La historia del náufrago que sobrevivió 438 días en mar abierto y ahora enfrenta un juicio millonario por «caníbal»

El pescador salvadoreño José Salvador Alvarenga acaba de publicar un relato biográfico sobre sus días perdido en el Pacífico. La familia de su compañero lo acusa de haberlo matado y después usado su cuerpo como alimento para sobrevivir.

Ahora tiene el pelo corto y prolijo, peinado con gel. Viste ropa limpia, la camisa bien planchada. José Salvador Alvarenga es la contracara de él mismo hace tres años, cuando llegó a una islas perdidas del Pacífico -las islas Marshall- barbudo, hambreado, vestido con harapos y con el cuerpo lleno de llagas por la exposición al sol. Había pasado 438 días en mar abierto y había sobrevivido. Había visto olas gigantes romper su barco de humilde pescador, había visto morir de inanición a su compañero de naufragio, había rezado cada uno de esos días (y de esas noches) para poder ver de nuevo a su familia.

El naúfrago salvadoreño acaba de publicar un libro, Salvador, donde cuenta la pesadilla que duró casi 14 meses y que tuvo un epílogo poco feliz: un juicio, una demanda de un millón de un dólares y el mote de «caníbal». Los parientes de Ezequiel Córdoba, un joven de 22 años, que acompañó a Alvarenga a pescar en la Costa Azul mexicana lo acusan de haberlo matado y usado su cuerpo como alimento durante esos días varados en altamar.

583610a40aedaalvarenga

En una entrevista con el diario El Mundo, Alvarenga habló de su libro y recordó, con detalles, el día en que partió. Como si fuera ayer. Era sábado, él debía salir con Ray, su compañero habitual de pesca, pero por un imprevisto este no pudo viajar, así que salió con Córdoba.

A poco de navegar, una tormenta empujada por un viento de la zona, el norteño, los soprendió y bamboleó el barco durante días hasta romper el motor. Cuando se les acabaron las provisiones, sobrevivieron bebiendo orina y «la sangre de las tortugas y gaviotas» que atrapaban para comer. Según la versión de Alvarenga, después de intoxicarse con un pájaro en mal estado, su joven compañero se negó a seguir comiendo. Antes de que muera, le prometió visitar a su madre si se salvaba. Durante algunos días mantuvo el cuerpo a bordo y «le daba cada mañana los buenos días», pero finalmente decidió tirarlo al mar.

«Tenía pensado ahorcarme en la proa del barco», dijo el náufrago. Su momento más tremendo fue cuando un barco se acercó y la tripulación salió para saludarlo, pero no se detuvo para salvarlo. Como estaba predestinado en su nombre, él tuvo que hacerlo solo. A los 300 días divisó tierra, a 12 mil kilómetros de donde había partido. Y una vez de regreso en México, cuando su nombre y su cara -barbuda, hambreada, con llagas- ya eran una noticia internacional, lo primero que hizo, fue intentar cumplir el pacto. Pero la madre de Córdoba no quiso recibirlo. Y pocos meses después recibió la demanda millonaria. «Todavía sueño que estoy atrapado en un mar abierto», asegura Alvarenga.

 

 

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas