Poco más de 5000 dólares es lo que habría costado la parada técnica, entre el valor del combustible y los derechos para usar un aeropuerto, que, de manera inexplicable, decidió no cumplir la tripulación del vuelo que trasladaba al Chapecoense.
Todo apunta a que esa omisión fue determinante en el peor accidente aéreo en la historia del fútbol: 71 personas murieron en el avión que se estrelló a las 21.55 (hora local) del lunes pasado, a unos cinco minutos de su destino: el aeropuerto José María Córdova, de Riovnegro, en Colombia.
Aunque las conclusiones oficiales sobre el desastre pueden tardar meses, ya Aerocivil entregó una primera certeza: al momento del impacto, el avión no tenía combustible.
Irresponsabilidad y precariedad económica de la aerolínea, falta de controles y posible corrupción en las autoridades aéreas de Bolivia, país de origen del vuelo, y hasta la fatalidad se alinearon para que todo terminara en una tragedia.
Según indicó El Tiempo de Colombia, la catástrofe empezó a gestarse en los despachos de la compañía aérea LaMia en Bolivia. El capitán Quiroga Murakami, de 36 años, era a la vez piloto y accionista de la pequeña aerolínea.
En teoría, el Chapecoense debía partir en un chárter desde San Pablo hasta hacer escala en el pueblo boliviano de Cobija donde debía volver a llenar sus tanques, y volar después hacia Medellín. Pero las autoridades brasileñas no autorizaron la entrada del avión de LaMia por un supuesto ingreso sin cumplir las normas en otro viaje de fútbol.
Pero no sólo habría sido ese costo. Las autoridades colombianas sospechan que para el momento en el que el avión pasó por el centro del país ya venía con el nivel de combustible por debajo del mínimo permitido. Aterrizar en Bogotá habría garantizado la seguridad del vuelo, pero habría activado un protocolo de control que podía terminar en la inmovilización del avión y una multa de un mínimo de 25.000 dólares.