Los mitos de Misiones inspiraron una novela negra que podría convertirse en película en Brasil

«Un pueblo que cree que un diablo roba niños termina haciendo realidad la leyenda», comenta Oscar Tabernise como uno de los elementos de su novela policial «El muertito», que acaba de publicar Revolver Editorial. Oscar «Tato» Tabernise, actual secretario del Sindicato Argentino de Autores (SADA), fue asistente de dirección y director en Telefé, como guionista de televisión se hizo conocido con «Poliladron», «Poné a Francella», «Un cortado, historias de café», «Máximo corazón». En teatro estrenó «El clú» en el Teatro San Martín, y su obra «Tocala de nuevo, Cacho» se ha dado en la Argentina, México, España y Francia. En cine escribió «El hombre que ganó la razón», que dirigió Alejandro Agresti.

Periodista: ¿Cómo pasa de la novela que se ve en una pantalla a la novela que se lee pasando las páginas de un libro?

Oscar Tabernise: El guión cinematográfico y el libro teatral son textos que llegan al público por una adaptación, una mediación, una visión externa al autor, no directamente al receptor. Son textos que hay que adaptar al soporte, la cámara, el escenario, los actores. La obra no llega en su versión original sino que pasa por el tamiz de otros que son también a su modo creadores. En cine y televisión por el director, el escenógrafo, el montajista, etcétera. Esas intervenciones modifican la obra y hasta pueden cambiarla. A veces enriquecen el texto, pero la mayoría de las veces lo empobrecen. Dos ratas comiendo el celuloide de una película comentan «el libro era más rico». El único modo de conocer el proyecto del autor sería leer el guión, algo que pocos hacen, pocos disfrutan y casi ninguno sabe hacerlo, inclusive productores muy conocidos. Leer un guión exige conocimiento de la técnica y una cuota de imaginación. En un guión se cuenta la historia por las acciones de los personajes, al no narrar el universo interior de los personajes se lo tiene que mostrar.

P.: Por eso con el «El muertito» eligió ir primero a la novela.

O.T.: La novela permite la relación directa con el lector. En narrativa se tiene toda la potencialidad de las palabras para describir el escenario, contar las acciones, pero también para dar la interioridad del protagonista, lo qué le está pasando y qué siente. El guionista pone, por ejemplo, living clase media, el novelista lo detalla, y los detalles llenan de significados lo que ocurre. En todo guionista está el proyecto secreto de llegar al libro. Recuerdo que fui a visitar a un amigo, un colega que vive en París, y no lo encontré, había salido. Entonces me largué a caminar por Montparnasse, yo había terminado una telenovela y no podía escribir ni un mail, estaba agotado. De pronto encuentro el cementerio y la primera tumba que veo es la de Cortázar. Y mi amor por la literatura empezó leyéndolo. Fue una señal. Esa noche tengo un sueño, a la mañana apenas me levanto lo escribo. Yo escribo con humor, y conté de un muchacho que sale de la villa para conocer la Torre Eiffel. Lo mandé a un concurso en Francia y gané una mención. Sentí que iba por buen camino.

P.: ¿A partir de ahí pasa a la novela policial?

O.T.: Soy un adicto a la novela negra. Viajé a Misiones con mi mujer. Vamos al cementerio a llevar flores a las tumbas de sus padres, y veo una azul repleta de flores. Es la tumba de «el muertito», un chico que apareció muerto hace como 30 años, un NN, la municipalidad lo enterró y la gente entró a cuidarlo, a pedirle cosas, es el «santito» del lugar. Fue el disparador para sentarme a escribir, a construir una novela policial. Casualmente conocí a Iñigo Amonarriz, un editor vasco que reside acá, el de la editorial Revolver, dedicada a novela negra, le di a leer el manuscrito. Le gusto la historia y la publicó.

P.: ¿Fue sólo la tumba del «el muertito» lo que lo llevó a escribir su policial?

O.T.: Fue algo visceral, me enamoré de Misiones, su exuberancia de verde y tierra colorada, calor, todo a flor de piel, pareciera que las pasiones se exacerban. En ese escenario, «el muertito» me llevó a las adopciones ilegales, los secuestros, la pedofilia, las leyendas del Pombero y del Yaciyateré, un demonio que asalta a los niños en la siesta. En el libro se dice que un pueblo que cree en un diablo que roba niños termina haciendo realidad el mito.

P.: Se dice que todo policial precisa de «un muerto fresco y un investigador».

O.T.: La novela cuenta con Lucio Gualtieri, «El Tano», un expolicía, exadicto, exesposo, que sobrevive haciendo trabajo sucio, acorralando deudores para un usurero, que apenas si puede hablar con su hija por medio de un perfil falso de Facebook. Le ofrecen «un trabajo sencillo» en Misiones, pero cuando llega a Puerto Piray descubre que no es tan sencillo, es un asesinato. Y que hay mucho más tras eso, así pasa de ir a hacer un trámite a ser un estorbo, un peligro, a ser la próxima víctima.

P.: ¿Qué autores de novela negra le interesan?

O.T.: Muchos. Entre los argentinos, Guillermo Orsi, Kike Ferrari, Marcelo Luján y María Inés Krimer. Maj Sjowall y Per Wahlöö, los creadores del policial sueco. El catalán Vázquez Montalbán y el siciliano Camillieri. Obviamente los grandes padres: Hammett y Chandler, y más acá el irlandés John Connolly.

P.: ¿»El muertito» pasará al cine?

O.T.: El relato policial, por ser muy cinematográfico, permite una rápida adaptación. Hay productores brasileños que están interesados en filmar «El muertito», lo que me llevará a mudar la historia de orilla. Tendré que hacer modificaciones, pero bueno, Misiones es un menjunje de etnias y lenguajes, es otra de las cosas fascinantes de esa provincia.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

O.T.: Una telenovela para México, y estoy esperando terminarla para poder dedicarme a la segunda parte de «El muertito», otra novela policial protagonizada por «El Tano» Gualtieri, y para dar una revisión final a una novela que une una profecía inca con una conspiración religiosa.

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