ramón Ayala por el barrio de San Nicolás, en Buenos Aires. Es viernes 2 de diciembre y la cita es a las 17:15. En la puerta, espero encontrar a los músicos del grupo Los Animalitos, una banda porteña de “country litoraleño”, que relacionan, por algún motivo, el Litoral con el lejano oeste. Además de grabar un video con Ramón Ayala, se declaran admiradores de los mosquitos y el tereré. Fenómenos urbanos, digo.

Los Animalitos me esperan adentro. María Teresa, esposa de Ramón, abre la puerta y me indica cómo llegar hasta la reunión de señores. María Teresa que es – una primera impresión, bonita, y que baja por una escalera con ventanas de vidrios amarillos y que es pelirroja y que me saluda y me invita a que pase.

Arriba, Ramón Ayala deja su acolchonada silla con rueditas, para acercarse a saludarme. El resto de los músicos espera mis dos besos, alrededor de la mesa.

Ramón dice su primera frase memorable:

—Esta es la casa del silencio y de la luz.

Todos hacemos silencio. Lamentablemente, hoy hay un split encendido.

—Fuera del split— Ramón subraya— el silencio es realmente notable.12121

Me sirvo un poco de agua, sin ruido, para no ofender. Hay una mesa, algunas plantas, todo prolijamente ordenado. Hay tres de los Animalitos sentados alrededor de la mesa y el director (misionero) del video, que es Gervasio. Así que me siento yo también y trato de aprenderme algunos nombres. Gervasio (todavía yo no puedo explicarme cómo) lo sabe todo sobre Ramón Ayala.

Ramón explica:

—Nos conocemos hace mucho. Somos primos. Él era un niño y yo… también.

Todo el mundo ríe. Gervasio sortea los 30 y Ramón… bueno, bueno, bueno, no hay por qué decirlo. También sé guardar secretos.

Hoy, y ante mi presencia, se grabará la escena inicial del tercer video que Los Animalitos han rodado en Misiones. El disco se llama Nuestra Aventura, y, como venía explicando, establece relaciones entre la psicodelia, el lejano oeste y el tereré. Nicolás Landa, cantante de la banda, me cuenta que va a Misiones desde chico. Que le gusta. Que el rock se le hace insoportable (y Ramón subraya “no es un ritmo argentino”), que Misiones tiene algo que… ¡empiezan a grabar! ¡No termina de explicarme!

¿Qué tienes, mi tierra roja? me quedo yo pensando. Gervasio me invita a sostener uno de los cuadros que hacen de decoración en una especie de consultorio de Ramón Ayala. Sostengo el cuadro como quien dice – desaparezco. En la escena que Gervasio está filmando, Ramón Ayala hace de psicólogo. Improvisa su propio guión. Nunca dice lo mismo. Hay tres o cuatro tomas y todas parecen un canto con rimas internas y otros preciosismos, pero nunca son iguales. Ramón Ayala nunca dice lo que Gervasio dijo que dijera. Me río detrás del cuadro. Un animalito me mira. Nos reímos los dos. En una toma, Ramón le dice a su paciente Animalito en su rol de psicólogo: “Ahora te has quedado encerrado para siempre en una nube de tierra colorada”.

Cosas así ¿cuándo más se oyen? Yo sostengo mi cuadro y me mantengo reporteramente alerta. Hacen una pausa, Gervasio pone a cargar su cámara. Un Animalito se acerca a sugerirme que saque algunas fotos, por el bien de mi artículo periodístico. Obedezco.

Ramón comienza a hablar del rock, del mercado, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dice algo muy hermoso, que es: “en Buenos Aires la gente anda por la calle como si hubiera recibido una inyección eléctrica”. Yo intento levantar la voz para preguntar: ¿inyecciones eléctricas, dijo? ¿O entendí mal? Nadie me contesta, creo que ni siquiera he hablado… ¡Qué cosas puede llegar a oír una, agachada y detrás de un cuadro, en la casa de Ramón Ayala!

Inyecciones eléctricas, sigo pensando, mientras la escena se graba. Durante la pausa, un Animalito pide una foto y Ramón Ayala pide su sombrero. Se siente quizás intimado por el Animalito con sombrero y camisa de cowboy (para entender la referencia, miren por favor las fotos). Viene el sombrero que Gervasio trae desde algún lugar en el que seguramente solo Gervasio sabía que había un sombrero:

—¡Para que vean que uno también tiene su sombrero!— Ramón dice.

Antes de que la cámara vuelva a rodar, el tercer Animalito se saca una selfie con Ramón Ayala con sombrero, como si Ramón Ayala fuera un póster de Ramón Ayala. Mi imaginación periodística me dice que debo preguntarle al Mensú cuántos sombreros tiene. Pero pasa el momento y me intimido. Más tarde, pregunto reporteramente por qué Ramón Ayala tiene tantos looks diferentes. Está el de la película, está el de los escenarios, hay un look de entre casa (un sombrero de entre casa, probablemente). Gervasio me explica que el look de la película es el viejo look de Ramón Ayala cuando escribió «Posadeña linda» en el aeropuerto de Barcelona. Me impresiona nuevamente Gervasio, con todo su psicótico conocimiento. Alguien lo acusa de biógrafo. Alguien me acusa a mí de espía. La tensión aumenta, hasta que Ramón Ayala me pregunta si su casa me parece linda. Yo respondo: ¡claro! ¡claro!121

Las paredes son amarillas y hay cuadros y más cuadros apilados. No puedo extenderme demasiado sobre los cuadros, pero son muy bonitos y yo estoy orgullosa de estar sosteniendo uno de ellos. Así que continúo. Aún detrás del cuadro, escucho anécdotas. Cosas que no puedo repetir. Oigo acentos provincianos y porteños. Lastimosamente, nadie está tomando mate, pero uno oye a la gente decir playa con “y” de fingido acento posadeño. Y Gervasio que habla rotundamente misionero. Y Ramón que habla lo que sea que habla.

El encuentro se va terminando. Todavía un Animalito me pide que tome una foto. Como ve que la fotografía no es lo mío, me hace algunas recomendaciones acerca del encuadre. No sé si lo habré dejado satisfecho. Aprovecho para pedir perdón. Pero volviendo a Ramón: sus últimas palabras, y casi en secreto y casi para mí sola. La pregunta que hice no importa, la respuesta es, letra por letra, suya:

—Uno es un sometido. Uno no es un turista del arte, sino un trabajador del arte.

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Por: Marina Closs

 

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